¿Has usado tu teléfono móvil en los últimos días para consultar alguna dirección postal? Entonces has utilizado, indirectamente, el servicio de un satélite. Las apps de geolocalización y esos GPS de alta precisión necesitan satélites que envíen datos a la estación. Un cohete ha puesto ese satélite en órbita. Y un montón de patentes tecnológicas han validado el lanzamiento de ese cohete.
En mitad de este escenario se encuentra una de las tecnologías más atractivas y con mayor futuro, una economía latente: los cohetes reutilizables. Seguro que a todos nos viene a la cabeza SpaceX, la empresa del omnisciente Elon Musk, pero el fundador de Tesla no está solo.
Hay muchas empresas realmente interesadas en desarrollar negocios ligados a la carrera espacial. Y, de todas ellas, tres cuartas partes han mejorado sus financiaciones respecto al pasado año. Además del trío de moda, los CEO de Tesla, Amazon y Virgin (Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson), hay otras 13 de las 500 personas más ricas del planeta invirtiendo en empresas espaciales (Bill Gates, Mark Zuckerberg, Sheldon Adelson o Larry Page, entre ellos), por un importe cifrado en 513.000 millones de dólares netos. Es fácil imaginar bajo estas cifras que no estamos ante un divertimento pasajero, sino ante la próxima big thing.
Los emprendedores que miran al cielo
En su tratado 'Asteroid Mining 101', John S. Lewis teorizaba sobre esos minerales clave que podrían condicionar nuestra evolución. El imaginario colectivo siempre ha especulado con acelerar la evolución a partir de materiales extraterrestres, caídos como maná del cielo. Hoy, la Deep Space Industries se dedica a ello con el lanzamiento de pequeñas sondas, como la Prospector-X.
Por su parte, Bigelow Aerospace se dedica a construir hábitats portátiles para astronautas. Stratolaunch Systems ha propuesto aviones especialmente diseñados para desplegar pequeñas cargas en baja órbita.
Además del trío de moda, Elon Musk, Jeff Bezos y Richard Branson, hay otras 13 de las 500 personas más ricas del planeta invirtiendo en empresas espaciales
Odyne, fundada por el ingeniero mecánico del MIT Eric Ward, ha presentado un modelo de nanosatélites de bajo coste. Ixion busca convertir las etapas superiores de los cohetes en hábitats a largo plazo. Firefly ideó un modelo para lanzar 100 nanosatélites a la vez, para ahorrar costes.
Y por tamaño no será: en Cansat, proyecto que cuenta con la cooperación de la Agencia Espacial Europea, luchan por presentar un satélite de dimensiones no superiores a una lata de refresco y con un presupuesto que no supere los 500 euros. No se trata de que todos los sistemas acaben siendo tan potentes como el satélite meteorológico más avanzado del mundo, sino de gestionar modelos funcionales, como la plataforma Valispace.
Estas son solo algunas de las compañías que miran al cielo a la hora de plantear su negocio, pero, como refrendan los datos, hay muchas más. Se calcula en 4.635 el número de satélites que orbitan en la actualidad alrededor del planeta, aunque solo estén funcionando de manera operativa 1.738. De todos ellos, 788 satélites están destinados a usos comerciales, 461 a gubernamentales, 360 a militares y 129 a usos civiles.
El número más elevado se corresponde a satélites de comunicaciones (742), pero estos dispositivos también permiten observar fenómenos climáticos, estudiar el universo, trasladar al espacio seres vivos para llevar a cabo experimentos científicos (los modelos miniaturizados —los populares cubesat y los actuales femtosatélites cuentan con funciones que van desde analizar comportamientos de densidad, presión atmosférica, radiación y demás pruebas científicas, hasta servir de cámaras fotográficas), detectar el despegue de misiles balísticos y de pacíficos cohetes civiles (los satélites de alerta temprana) o desarrollar y demostrar proyectos tecnológicos, etc.
Cohetes reutilizables made in España
Para poner en órbita a este entramado de dispositivos, nace en 2011 PLD Space, una pequeña empresa ilicitana que tiene como meta «posicionarse en el mercado de los microlanzadores». Además, se presenta como la primera empresa europea en subir cohetes reutilizables a nuestra órbita terrestre. La meta: reducir los costes de cara al cliente final.
Su comienzo no pudo ser más humilde: hacían cohetes de modelismo en la fontanería-taller del padre de Raúl Torres, uno de los dos miembros fundadores. La luz verde para hacer realidad su sueño llegó en 2013, cuando consiguieron un millón de euros en su primera ronda de financiación. En 2016, la Agencia Espacial Europea les concede 750.000€ para demostrar la eficacia de estas tecnologías de recuperación. Tras la última ronda de financiación, por valor de 6,7 millones de euros, más de 25 ingenieros trabajan ya para sacar adelante el proyecto.
PLD Space tuvo un comienzo humilde: hacían cohetes de modelismo en la fontanería-taller del padre de Raúl Torres
El proyecto cuenta con tres localizaciones —fábrica de cohetes en Elche, zona de pruebas en el Aeropuerto de Teruel y rampa de lanzamiento en la Base del Arenosillo, Huelva— y cuatro marcos de acción: industria militar, sector universitario, gubernamental y comercial.
Y quieren lograrlo a través del desarrollo de dos modelos de cohetes. Por una parte, ARION 1, cuyo objetivo es poner pequeños experimentos científicos a unos 150 km de altura. Con un desplazamiento a 1600m/s, será capaz de colocar hasta 100 kg de carga. ARION 2, por su parte, puede con hasta 150 kg, volando a una altitud entre 500 y hasta más de 1.000 km de altura.
La miniaturización de los satélites
Frente a los prototipos de PLD Space, los cohetes del pasado eran enormes. Algunos tenían un tamaño superior al de un avión comercial, lo que redundaba en un coste de lanzamiento a escala de un sistema con características físicas análogas. Los satélites eran gigantes, necesitaban serlo. «Ahora casi caben en la palma de la mano», señala Raúl.
La cohetería reutilizable va de la mano de otra pequeña revolución: la miniaturización de satélites
Y es que la cohetería reutilizable va de la mano de otra pequeña revolución: la miniaturización de satélites, la búsqueda de sistemas con el tamaño de una taza de café capaces de realizar las mismas funciones que desarrollaban sus análogos de varias toneladas. Un descenso de costes que redunda en inversiones menos arriesgadas y una mayor atracción por parte de las empresas interesadas.
Una economía que no implica viajes intergalácticos de millones de kilómetros. Comúnmente se habla de los vecindarios orbitales de la tierra (LEO), del espacio cislunar, ese volumen situado entre la órbita geoestacionaria y la órbita de la luna, más próximo a la Tierra que a la órbita lunar. La meta final es obvia: establecer estaciones a modo de nodos orbitales para desarrollar una economía espacial.
Los pequeños satélites permiten un uso asiduo de los datos que se obtienen del espacio
Los pequeños satélites permiten un uso continuo de los datos que se obtienen del espacio. Lo que propondría nuevas estrategias, desde un uso personal para tener internet en el avión mientras volamos, «tener fotografiado en tiempo real una parcela de casa», o servir a sistemas de seguridad y defensa.
Y no estamos ante una novedad improbable: los cohetes sonda existen desde hace varias décadas. En Brasil, el Centro de lanzamiento de cohetes de Alcántara se ha especializado en los últimos años en este tipo de vuelos. En el Centro Espacial de Wenchang (Isla de Hainan) ya lograron colocar varios satélites de comunicaciones, como el Shijian-18 durante el pasado verano.
Ahora ese es el reto que se han marcado dos jóvenes españoles que un día descubrieron que la velocidad no era patrimonio exclusivo de los Formula 1, y que podían mirar más allá de un circuito. Podían mirar a las estrellas.
Imágenes | Vodafone One
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