Las restricciones impuestas durante la pandemia han transformado nuestras relaciones sociales de arriba a abajo. Eso también incluye al amor. El uso de aplicaciones como Tinder se ha disparado en buena parte del mundo. Miles de parejashan pasado meses sin verse. En Japón, país de excepcional soltería, la epidemia ha puesto en jaque los tradicionales puntos de encuentro para las citas y las reuniones románticas.
Y al parecer, los japoneses están contentísimos con ellos.
Al alza. Lo cuenta este reportaje de The Washington Post. Cerrados los bares, las empresas dedicadas a encontrar pareja para los millones de solteros japoneses han optado por alternativas telemáticas. La más popular es Zoom. Donde antes dos interesados se conocían en persona, frente a un plato de comida o a una bebida, ahora lo hacen desde sus casas, por videoconferencia. Las agencias locales hablan de un pequeño y feliz boom.
Tímidos. Los japoneses tienden a ser tímidos. Y que las videoconferencias eliminan los laboriosos protocolos de las reuniones físicas. "Para quienes son más reservados, la posibilidad de reunirte desde tu castillo, desde tu casa, lo hace todo más sencillo, mucho antes que verte superado por un sitio extraño y lleno de gente", explica un afortunado hombre de 31 años que se acaba de casar con una mujer a la que conoció por Zoom.
Tendencia. No hay datos oficiales, pero decenas de miles de personas recurren anualmente a empresas dedicadas profesionalmente a emparejar a japoneses. Es algo más que Tinder: es un agente del amor, del mismo modo que un agente inmobiliario te ayuda a navegar en las oscuras aguas del mercado de pisos. Muchas de estas empresas organizan reuniones grupales de solteros interesados en conocer a otra gente. Son encuentros útiles para romper el hielo y evitar las incomodidades del cara a cara.
La distancia social, en fin, triunfa en Japón.
Arreglos. Es una peculiaridad cultural. El volumen de jóvenes solteros es tan alto que los padres se involucran en el hallazgo de un esposo como pudieran hacerlo siglos atrás. Son ya frecuentes las reuniones de celestinos que acuden a fiestas privadas y exclusivas, a razón de $100 la entrada, con el perfil de sus hijos. Hablan con otros padres en similares situaciones, intercambian perfiles y arreglan una cita entre ambos pretendientes.
Intervencionismo. El amor no es un accidente en Japón, ni siquiera un destino seguro por más que se busque. De ahí que junto a las agencias privadas y a los propios familiares, el estado se haya puesto manos a la obra. En 2017, más del 50% de municipios de Japón habían organizado "citas grupales" en las que habían participado 376.000 personas. Fueron un pequeño éxito, logrando más de 6.100 matrimonios. Si el mercado funciona de manera imperfecta, aparecen las autoridades.
Se trata de la cultura del celestino, institucionalizada a todos los niveles de la vida pública. Es al fin y al cabo una política demográfica. Prefecturas rurales y envejecidas como Saga ejercen de cupidos atrayendo a mujeres jóvenes y urbanas a base de futuros maridos y rebajas fiscales.
Gravedad. Cuesta culparles. En 1950, apenas un 1% de los hombres japoneses se declaraba soltero. El porcentaje hoy supera el 23%. La situación es especialmente preocupante entre los jóvenes. En 2015, el 47% de los hombres y el 34% de las mujeres entre los 30 y los 34 años no se habían casado. El porcentaje superaba el 70% para los varones entre los 25 y los 29 años. Y no es que los japoneses simplemente hayan abandonado el altar: el 70% de los solteros hasta los 34 años no tenía pareja.
Ni sexo. El 42% y el 44% de los hombres y mujeres solteros por debajo de los 34 sigue sin haber tenido relaciones. Japón es el país más asexual del planeta. Una losa demográfica en una nación envejecida, donde 450.000 personas más mueren al año de las que nacen. Un ocaso poblacional que podría reducir un 40% su población a mitad de siglo.
Imagen: Issei Kato/AP