Le llegó un paquete dirigido a su hija. Estaba envuelto en papel de estraza, venía de San Francisco y en la pegatina de la aduana se especificaba que contenía un artículo de regalo. Y era una pequeña caja de joyería que, al principio, Lesley Brown interpretó como un detalle amistoso de alguna empresa con ganas de sumarse al carro.
Pero al abrirla, empezó a rebasar un líquido rojo, espeso y de olor penetrante. Era sangre falsa, pero no lo sabía Es posible que gritara y se le cayera al suelo. También es posible que fuera en ese momento cuando viera la carta. Lesley no tenía recuerdos precisos, pero por lo que sabemos todo eso es más que plausible. La carta, cuidadosamente doblada, estaba llena de frases “enfermizas”.
Alguien se había tomado la molestia de enviar un paquete así a miles de kilómetros de distancia para mandar un mensaje a un bebé de tres meses. El peor de los temores de los Brown parecía hacerse realidad: su hija nunca estaría segura. Hoy sabemos que no era así.
Un milagro científico
Un año antes, el 10 de noviembre de 1977, Jean Purdy estaba a punto de hacer historia sin saberlo. Se disponía a implantar las ocho células que formaban el embrión de Louise Brown en el útero de su madre. Acababa un camino de 10 años de fracasos, errores y decepciones.
Diez años antes, Patrick Steptoe, ginecólogo, y Robert Edwards, fisiólogo, habían decidido aliarse para llevar a cabo algo propio de la ciencia ficción. Steptoe había encontrado un método para extraer óvulos de mujeres fértiles y Edwars había desarrollado una manera de fertilizar óvulos en el laboratorio. Junto con Purdy, la que sería la primera embrióloga de la historia, tuvieron que realizar cientos de pruebas antes de ese 10 de noviembre.
38 semanas después, el 25 de julio de 1978, Lesley Brown entró en el quirófano para la cesárea prácticamente a oscuras. Casi nadie del equipo sabía quién era esa señora, ni por qué ese secretismo. Su marido, John Brown tuvo que visitarla en el hospital de Oldham mientras la policía hacía guardia en la puerta de la habitación. Así, en secreto, se produjo el milagro: había llegado la fecundación in vitro.
El origen de la tecnología de la vida
La fecundación in vitro es una de las técnicas de reproducción asistida más populares. Según los últimos datos, unos ocho millones de personas han nacido gracias a ella durante estos 40 años. En buena medida por su sencillez: brevemente, consiste en extraer ovocitos del ovario de una mujer, madurarlos de forma artificial, inseminarlos in vitro (normalmente a través de lo que se conoce como 'inyección introcitoplástica de espermatozoides"), cultivar los embriones, seleccionarlos e implantarlos en el útero para que, si todo va a bien, la gestación comience y llegue a término.
Este mes se cumplen cuatro décadas desde que Louise Brown, la primera bebé-probeta, naciera en un pequeño hospital del área metropolitana de Manchester y, con ella, todo lo que creíamos saber sobre legislación y maternidad se puso patas arriba.
Con el tiempo, llegaron las técnicas de congelación (a mediados de los 80), algo que permitió facilitar el proceso e incrementar las opciones de éxito. Se abandonó la dolorosa laparoscopia a la hora de 'recolectar' ovocitos y se mejoró la técnica para abordar los problemas de fertilidad masculina. Bajo el precio, se incluyó en muchos sistemas de salud y, en cierta forma (aunque no del todo), se democratizó.
Las consecuencias de ese embarazo aún las sentimos hoy: cosas como la 'gestación subrogada' tienen su origen en el debate que ya se empezó a incubar en aquellos años de la década de los 70. Y más allá, fue la antesala de los problemas que hoy empiezan a tomar cuerpo.
Brown ha estado sana, ha tenido hijas y, según sus propias palabras, ha sido feliz. El mundo, pese a lo problemas iniciales, se adaptó rápidamente a esta nueva realidad y la maternidad demostró ser un concepto mucho más flexible de lo que parecía. Hace 40 años que se abrieron las puertas de la reproducción.
Imágenes | Louise Brown
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