"No se puede decir la verdad de España sin ofender a los españoles", decía Fray Servando Teresa de Mier en sus memorias y, aunque sospecho que es algo que pasa con todas las nacionalidades, razón no le faltaba. Desde luego, la polémica sobre los insultos racistas a Vinícius está siendo todo un refrendo a una opinión que tiene más de 200 años.
Sobre todo, porque uno de los argumentos más repetidos parece ser 'España no es racista' y eso nos lleva a hacernos algunas preguntas muy interesantes. ¿Cómo sabemos si alguien o si algún grupo es racista? ¿Eso se puede medir? ¿Se puede objetivizar? ¿Se ha medido en el caso español? Durante años, los psicólogos sociales han intentado responder a esta pregunta y sí, tenemos algunas respuestas.
Cada vez es más difícil medir el racismo directamente. Como explicaba el profesor de la Universidad de Toronto Ulrich Schimmack, con el paso del tiempo (y, a medida que "la admisión abierta de los prejuicios raciales se ha vuelto menos aceptable") se ha hecho cada vez más difícil preguntar directamente por ellos.
Hace un puñado de décadas, preguntas como “¿Qué te parecería si un pariente cercano se casa con una persona negra? ¿Estarías muy a favor de que suceda, algo a favor, ni a favor ni en contra de que suceda, algo en contra o muy en contra de que suceda?” no solo se utilizaban en investigación, sino que funcionaban bien.
Hoy por hoy, una gran parte de la población no está dispuesta a hablar abiertamente sobre estos asuntos. Por ello, los investigadores sociales han tenido que buscar formas 'indirectas' para seguir estudiando un fenómeno tan común en las sociedades contemporáneas.
¿Se pueden medir cosas 'implícitas'? Evidentemente, no tenemos una medida 'perfecta' de racismo, los investigadores llevan décadas tratando de resolver el problema del 'racismo implícito' de formas muy originales. Uno de los ejemplos clásicos son los tests de asociaciones implícitas, unas pruebas que tratan de ver cómo cambian los 'tiempos de reacción' de las personas cuando se las somete a distintos tipos de estímulos.
Es decir, es una especie de 'efecto Stroop' racial. El efecto stroop es el hecho bien conocido de que tardamos menos en decir el color de la tinta de las palabras de esta lista
que el color de la tinta de las palabras de esta. Podéis pedirle a alguien que os cronometre o usar una prueba online para comprobarlo.
¿Por qué pasa esto? Es curioso porque son exactamente las mismas palabras y los mismos colores. En órdenes distintos, eso sí. Y ahí está la clave: cuando el nombre de un color (por ejemplo "blanco", "amarillo" o "morado") está escrito en un color distinto del que denota (por ejemplo, "amarillo" escrito en tinta verde) nombrar el color de la tinta lleva más tiempo y genera más errores que cuando coinciden el nombre y el color de la tinta.
Lo interesante de esto es que no lo podemos evitar. Si conocemos el idioma en el que están escritas las palabras, el 'efecto stroop' aparece (queramos o no) y, de hecho, la leyenda popular siempre ha dicho que los servicios secretos de EEUU lo usaban durante la Guerra Fría para averiguar si alguien sabía ruso. ¿Se podría usar esto para medir otras cosas implícitas como el racismo?
La respuesta (con matices) es que sí. Hay que ser muy cuidadoso en el diseño de las pruebas y esta es solo una de las formas de medirlo, pero en las últimas dos décadas se han desarrollado pruebas muy interesantes para conseguir medir el impacto que los sesgos raciales tienen el comportamiento, la toma de decisiones y las actitudes de la gente.
Los 'matices' a los que me refiero es que la investigación del racismo se inserta en un ambiente político muy polarizado y eso hace que, a veces, se confundan 'actitudes propiamente racistas' con 'actitudes ideológicas' (que no tendrían por qué ser producto directo del racismo).
A un nivel puramente psicométrico, no es lo mismo estar en contra de las 'medidas de discriminación positiva' por racismo, misoginia o aporofobia que por una posición política que propugna la abolición del estado. Y, precisamente, las mediciones de racismo implícito son las que nos permiten distinguir esas dos posiciones de forma bastante clara (incluso cuando las segundas se sostienen como 'pantalla' para ocultar las primeras).
¿Cómo de racista es España? Una vez que confirmamos que podemos medir el racismo en un colectivo, la pregunta es evidente... ¿Sabemos cómo de racista es España? Y la respuesta es muy difícil de dar. En Estados Unidos, sí existen estudios que tratan de cuantificar el 'sesgo racial' en la población (y de ver cómo de común es en distintas opciones políticas o ideológicas). En España, casi no tenemos este tipo de trabajos.
Los informes suelen basarse en casos o autoinformes y, aunque es un enfoque necesario, el resultado final es cómodo para todos. Facilita que se articulen discursos que minimicen el problema, que se acepte el problema sin que eso tenga demasiadas consecuencias prácticas y hace que se invisibilice ese racismo implícito del que hablamos.
Preguntas incómodas que no nos hemos hecho. Es decir, falta información y no porque no tengamos mecanismos para conseguirla; sino porque no creemos que sea necesario (o no creemos que sea oportuno) recabarla. No hay duda de que, en muchos índices, la situación española no sale muy mal parada, pero la falta de voluntad pública por descubrir la verdad del problema es un síntoma en sí mismo.
Un síntoma que va un paso más allá de lo que decía Servando Teresa de Mier hace dos siglos, porque sin verdad no hay forma de ofenderse o dejar de hacerlo.
Ver 130 comentarios