Tecnología y deporte han ido de la mano desde la invención del segundo. Basta observar los materiales empleados por los pioneros de cada respectiva modalidad para entender el impacto que, tanto desde el punto de vista del rendimiento como de la universalización de cada uno, han tenido los avances tecnológicos. Es natural entender que la tecnología ha hecho mucho más bien por el deporte que mal. Ahora bien: ¿ha sido siempre así? La combinación de nuevos materiales aplicados a la práctica deportiva ha llegado en múltiples ocasiones a desvirtuar la propia naturaleza de la misma. Desde la natación al ciclismo, pasando por el tenis o por el golf.
Por supuesto, aquí no hablaremos de los deportes de motor, aquellos firmemente enraizados en la evolución tecnológica de la cual viven y por la cual tienen tantos y tantos aficionados. Al contrario, el objetivo de este breve resumen es sintetizar cuándo la tecnología tuvo un efecto adverso en un deporte concreto y por qué los organismos internacionales reguladores del mismo o bien tomaron medidas o bien se lo plantearon, siempre con un debate de fondo sobre hasta dónde la tecnología debe llevar los límites del atleta.
Natación: la polémica de los bañadores
Entre 2008 y 2009 una innovación tecnológica introducida primero por Speedo y más tarde por el resto de marcas dedicadas a la natación catapultó a los nadadores. En los Mundiales al aire libre de Roma en 2009, por ejemplo, se batieron quince récords del mundo en tan sólo tres días. La evolución de las marcas anteriores quedaba totalmente desdibujada por bañadores fabricados en poliuretano que, en el caso de los hombres, cubrían ahora desde el cuello hasta los tobillos. La novedad permitió disparar las capacidades de los deportistas.
Los bañadores de poliuretano, en resumen, eran menos densos que el agua de las piscinas gracias a su particular composición molecular. Esto les hacía menos resistentes y un caramelo en dulce para los nadadores. Preocupados por el creciente número de marcas pulverizadas en tan escaso tiempo (finalmente se contabilizaron más de un centenar de nuevos récords gracias al efecto de los modernos beñadores), la FINA (Federación Internacional de Natación) decidió actuar y comenzó a revisar las reglas relativas al uso de bañadores en competiciones oficiales.
De cara a futuras competiciones, y apelada por deportistas de la talla de Michael Phelps, la FINA decidió imponer drásticos requisitos a los futuros bañadores. En lo relativo a los hombres, éstos ya no podrían cubrir la parte superior del tronco ni tampoco los tobillos. Adiós a estampas tan célebres como la celebración de Ian Thorpe de sus medallas de oro en Sidney. Y en términos generales, las nuevas prendas deberían ser fabricadas con materiales textiles, no deberían acumular aire y tanto el espesor como la permeabilidad como la flotabilidad estarían regulados por la federación. Fin de la bicoca.
Ciclismo: el récord de la hora
El Récord de la Hora, largamente anhelado por todos los campeones ciclistas de la historia, se convirtió a mediados de los ochenta en una competición por ver quién utilizaba el modelo de bicicleta más tecnológicamente avanzado con el que batir la marca del legendario Eddy Merckx, fijada en 1972. Tras una sucesión de bicicletas diseñadas con alta tecnología en las que las posturas variaban de forma notable, la Unión Ciclista Internacional decidió recuperar la bicicleta clásica con la que Merckx consiguió su récord, anulando todos los hasta entonces cosechados.
La medida provocó el descrédito de la prueba, a principios del siglo XXI, y ningún otro gran ciclista decidió acometer el reto, como había sido la norma. De hecho, el actual récordman de la Hora es un desconocido ciclista checo con logros muy menores en su palmarés. Hace muy pocos días la UCI cambiaba de nuevo su reglamento: del purismo de la bicicleta básica de los años setenta a todo avance tecnológico válido en las pruebas de pista. Un término medio, además de la recuperación de facto de los extraordinarios récords anulados, que empujará a Fabian Cancellara, uno de los mejores ciclistas del presente, a batirse contra la hora este mismo año.
Tenis, hockey y golf: el instrumento importa
La cuestión, en casi todos los deportes, se resume a dónde debemos empezar a atribuir méritos a la tecnología y dónde debemos comenzar a restárselos al atleta. Ciclismo y natación no escapan a este dilema, acaso de manera muy específica por tratarse de deportes dedicados a la velocidad. ¿Pero qué sucede en aquellos deportes donde las virtudes son otras, acaso la precisión? Que el dilema continúa vigente. El tenis no ha escapado al debate. El golf tampoco. El atletismo, en muchas de sus distintas modalidades, tampoco.
Las raquetas de madera, con una superficie de golpeo mucho más pequeña que las actuales, eran más pesadas y requerían de un mayor conocimiento de su cuerpo y de sus habilidades al tenista
Si se quería ganar, se debía invertir más tiempo en el desarrollo de virtudes puramente técnicas. Los puntos eran más elaborados, la estrategia importaba porque era muy complicado ejecutar puntos ganadores con tanta facilidad. El arte, en suma, la finura, como la llaman quienes reclaman su espíritu perdido, primaba sobre la fuerza bruta. El tenis era, dicen, un deporte más bonito.
¿Qué sucede hoy? Las raquetas ultraligeras de titanio con superficies de golpeo amplísimas han desterrado al tradicional tenista técnico cuya principal virtud era la lectura del partido y la inteligencia en la pista. El perfil del atleta moderno radicaría en una capacidad física absolutamente envidiable y en una necesidad casi patológica por terminar los puntos cuanto antes. Los puntos ganadores, de este modo, comenzarían a dominar las canchas internacionales: el juego ya no sería tan importante, la estrategia tampoco. Sólo la fuerza.
Es cierto que en toda esta argumentación también existe el clásico halo de nostalgia que invade a quienes siempre piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. El tenis, se podría argumentar, se juega ahora de otra manera del mismo modo que se juegan los demás deportes. Han sido algunos, como McEnroe, quienes han sugerido regresar a la raqueta de manera como una suerte de prueba de fuego, para limpiar del circuito internacional a todos aquellos tenistas mediocres que radican sus virtudes únicamente en las nuevas raquetas y en su físico, una combinación que les permite sobrevivir donde años atrás no lo hubieran podido hacer.
Al final depende de lo que uno entienda por deporte. La raqueta siempre tendrá que ser empuñada por un tenista, y en última instancia será el punto clave de todo ello. Algo muy parecido sucede en el golf o el hockey: el desarrollo de palos ligeros y de aluminio y otros materiales asociados a la innovación tecnológica permite golpes más certeros y un reducto de duda mínimo. Al igual que el tenis, quienes antaño tuvieran que emplear palos más pesados y menos precisos se veían obligados a trabajar la técnica mucho más. El esfuerzo y el talento relucían más, simplemente porque los mediocres quedaban en mayor evidencia. En resumen: el deporte era más difícil.
También en los deportes de pista existen dilemas parecidos: ¿no son las innovaciones tecnológicas aplicadas a las carreras de velocidad (camisetas con mejor resistencia al viento, zapatillas muy poco pesadas) una ventaja exponencial para las nuevas generaciones a la hora de batir récords? ¿O no se puede decir lo mismo acaso de las pértigas ligeras que permiten saltar más alto? ¿Qué porcentaje de esas marcas que se baten hoy en día vienen determinadas por la tecnología y qué porcentaje es dictaminado por el talento individual?
Fútbol: de balones giratorios
Pero la tecnología no es por defecto siempre positiva o bien acogida en un deporte. Si bien la evolución de los balones reglamentarios siempre había favorecido las condiciones en las que practicar el fútbol, la innovación tecnológica introducida recientemente por Adidas en sus balones destinados a competiciones oficiales (Mundial y Eurocopa) no satisfizo a prácticamente nadie. Desde la llegada del Roteiro en la Eurocopa 2004, celebrada en Portugal, los nuevos balones siempre han estado acompañados de polémicas varias.
El ejemplo más significativo fue el del pasado balón del Mundial 2010, en el que la selección española se proclamó campeona. El ya célebre Adidas Jabulani, ensamblado de una pieza, sin costuras, provocó estragos en las porterías de casi todas las selecciones. Goles imposibles desde distancias lejanas (véase el increíble gol de Giovanni van Bronckhorst a Uruguay en una de las dos semifinales), quiebros, disparos cuya trayectoria se modifica hasta dos veces durante su ejecución y ridículo generalizado para los porteros del campeonato. Tal era su ligereza que fue comparado con un balón de playa. Y tal su importancia que pasó a la historia en el mismo escalón que al vuvuzela.
¿Atleta o innovación tecnológica?
Al final, el debate se resume a una cuestión que se remonta a la esencia misma del deporte: ¿hasta qué punto las innovaciones tecnológicas pueden suplantar el desempeño del deportista? ¿Es saludable para los deportes que la ciencia interfiera en el talento, que las mejoras tecnológicas puedan desvirtuar el resultado de una competición? Las posturas, por supuesto, difieren notoriamente.
Por un lado, los más clásicos, podrían argumentar que el deporte ha perdido naturalidad en pro de un efectismo y un espectáculo mal entendido. El aumento de la competitividad y la profesionalización de muchos deportes ha contribuido, asimismo, a buscar cualquier ventaja que permita doblegar al rival. Como consecuencia, el deporte es menos interesante: ya no se trata de competiciones mano a mano, fuerza natural contra inteligencia, como de atletas hiperespecializados utilizando herramientas infalibles. La natación sería el ejemplo más evidente de todo ello.
Por otro lado, los más heterodoxos, podrían defender la necesidad del deporte de reinventarse. No es lógico ni tampoco positivo para las diferentes disciplinas deportivas mantenerse ancladas en un pasado irreal. Requieren de evolución del mismo modo que el resto de la sociedad evoluciona: un estancamiento en sus raíces proto-tecnológicas incurriría en su decadencia. No sólo eso: espantaría a los fabricantes y patrocinadores y, en resumen, convertiría al deporte en un oasis del pasado sólo interesante para nostálgicos.Sin duda, la realidad se ubica en un término medio. La incorporación natural e inevitable de nuevas herramientas tecnológicas que permitan evolucionar al deporte se debe compaginar con una regulación sensata que no prime al deportista mediocre sobre el talentoso ni que desvirtúe el espíritu de la competición. Un adecuado término medio contentaría tanto a nostálgicos irredentos como a seguidores de la innovación hasta sus últimas consecuencias. El debate, no obstante, queda lejos de estar zanjado. ¿Vosotros qué opináis?
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