En febrero, el Centro de Investigaciones Sociológicas decidió hacer una serie de preguntas sobre "medicina complementaria" en su barómetro mensual. Los datos son interesantes porque completan la información que ya tenemos gracias a la Encuesta Nacional de Salud y las Encuestas de Percepción Social de la Ciencia de la FECYT.
Hasta aquí las buenas noticias. Los resultados del CIS son preocupantes y desmoralizantes a parte iguales: la 'desinformación' en temas de salud es toda una epidemia y, puestos en contexto, no está claro que vayamos a mejor.
Lo que dice el CIS
Pues sí, el CIS preguntaba por diferentes tratamientos no convencionales relacionados con la salud. Eso nos ha dado la oportunidad para indagar sobre qué saben los españoles sobre su funcionamiento, sobre cuánto, dónde y cómo las usan, sobre la satisfacción que les produce y sobre las razones para usarlos (o no).
Los pseudotratamientos más conocidos son el Yoga (90,3%) la Acupuntura (89,1%), la meditación (74,9%), las plantas medicinales (71,1%) y la Homeopatía (66,5%). Los menos conocidos son la Terapia Floral (22,6), el Ayurveda (10,9) y el Chi-kung (8,1)
De entre los que conocen estas pseudotratamientos y dicen saber en qué consisten, las cifras de uso son también reveladoras: el 6,2% ha ido a un profesional de la acupuntura, el 9,8% a un homeópata o el 10,4% a meditación. Eso sí, la mayoría del uso de este tipo de “tratamientos no convencionales” es puntual, aunque no deja de ser curioso que las terapias menos conocidas sean las que tienen usuarios más fieles (la acupuntura tiene un 11,3 de uso semanal frente al 45,5 del Chi-Kung).
El perfil del usuario permanece estable. Los datos de la Encuesta Nacional de Salud (2013) ya señalaban que las mujeres recurren a las "terapias alternativas" en mayor medida que los hombres y que cuanto mayor es el nivel de estudios, mayor es el uso de productos homeopáticos. Estos datos del CIS lo confirman.
Una de las partes más interesantes son las preguntas por las razones para usarlas. Las respuestas más repetidas fueron: “La gente cree y confía en ellas sin ningún motivo concreto” (33,9%), “Ayudan a tener una vida sana y equilibrada” (30,7%) y “curan enfermedades y dolencias para las que la medicina convencional no funciona” (26,3%) o “alivian los efectos secundarios” (24,3%). Cuando preguntamos solo a aquellos que usan la mayor respuesta es “para que ayuden a tener una vida sana y equilibrada”.
Un problema de prácticas comunitarias
Pero quizás el dato más interesante es que el 64% de los usuarios de pseudoterapias las conocieron por su círculo íntimo de amigos y conocidos. Desde hace muchos años, está claro que el problema de las pseudociencias no es un problema de estudios o de estatus socioeconómico: es un problema de prácticas comunitarias. Algo mucho más difícil de abordar.
Muchas pseudociencias (y sus discursos ideológicos) se incardinan en la racionalidad de las prácticas. Las ‘prácticas’ son formas de actividad humana socialmente establecidas que permiten la cooperación gracias a que tienen cierta sistematicidad y coherencia. Es decir, tienen una ‘racionalidad’ propia (unas reglas que conectan medios con fines) que no tiene por qué estar alineada con la racionalidad científica. Y, pese a ello, cumplen funciones sociales y comunitarias cruciales.
Es lo que, en línea con el trabajo de Almond y Verba (1963) podríamos llamar "culturas sanitarias" (o "culturas científicas"): un conjunto de reglas (actitudes, creencias y sentimientos) que usamos para ordenar y dar significado a nuestro conocimiento del mundo (y de la enfermedad). Lo interesante es que la mayoría de las personas somos "multiglósicas": es decir, utilizamos "variedades culturales" distintas dependiendo de cuál sea la "cultura" de prestigio en cada momento.
Podemos ser escépticos en un grupo de Whatsapp y creyentes en el siguiente sin solución de continuidad. Y ese es, precisamente, el gran reto de la educación científica actual. Como explica Javie Salas en un completísimo reportaje, los datos del CIS son una llamada de atención a las autoridades sanitarias. Pero sobre todo, los datos dejan claro que tenemos que seguir investigando para desarrollar mejores herramientas con las que combatir la pseudociencia.
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