A pesar de que el riesgo de transmisión de COVID-19 por el contacto de superficies es bajo y que las mascarillas, el distanciamiento físico y la ventilación son los métodos más eficaces para evitar ser contagiados (porque el modo principal por el cual las personas se infectan con SARS-CoV-2 es a través de la exposición a gotitas que transportan el virus), lo cierto es que la mayoría de las prácticas de saneamiento han continuado siendo las mismas.
Estamos limpiando las superficies de las cosas mucho más que antes y usamos geles hidroalcohólicos más a menudo, y con ello también estamos aniquilando todos los microbios que hay entre nosotros. Los transportes públicos de España, por ejemplo, están bajo un estricto protocolo de limpieza que incluye soluciones desinfectantes. ¿Qué consecuencias a largo plazo puede tener este saneamiento tan estricto?
Posible amenaza para la salud humana
Hay microorganismos de todo tipo viviendo entre nosotros. Por otro lado están las bacterias que cubren las superficies de las cosas, impregnan el aire que respiramos y habitan ciertas áreas de nuestro cuerpo, especialmente el intestino. Si bien algunos microbios y otras partículas microscópicas son una amenaza para nosotros, la gran mayoría son benignos. Y existe una creciente evidencia de que nuestra salud depende de nuestras interacciones tempranas y continuas con ellos. Es lo que se llama microbioma humano: los billones de bacterias que viven en nuestro cuerpo y dentro de él y que nos permiten sobrevivir.
Por ello, algunos expertos sugieren que las prácticas de higiene excesivas, el uso inadecuado de antibióticos y los cambios en el estilo de vida, como el distanciamiento social, pueden debilitar a esas comunidades bacterianas de manera que promuevan enfermedades y pongan en peligro nuestro sistema inmunológico. Así, al esterilizar nuestros cuerpos y espacios podemos estar haciendo más daño que bien. Porque la obesión por la higiene no solo priva a las personas de interacciones con bacterias útiles, sino que también puede estar llevando a la extinción a algunos microbios esenciales.
Esto es lo que se llama hipótesis de la higiene, es decir, que el exceso de higiene produce más infecciones porque debilita nuestro sistema inmune. Por ejemplo, un nuevo estudio ha relacionado la esterilización de chupetes con un mayor riesgo de alergias alimentarias en los bebés a la edad de un año. De igual modo, el exceso de antibióticos para combatir las bacterias están propiciando que estas se vuelvan más resistentes.
Mientras que se estima 33.000 personas pierden la vida cada año por el aumento de la resistencia de las bacterias solo en la Unión Europea, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) calcula que las cifras aumentarán poco a poco, pronosticando que en el año 2050, solo en España, 77.000 personas morirán a causa de la resistencia bacteriana. Así pues, en el año 2050 incluso podría haber más muertes relacionadas con superbacterias resistentes que por cáncer.
La OMS también ha publicado la primera lista de bacterias resistentes a los antibióticos, que incluye a las doce familias más letales, a principios del año 2017. Entre las bacterias que figuran en la lista está la Acinetobacter, pseudomonas y varias entero bacterias que pueden provocar infecciones graves en la sangre o neumonías. Entre las categorías con prioridad elevada figuran bacterias como la Helicobacter pylori u otras que provocan enfermedades comunes como las intoxicaciones alimentarias por salmonela o la gonorrea.
Las medidas contra la pandemia podrían estar acelerando ese proceso, según un nuevo estudio llevado a cabo por B. Brett Finlay y sus colegas del departamento de microbiología y inmunología en la Universidad de Columbia Británica. De hecho, vivir una vida más limpia a nivel de microbios podría propiciar que nos contagiemos más de COVID-19 y que sus efectos también sean más severos en nuestra salud, como sugieren investigadores de Hong Kong que han observado un vínculo entre ciertas características del microbioma y el COVID-19 más grave.
Los expertos han planteado la hipótesis de que los microbiomas intestinales enfermos pueden explicar en parte por qué los adultos con afecciones como la obesidad o la diabetes tipo 2 parecen tener un mayor riesgo de enfermedad grave por COVID-19. Incluso se especula que los factores del microbioma desempeñan un papel en el llamado COVID persistente: la confusión mental, la fatiga y otros síntomas persistentes que afligen a muchas personas después de la infección.
Un análisis reciente, de hecho, ha hallado que durante los primeros seis meses de la pandemia, entre las admisiones hospitalarias estudiadas, más de la mitad de los pacientes con COVID-19 había recibido antibióticos incluso en situaciones en las que el beneficio de esos medicamentos era incierto, lo que provocó la aniquilación por tanto de bacterias beneficiosas.
Por el momento, estas prácticas se han reducido y también se han relajado las recomendaciones de desinfección de diversos entornos. Los casos en los que se recomienda desinfectar son en entornos comunitarios cerrados donde se haya sospechado o confirmado un caso de COVID-19 en las últimas 24 horas: por ejemplo, si en tu hogar vive una persona enferma de coronavirus, o si recibes la visita de alguien con COVID-19 en ese margen de tiempo.
En los otros casos, desinfectar exhaustivamente las superficies puede acarrear más problemas que soluciones. Realmente no sabemos qué efecto tendrá toda esta limpieza e higiene extra en los pacientes y en la vida cotidiana de las personas. Este es el experimento más grande en un siglo y, lamentablemente, tenemos más preguntas que respuestas.
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