"Si los padres dan positivo al COVID y tienen que ser aislados, la ciudad proporcionará ayuda rápida a los menores desatendidos [...] se les asignará un 'tutor temporal' o serán recolocados en lugares previstos a tal efecto". Estas declaraciones son de Zeng Qun, responsable municipal de Shanghai, y, aunque pueda parecerlo, no son de principios de 2020: las hizo este mismo sábado, 2 de abril. No se me ocurre mejor muestra de hasta dónde está dispuesto a llegar China para salir del entuerto pandémico en el que ahora mismo se encuentra.
Shanghai sigue confinada. Es decir, mientras escribo estas líneas, 26 millones de personas llevan días encerradas en sus casas a la espera de que las cifras de COVID mejoren. El problema es que no lo hacen. Pese a las medidas del Gobierno chino, el brote que afecta a la ciudad más grande de China no ha parado de crecer.
Los últimos datos oficiales hablan de 438 nuevos casos confirmados en los centros hospitalarios y otros 7.788 asintomáticos detectados en las campañas de detención y control; lo que traducido quiere decir: más que el día anterior.
Lo que viene. Y, efectivamente, son cifras modestas si las comparamos las que han manejado los países occidentales durante estos dos años. No obstante, hablamos del que en pocos días será el brote más grande del país desde que la ciudad de Wuhan se cerrara a finales de 2019. Es decir, no se trata tanto de lo que es ahora mismo, como de lo que pone encima de la mesa.
Una situación cada vez más tensa.... Y llena de incertidumbres. Porque las autoridades han pedido a los habitantes de la ciudad autoevaluarse diariamente para descartar la presencia del virus y han recomendado el uso de máscaras en el hogar o evitar el contacto con miembros de la familia. En los últimos días, varias salas de exposición de la ciudad han sido transformadas en centros de cuarentena improvisados porque la política de aislamiento estricto de los positivos sigue en pie.
...en la que faltan de alimentos, medicamentos y otros servicios. Aunque el cierre de la ciudad empezó el 1 de abril, hay zonas que llevan más de dos semanas confinadas. Y hablamos de un confinamiento realmente estricto en el que no se puede ni salir a hacer la compra. Eso ha empezado a notarse ya en los problemas de abastecimiento de alimentos (las entregas domiciliarias están desbordadas), de disponibilidad de medicamentos y de todo tipo de servicios que, atraviesan un enorme cuello de botella, en una ciudad que no está preparada logísticamente para semejante reto.
China se mantiene firme en COVIDZero. Sun Chunlan, miembro del Politburó del Partido Comunista, hizo autocrítica hace unos días e instó a “medidas rápidas y resueltas para detener la propagación de la COVID-19 en Shanghái en el menor tiempo posible”. No obstante, enfatizó la "adherencia inquebrantable" del país al "COVIDZero", pese a reconocer el coste social y económico de esta estrategia.
Tapar otros problemas. Esta insistencia en la estrategia está haciendo que cada vez más expertos piensen que no se trata de una "opción", sino que es la única forma que tiene China de frenar la epidemia tras el fracaso inmunitario de sus vacunas. Durante todo 2021 pudimos ver cómo surgían cada vez más informes que dejaban a las vacunas chinas en un escalón inferior de efectividad frente a las occidentales.
Primero, porque, aunque protegían frente a la enfermedad grave y la muerte, no eran muy efectivas frente al contagio (hablamos de eficacias en torno o por debajo del 50%). Y, segundo, porque parecía que la inmunidad decaía muy rápidamente. Al fin y al cabo, si hacemos caso a las cifras oficiales, China tiene a más del 85% de su población completamente vacunada y, sin embargo, lleva meses confinando zonas del país para tratar de frenar a Ómicron.
La tormenta perfecta. Sin inmunidad natural, con el decaimiento progresivo de la inmunidad adquirida y sin una manera de combatir el virus que no pase por repetir las mismas estrategias que se emplearon al principio de la pandemia, China se encuentra en un callejón del que es muy difícil encontrar la salida. Más aún con un Congreso del PCCh el próximo noviembre que puede complicar la vida del, hasta ahora, casi intocable presidente Xi Jinping.
Imagen | Joshua Fernandez
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