Desde su nacimiento, la industria musical se ha regido por la lógica del éxito. Aquellos artistas capacitados para vender más discos contaban con el favor de los sellos y de las radios, reforzando su posición dominante. Aquellos que no, tendían a perecer. A priori, el streaming ofrecía una ventana de oportunidad para modificar el status quo: democratizando el canal de distribución, otros artistas, más minoritarios, podrían llegar a un público más amplio. Revertir la situación.
Objetivo. ¿Qué tal está funcionando esta idea, propuesta tan pronto como en 2004 en este artículo? Si de Spotify depende, al parecer, bien. Según un análisis elaborado por Quartz, el volumen de escuchas dedicadas al Top 40, las cuarenta canciones más populares en la plataforma, está descendiendo año a año. O no está aumentando, algo paradójico en pleno crecimiento de suscriptores. Si en 2018 el Top 40 obtenía más de 35 millones de escuchas un miércoles cualquiera, en 2020 son 30 millones.
Comparación. ¿Estamos escuchando menos canciones, en general? Si es así, no parece afectar al Top 200 en su conjunto. Aquí reside lo llamativo. El número de escuchas de las 200 canciones más populares se ha mantenido, pero las del Top 40 están cayendo. Su porcentaje sobre el global se está reduciendo poco a poco. Si en 2017 el Top 40 acaparaba el 44% de escuchas del Top 200, en 2020 es menos del 40%. El abanico de éxitos se ha ampliado. Ya no sólo pertenecen a unos pocos.
Voluntad. En parte, se debe al interés de la propia plataforma. Spotify lleva cierto tiempo dando más prioridad a listas como Daily Mix o el Descubrimiento Semanal, en las que cada usuario recibe no sólo sus canciones favoritas o aquellas que presumiblemente le pueden gustar, sino propuestas más arriesgadas o interesantes. Algo impensable décadas atrás, cuando la radiofórmula se regía por criterios estrictamente comerciales. Spotify y otras plataformas de streaming llevan explorando las posibilidades de las "recomendaciones" personales años.
Ahora da sus frutos.
Posibilidades. Esto, por supuesto, tiene otras implicaciones. El algoritmo impone sus propias tiranías, como la experiencia de Facebook ilustra. Llegar a una de las playlists más escuchadas de la plataforma (y la mayoría de usuarios reproduce sus canciones favoritas a través de ellas) se ha convertido en un laberinto igual de intrincado para los artistas minoritarios. Los sellos protegen con celo a sus artistas más exitosos y escuchados. Y el mero hecho de serlo les favorece en las playlist.
General. Algunas desigualdades dentro de la industria se han visto reforzadas por el algoritmo, pero no brotan de él. Como vimos en su día, el 1% de los artistas se llevan ya el 60% de los ingresos por actuaciones en directo (cruciales en un tiempo en el que las ventas de discos son ya inexistentes y en el que los beneficios derivados del streaming, si bien popular, aún son pingües). En muchos sentidos, la industria es más desigual que nunca. O al menos tan desigual como siempre.
¿Pueden Spotify y otras plataformas compensar algo la balanza, ofrecer nichos viables a artistas y escenas pequeñas? Los datos del Top 200 ilustran su poder. Pero es sólo una pequeña muestra.
Imagen: GTRES