"Las duchas frías cambian la forma en que nos enfrentamos al miedo y a la incomodidad. Pueden, incluso, cambiar tu vida". Lo dice el empresario y blogger Joel Runyon y lo sabe por experiencia propia. Si seguimos sus apariciones públicas, veremos que no se ha cansado de repetir que las duchas frías le cambiaron la vida. El asunto es que no es el único.
En los últimos meses, las duchas frías han conquistado Silicon Valley. Junto con los ayunos o los baños de hielo, las duchas frías forman parte de lo que llaman “estrés positivo”, un extraño movimiento que se supone que nos ayudarán a vivir más tiempo, trabajar más y durante más horas.
El estrés positivo
Sobre el papel, el "movimiento de estrés positivo" plantea la necesidad de exponer nuestro cuerpo y nuestra mente al estrés. Valen duchas frías, baños de hielo, yoga caliente o cualquier actividad intensa que nos golpee y nos ayude a fortalecernos. Hay gente como Joel Runyon que lo definen como “terapia” y sostienen que ese 'estrés positivo' es una herramienta poderosa de crecimiento personal.
En la práctica, la primera reacción de aquel que se acerca al movimiento puede ser similar a la de Bruce Y. Lee: preguntarse qué clase de vida tienen sus participantes como para necesitar usar duchas frías para incorporar estrés en su vida diaria.
Sin embargo, quedarnos ahí es arriesgado. Basta con hacer una búsqueda por los foros de lifehacking para encontrar que, como si fuera un reboot de del movimiento de productividad personal, muchos trabajadores están usando las duchas frías como una forma de mantenerse despiertos y alerta para culminar con éxito jornadas de trabajo de hasta 18 horas.
Agua que no es de beber
Como ya viene siendo costumbre, en Silicon Valley no han inventado nada. La mitología de las duchas frías tiene muchos años. Llevamos usando el agua para curar y formar el carácter desde hace tanto que ya ni nos acordamos. Durante siglos, los balnearios eran templos de peregrinación de salud y, aún hoy, más de 200.000 personas los visitan cada año sólo en España.
La clave de la hidroterapia es que el agua en sus diferentes formulaciones puede provocar efectos en los sistemas del cuerpo. Y hay motivos para tomarla en serio. Son ir más lejos, en España durante muchos años la 'hidrología médica' ha sido una especialidad ofertada dentro del esquema de formación sanitaria especializada.
Porque, efectivamente, si revisamos la literatura médica disponible, encontramos que la hidroterapia vemos que la hidroterapia se usa ampliamente para reforzar el sistema inmune y para el tratamiento del dolor. Más allá de eso, se pueden encontrar referencias a efectos positivos en enfermedades cardiovasculares, endocrinas, hematológicas, inmunitarias, gastrointestinales, muscoesquléticas, neuronales o psicológicas. Cochrane tiene varias revisiones sobre el tema (1, 2 ó 3). Sin embargo, no hay evidencia clara de los mecanismos que conectan las terapias con los resultados. No está muy claro cómo actúan, vamos.
Por ejemplo, parece que la exposición al agua fría puede producir vasodilatación compensatoria en el sistema vascular más profundo y con ello una mejora del flujo sanguíneo en la zona expuesta y de una mejora de la función cardiaca. También parece que la inmersión en agua fría induce cambios bioquímicos, aumento del metabolismo y de la concentración periférica de catecolaminas. Algo que hace que estos baños puedan tener algún papel en la recuperación deportiva.
Ese "algún" es lo que (salvo contadas excepciones) no nos quitamos de encima. Por cada estudio que sugiere un efecto positivo (sobre la piel o el cabello, por ejemplo) hay muchos que no encuentran más que efectos placebos. Por ejemplo, sabemos a ciencia cierta que las duchas frías no ayudan a controlar el peso, ni a vivir más tiempo, ni a ser más fértiles. No hay pruebas de nada de eso.
¿Entonces por qué es tan popular?
Esa es la pregunta clave porque si el valor de la ducha fría es tan pequeño, ¿Por qué es tan popular? ¿Qué hace que desde hace tanto tiempo se recomiende como una forma de forjar el carácter y mejorar la salud? Y lo cierto es que, aunque puede haber razones ecológicas o económicas para ducharse con agua fría, ninguna de ellas explica su popularidad.
Sinceramente, llegados a este punto la explicación más plausible es psicológica. Hay una cosa que sí sabemos sobre la ducha fría: rebaja drásticamente la sensación de enfermedad en las personas. Sin embargo, no altera su estado de salud. Aunque tampoco tenemos muy claro el mecanismo involucrado, parece claro que la hidroterapia tiene un efecto importante en la regulación de las hormonas relacionadas con el estrés (como el cortisol).
Y eso es lo interesante. Sea por una cuestión sociocultural o por una mera respuesta fisiológica, el agua fría nos hace sentirnos mejor, nos relaja, mejora nuestra percepción de la salud. Ese parece ser motivo real por el que las ducha fría causa sensación y por el que hay que tener cuidado con los discursos que pretenden ir más allá.
Nuestra psicofisiología tiene ciertos puntos débiles (como el efecto placebo o el efecto del que hablamos hoy) que son utilizados constantemente por pseudoterapias, charlatanes y oradores motivacionales para vender sus propuesta. El movimiento del estrés positivo es un buen ejemplo. Más allá del marketing y el saber popular, no hay nada mágico en ducharse con agua fría.
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