Saelices de la Sal es una pequeña villa en la que residen alrededor de medio centenar de vecinos y es famosa sobre todo, como reivindican con orgullo sus autoridades, por las salinas de San Juan, un sorprendente sistema de cocederos, pozos, albercas, canales y almacén dedicados a la explotación salinera. Hasta ahí todo normal. Lo sorprendente es que Saelices no está en ningún punto del litoral gallego, ni tampoco cerca de las playas del Cantábrico o el Mediterráneo. No. Se ubica en la provincia de Guadalajara, a 220 kilómetros en línea recta de la Costa del Azahar. Y lo más sorprendente todavía es que no es la única salina de interior de la península, un fenómeno especialmente interesante en España.
Hay incluso quien ya lo defiende como un patrimonio amenazado.
¿Salinas de interior? Exacto. Quizás el concepto resulte algo chocante, pero no todas las salinas están repartidas por el litoral. A lo largo de los siglos los artesanos han obtenido salmuera también en puntos de interior, a kilómetros de la costa, con ayuda de un fenómeno muy simple: la evaporación solar. Lo más interesante no es sin embargo que puedan resultar más o menos llamativas, sino el valor histórico que tienen en España. Las de Saelices de la Sal son por ejemplo un BIC.
Como explicaban hace unos años Katia Hueso y Jesús-F. Carrasco en un completo estudio publicado en 'De Re Metallica', así definidas las salinas de interior suponen "un fenómeno exclusivamente ibérico dentro del continente europeo". A pesar de importante ese valor distintivo, los expertos advertían sin embargo que estaban desaparecido a "gran velocidad" y abogaban por su recuperación.
¿Y en qué consisten exactamente? En "explotaciones de sal y ecosistemas halófilos asociados que se alimentan de un manantial atalasóhalino de salmuera y que es evaporada gracias a la acción del sol y del viento". Así las define al menos la Asociación de Amigos de las Salinas del Interior. Puede resultar una explicación un poco confusa por los tecnicismos, pero lo cierto es que su proceso de formación es reletivamente sencillo: su origen está en un mar. Eso sí, uno muy especial.
Si quisiéramos encontrar la génesis de la mayoría de las salinas de interior de España y Portugal tendríamos que remontarnos a hace 200 millones de años, al Triásico Superior, cuando la mitad occidental de la península estaba bajo las aguas del Mar de Thetys (Tetis), un océano que se extendía entre Gondwana y Laurasia. Avancemos en el tiempo, incluyendo en la ecuación los ciclos de evaporación y reinundaciones o los movimientos tectónicos, entre otros factores, y tendremos capas de sal fragmentadas en el subsuelo situadas a kilómetros del litoral.
¿Y cómo se convierten en salinas? Como explican Hueso y Carrasco, hay puntos en los que se fractura la capa de sales y surgen manantiales naturales de salmuera y otros en los que se forman los conocidos como diapiros, lo que da lugar a bolsas de sales próximas a la superficie. "Los yacimientos salinos en la península Ibérica se deben a depósitos sedimentarios salinos del Triásico superior. Fueron originados por el mar de hace 200 millones de años que cubría la mitad de la península", precisan desde el servicio de cultura de Castilla-La Mancha precisamente para explicar los orígenes de las Salinas de San Juan.
Allí los lugareños acabaron construyendo norias, cocederos, albercas, canalizaciones y un alfolí para la explotación salinera. El conjunto incluso incluye una ermita singular. Los primeros documentos que nos hablan de extracción de sal en la zona datan de 1203, pero hay estudios que apuntan a que probablemente los celtíberos ya conocían y aprovechaban los afloramientos de sal y que también los árabes e incluso los romanos supieron sacar provecho del valioso recurso.
¿Cuántas hay? Hueso y Carrasco vuelven a aportar información valiosa. Al menos en 2006 se estimaba que en la península había una treintena de salinas de interior en funcionamiento, buena parte de ellas en Andalucía. No son muchas si se tiene en cuenta que se calcula que a lo largo y ancho del territorio ibérico llegó a habar cerca de 250. En su web EcoSal Atlantis incluye una relación que incluye las salinas de Añana (Álava) y otras repartidas por el litoral atlántico andaluz.
Su número es especialmente significativo en zonas de la península sumergida por el mar de Tetis hace millones de años, en la vertiente oriental de la península. Y si bien hoy pueden representar un patrimonio desconocido por muchos, hay puntos en los que las salinas siguen teniendo un peso relevante. Al menos en la cultura y la tradición. En Poza de la Sal, Burgos, se ha celebrado por ejemplo la Fiesta Salinera con el impulso de la Asociación de Amigos de las Salinas. Hay referencias escritas sobre los recursos de la zona que se remontan al siglo X, pero su explotación sería en realidad muy anterior y habría experimentado un impulso con los romanos.
¿Por qué han caído entonces en desuso? Por un cóctel de factores que Carrasco y Hueso agrupan en tres grandes categorías: ambientales, sociales y económicas. Para entenderlas hay que comprender cómo funcionan este tipo de explotaciones, en las que la producción está muy supeditada a la meteorología: necesita que se den ciertas condiciones, como una combinación adecuada de sol, viento, calor y un ambiente lo suficientemente seco que permitan la evaporación. ¿Qué ocurre? Resultan menos competitivas que las salinas de costa o las minas.
Si a ese hándicap se le añaden otros, como el lento declive de los oficios artesanales, el éxodo rural o el desinterés de algunos propietarios, se obtiene el cóctel que ha derivado en su situación actual. Los expertos abogan en cualquier caso por su puesta en valor. Y lo hacen esgrimiendo también razones de orden ambiental, social e incluso económico, por su potencial turístico. Para lograrlo se han publicado estudios y constituido incluso asociaciones que las promocionan.
Imágenes: Wikipedia y José Ibañez (Flickr)
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