La historia de la República Checa frente al coronavirus era la historia de un ejemplo a seguir. El país sorteó con éxito el brote de primavera, con menos de 10.000 casos al cierre de mayo y con menos de 500 fallecidos a finales de agosto. Su receta, la de tantos otros países modelo: una lectura muy clara de lo que estaba sucediendo en China, Taiwán o Singapur; un confinamiento temprano, antes de que el virus se expandiera; y un sistema de rastreo tan invasivo como eficaz.
El resultado hablaba por sí mismo. Hasta ahora.
Rebrote. República Checa es hoy el país de Europa más afectado por el coronavirus. Sólo ayer registró más de 9.500 casos, casi tantos como durante los cuatro primeros meses de epidemia. Su incidencia acumulada durante las últimas dos semanas supera los 600 casos por 100.000 habitantes, según los datos del Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades. El volumen de fallecimientos totales ha aumentado un 75% sólo en octubre; y sus hospitalizaciones un 161%.
Medidas. Lo urgente de la crisis ha obligado al gobierno a tomar medidas drásticas. El ejecutivo ya ha encomendado al ejército la construcción de un hospital de campaña en Praga, la región más afectada. Desde el pasado lunes todos los teatros y cines están cerrados; no se permiten los deportes en interior y sólo aquellos por debajo de los 20 participantes en el exterior; gimnasios y piscinas tampoco pueden abrir; y los restaurantes tendrán que bajar la persiana a las 20:00.
Las universidades y la mayor parte de los centros educativos, ya sean primaria y secundaria, han cerrado. El espectro de un segundo confinamiento domiciliario, como el experimentado en marzo, es real.
La sanidad. Durante la primavera, los expertos explicaron la baja incidencia de virus en los países del Este de Europa por el principio de precaución. Al ser países con menos recursos sanitarios, eran más conscientes de sus vulnerabilidades, lo que les llevó a tomar medidas tempranas. Hoy esa lógica se ha roto. El gobierno ha justificado las nuevas restricciones amparado en lo limitado de su capacidad hospitalaria. Hoy sus centros tienen seis veces más pacientes por covid que en abril.
La presión sobre sus hospitales es ya tan acuciante (la ocupación UCI en Praga llega al 90%) que Baviera, en Alemania, ha accedido a recibir sus pacientes. El ejecutivo ha anunciado la adquisición de 4.000 nuevas camas.
Apertura. ¿Qué ha sucedido para que un país modelo en su gestión de la epidemia en marzo haya tenido que volver al estado de emergencia en octubre? Como siempre, no hay una sola explicación. La actitud del gobierno puede ser una de ellas. Su plan de apertura fue uno de los más rápidos de Europa, con las tiendas funcionando ya en abril y algunas fronteras internacionales reactivadas en junio.
A principios del verano, el ejecutivo implementó el proyecto "Cuarentena Inteligente 2.0". Se acabarían los confinamientos generales y en su lugar se utilizaría la extensa red de rastro elaborada en marzo, muy dependiente de la tecnología, para confinar a positivos y contactos estrechos. Las autoridades aspiraban así a atajar los "brotes locales" con la mayor velocidad posible. Al mismo tiempo, se relajó el uso de mascarillas y se abrió la mano a las reuniones públicas.
Errores. El gobierno actuó con tanta anticipación en marzo como lentitud en agosto. Se eliminó el Comité Central de Crisis, clave en el éxito de primavera, y no se recuperó hasta mediados de septiembre, cuando la epidemia ya se había extendido por todo el país. Andrej Babiš, el primer ministro, tuvo que rectificar varias veces, tanto en la relajación del uso de mascarillas como en la permisividad con las reuniones multitudinarias. Rectificaciones, por naturaleza, tardías.
Los cambios. La desescalada había fallado. El 23 de septiembre y entre un mar de críticas, Babiš forzaba la dimisión de su ministro de Sanidad, Adam Vojtěch, responsable de la ya por entonces criticadísima "cuarentena inteligente". Aquel sistema se basaba en datos móviles y geolocalizados para generar un "mapa de movimientos" de todos los checos. En teoría, si un positivo pasaba más de una hora con otra persona, la aplicación permitiría identificarla con velocidad.
Funcionó mal. Lo que redujo el número de personas en cuarentena y con riesgo de contagio. Es un problema, el de los límites tecnológicos, que otros países, como Islandia, ya habían detectado. La desescalada en tres niveles también se mostró ineficiente, pese a que Praga entró en el más restrictivo de todos a finales del verano. La marcha de Vojtěch abrió el camino a Roman Prymula, un reconocido epidemiólogo, partidario de medidas mucho más duras y restrictivas.
Futuro. Nada más llegar al cargo, Prymula advirtió de los "tiempos turbulentos" que acechaban al país, ya sumido en una ola de contagios mucho más grave que la de marzo. El martes, sus palabras fueron aún más explícitas: "Ninguna epidemia puede ser controlada sin pérdidas económicas y sociales". Palabras que Babiš, elecciones regionales mediante, había evitado o suavizado durante los meses de agosto o septiembre. Una actitud que ha tenido consecuencias indeseadas.
La llegada al cargo de Prymula denotaba un cambio de tono en los mensajes del gobierno y permitía a Babiš modular su discurso, ya más duro. Pero ha llegado tarde. Todo lo contrario que en marzo, cuando República Checa se convirtió en un ejemplo para Europa occidental.
*En la foto de portada, una fiesta multitudinaria en el Puente Carlos de Praga para "despedir" al coronavirus el 30 de junio. Se instalaron más de 500 mesas contiguas y miles de personas acudieron sin mascarilla.
Imagen: Krystof Kriz/AP