El 20 de abril Apple abrió la lata de los podcasts de pago en su plataforma, las suscripciones mensuales con guita de por medio. Unos días después, Spotify, que lleva tiempo tomándose el podcasting más en serio que cualquier otro (te estoy mirando a ti, Apple), anunció lo mismo para su aplicación, pero con mejores condiciones económicas para los podcasters. Los suecos sabrán.
En el pasado hemos visto aproximaciones similares, como la de iVoox con sus Originals, programas solo disponibles en el plan premium; la de Amazon con Audible, más orientada a creadores seleccionados con mucho rodaje previo; o la de Podimo, con monetización para creadores pero con unas finanzas algo más complejas. Varios enfoques para lograr monetizar de forma directa el podcasting, pero que con el empuje de transatlánticos como Apple y Spotify cobrará una nueva dimensión. Esa es mi gran esperanza: facilitar y normalizar el pago por los podcasts implicará una profesionalización forzosa mucho más complicada hasta ahora. No lo digo como podcaster, lo digo como oyente.
El contrato contra la desilusión
Llevo el suficiente tiempo en el podcasting, tanto delante del micrófono como debajo de los auriculares, como para tener detectado el patrón predominante en quien se lanza a crear un podcast. En muchos casos, amateurs o corporativos, el proyecto muere a las pocas semanas o meses por las escasas reproducciones de cada episodio y la falta de ideas sobre cómo avanzar en ese sentido. Poco que hacer, y las suscripciones de pago difícilmente son una opción si la audiencia no ha alcanzado unos mínimos.
Los buenos podcasts con audiencias aceptables tendrán así un incentivo para no bajar el ritmo y caer en sequías que duran meses
En otros casos, el proyecto sobrevive un buen tiempo porque sí logra buenas cifras de escuchas, pero llega un momento en el que las obligaciones laborales o familiares pesan más que lo que también se ha convertido en una obligación sin un retorno directo. En ese punto amargo viven varios podcasts que escucho: no están abandonados, pero la falta de ese retorno les hace caer en su lista de prioridades, pasan a encadenar unos cuantos episodios seguidos con meses de sequía. Imposible convertir en costumbre (diaria o semanal) su escucha.
Comprendo a quien se queje por estos movimientos. Ver cómo lo que solía ser gratuito pasa a costar dinero siempre implica fricciones y desilusiones, pero nada como el dinero para servir de aliciente a la constancia. Las palmadas en la espalda y los agradecimientos reconfortan, pero con un límite. Y los precios que podemos esperar para esos podcasts de pago son bastante reducidos. El mínimo de Apple es 0,49 dólares al mes.
El formato vídeo no ha necesitado del sonido de la plata para subsistir, en muchos casos muy bien; al menos para enfocarlo como unos ingresos complementarios a un trabajo tradicional. Su escala es otra: lo que en YouTube son cuatro gatos en el podcasting es multitud.
Con unos pocos puede valer
Yo pago por un podcast semanal. Esos tres euros mensuales me aseguran que cada viernes al amanecer, el episodio que espero estará ahí. Sin excusas, sin parones de semanas, sin retrasos. El creador tiene un contrato con los que pasamos por caja cada día 1: nosotros le pagamos, usted cumple con las entregas.
Podemos hablar de los patrocinios como alternativa gratuita. Bueno, por supuesto que es posible y por suerte ocurre, pero forma parte de una larga conversación adicional que se puede reducir a: las agencias publicitarias tienen pocos alicientes para dedicar tiempo y dinero a los podcasts, y los podcasters amateurs que cosechan buenas audiencias carecen de conocimientos y contactos como para arrancar con ello. Se puede, pero no es habitual llegar hasta ahí.
Una suscripción de uno o dos euros al mes ahorra el proceso y con llegar a doscientos o trescientos suscriptores puede ser más que suficiente para mantener el ritmo y tener un aliciente fijo cada mes. Nadie pide hacerse rico con un podcast semanal, pero que al menos dé pagar un par de cenas al mes y que el hosting y el micrófono salgan gratis.
Espero que mis podcasts favoritos, especialmente aquellos a los que les cuesta mantener la constancia, se animen a dar el salto al pago y así alcancen un ritmo fijo de publicación, sin más sequías. "Gratis" siempre sabe mejor, pero el recorrido suele ser menor.
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