Más de 1.200 millones de personas viajaron a lo largo y ancho del planeta el año pasado. ¿El destino preferente? Francia. Con más de ochenta millones de visitantes, el país sigue liderando la industria turística. Gran parte de la responsabilidad recae sobre París, fetichizada ciudad del amor y desconocedora ya del concepto temporada baja. Recibe tantos visitantes que han comenzado a ser una molestia.
¿Cómo? Err, subiendo fotografías a Instagram. Lo saben bien los vecinos de la pintoresca rue Crémieux, en el duodécimo arrondissement. Adoquinada y plagada de fachadas color pastel, la calle se ha convertido en un vivero de turistas gracias a sus envidiables propiedades estéticas. Tan agradable rincón del amor, sin embargo, se ha convertido en una pesadilla para sus propios habitantes.
¿Por qué? Porque la calle ya no les pertenece. Como explican en CityLab, no se trata únicamente del ocasional turista despistado. Sobre los coquetos adoquines de Crémieux se despliegan rodajes de videoclips, coloridas coreografías y toda suerte de contorsiones fotográficas . Es un pequeño teatro para toda suerte de fenómenos virales, un agujero negro de las redes sociales y la cultura del like.
En palabras de un vecino:
Nos sentamos a comer y tenemos justo al lado a gente haciendo fotografías; a raperos grabando una película durante dos horas al otro lado de la ventana; o a despedidas de soltero girando durante una hora. Sinceramente, es agotador.
¿Solución? Simple: vetar la entrada a los turistas durante los fines de semanas y las horas no laborables. No está claro que el Ayuntamiento de París acceda a la petición de sus vecinos, pero sería un hito: el primer cartel de "prohibido instagrammers" de la historia. En paralelo, una cuenta tanto de Instagram como de Twitter está recopilando todos los absurdos comportamientos de los turistas en la calle.
Problemas. No es la primera ocasión que París tiene que lidiar con los excesos de sus millones de visitantes. En 2015 tuvo que sustituir y blindar todos los paneles del Ponts des Arts: las parejas tenían por costumbre colgar candados consagrando su amor, tantos que terminaron por amenazar la integridad del puente. También ha creado urinarios públicos para que las calles dejen de oler a orina.
Es global. Francia marca tendencia, pero la saturación turística amenaza a muchos otros rincones del mundo. Ámsterdam prohibió rotular sólo en inglés y planteó cuotas económicas; algunos templos japoneses han comenzado a impedir la entrada a turistas extranjeros; Islandia sopesa imponer cuotas anuales; y Barcelona ha tonteado con moratorias a las construcciones hoteleras.
Nadie quiere convertirse en un parque temático, como Venecia. Y hasta las marcas y hoteles se están hartando de la efecto influencer.
Imagen: Patrick Nouhailler