Dice el refranero que “de grandes cenas están las sepulturas llenas”. Quizás sea con esa idea en mente que hay quienes han pasado al extremo opuesto y recurren a obviar la que suele ser última comida del día. Sin embargo hay quienes discrepan de que esto sea una buena idea.
El ayuno intermitente es una de las prácticas dietéticas que ha ganado popularidad en los últimos años. Existen numerosas formas de ayuno, algunas consisten en repartir la semana entre días de ayuno y días en los que sí se consumen alimentos, otras reparten las horas del día en lugar de los días de la semana.
Un ejemplo es el patrón alimentario que reparte equitativamente las horas del día: tenemos 12 horas en las que podemos alimentarnos con normalidad y otras 12 de ayuno. Esto puede implicar que dejemos de comer a media tarde y por ello no cenemos. Otro ejemplo, algo más extremo, es el de quienes dividen el día entre 16 horas de ayuno y 8 abiertas al consumo de alimento.
El ayuno intermitente suele utilizarse para perder peso, y esa parece ser su única ventaja (y en este sentido tampoco es superior a otras dietas semejantes). Aunque algunos estudios realizados en modelos animales han encontrado otros posibles beneficios, como reducir la presión sanguínea o el colesterol, los científicos no han logrado replicar estos resultados en humanos.
¿Y cómo funciona? La clave del ayuno intermitente estaría en la denominada “flexibilidad metabólica”. Esta flexibilidad es la capacidad de nuestro cuerpo de cambiar entre fuentes de energía en función de los nutrientes a su disposición y los requerimientos de la situación.
En otras palabras, esta flexibilidad se alcanza cuando nuestro cuerpo es capaz de cambiar rápidamente entre glucosa y ácidos grasos según pasamos del periodo en el que nos alimentamos al periodo de ayuno.
Sin embargo limitar de esta forma nuestra ingesta de alimentos también puede estar vinculado con problemas para la salud. Al menos así lo observó un estudio publicado el año pasado. Los autores del estudio partieron de una muestra de algo más de 24.000 estadounidenses mayores de 40 entre quienes estudiaron su mortalidad en relación con hábitos como la frecuencia con la que se saltaban comidas.
Y comprobaron que entre quienes se saltaban el desayuno aumentaba la mortalidad por enfermedades cardiovasculares, pero entre quienes se saltaban la comida del mediodía o la cena el aumento se podía observar también en la mortalidad general.
Los autores señalan un detalle importante del estudio, y es no haber controlado variables socioeconómicas en la medida de lo que habría sido recomendable. Conviene distinguir el ayuno realizado por voluntad propia del hecho por necesidad. Las necesidades que hacen que muchas personas no desayunen o no cenen, como el estrés o la inseguridad alimentaria, pueden estar correlacionadas con salud y mortalidad.
Existen soluciones “intermedias”, no tenemos por qué atiborrarnos ni ayunar, algunos estudios científicos se han centrado en estas opciones y puede encontrarse un mayor consenso slrededor de la idea de que debemos “adelantar” nuestro consumo de nutrientes.
Dos estudios recientes realizados entre participantes con sobrepeso u obesidad comprobaron que las dietas más “cargadas” en las primeras horas del día podían resultar beneficiosas en contraste con aquellas “cargadas” en las últimas horas.
Los estudios comprobaron que, si bien no había efectos directos sobre la pérdida de peso (eran dietas equiparables en calorías), la sensación de hambre era mayor entre quienes recibían más comida por las tardes y noches. Uno de los estudios también observó menos gasto energético entre quienes se alimentaban más por las tardes.
Otro punto en el que el consenso está extendido es en espaciar la hora de la cena de la hora a la que nos acostamos. Los expertos recomiendan que pasen unas tres horas (cuatro para algunos) entre el momento en que dejamos de consumir alimentos y cuando nos acostamos. Esto podría ayudarnos a controlar nuestro peso, pero sobre todo a dormir mejor.
Finalmente, podemos considerar el qué comer. Algunos expertos recomiendan dar prioridad en las cenas a frutas y verduras y alimentos con ácidos grasos beneficiosos como el pescado o los frutos secos.
Ser capaces de atender a las necesidades de nuestro cuerpo es importante. Como explicaba la la dietista-nutricionista y cocinera Mónica Barreal a La Vanguardia, saltarse la cena no tiene por qué ser nocivo en sí mismo. Sí puede ser una mala idea cuando tenemos hambre (que no ganas de comer). Atender a las necesidades de nuestro cuerpo es importante, pero distinguir una sensación de otra no tiene por qué ser sencillo.
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