Siete años y medio. Ese es el tiempo que ha tardado Chrome en coronarse como el navegador más utilizado en todo el mundo. Lo es ya de forma unánime, porque aunque según los datos de Statcounter eso ya había ocurrido hace meses, en NetApplications Marketshare los datos -que se miden de otra forma- revelaban que aún quedaba terreno por conquistar. Eso ha ocurrido durante el mes de abril, en el que el navegador de Google ha superado por fin a los navegadores de Microsoft, Internet Explorer y Edge.
La cuota de mercado de este navegador de escritorio -en móviles las cosas son muy distintas- supera hoy en día a todos sus competidores, pero ¿qué significa eso para Google? El impacto de este dominio es evidente para la empresa que basa buena parte de su estrategia en la nube, pero curiosamente ese dominio en el escritorio no es aparentemente tan relevante porque hoy por hoy el mundo es de los móviles y, sobre todo, de las apps.
¿Google = internet?
Otras empresas lo han intentado con otras tácticas, pero si hay una empresa a la que uno asocia con internet de forma indivisible esa es Google. El gigante de las búsquedas empezó centrándose en resolver ese problema, pero poco a poco ha ido dando el salto a nuevos servicios y productos en los que internet y la World Wide Web eran pilar fundamental de dichos proyectos.
Ha ocurrido con todos esos servicios que tienen el mismo nombre ('Google') pero distintos apellidos: Gmail, Maps, Docs, Drive, Google+, Hangouts, o YouTube. Antes que el smartphone conquistara nuestras vidas todos estos proyectos tuvieron su base en el navegador, así que controlar el navegador era también controlar los ingresos que podían proceder de dichas herramientas.
Aquí era evidente que Google necesitaba tratar de ofrecer una solución a su dependencia de otros navegadores. Microsoft trataba de imponer sus propias reglas de juego y durante años lo consiguió, algo que probablemente influyó en la decisión de Google de apostar por su propio navegador.
Cuando Chrome apareció en 2008 se convirtió rápidamente en una alternativa especialmente interesante en este segmento, con muchas virtudes en materia de simplicidad, velocidad y seguridad que pronto lograron provocar que se hiciese un hueco en el mercado. Su soporte de extensiones fue sin duda una de sus claras características destacadas, y aquí hay que destacar el hecho de que se mostraran lo suficientemente coherentes como para no prohibir componentes que les perjudicaban a nivel de ingresos, como las extensiones que bloquean anuncios en sitios web.
Eso fue sirviendo para que Chrome se convirtiera en palanca de los servicios de Google y sobre todo en un refuerzo para sus ingresos publicitarios. Mejor quedarse con todo el pastel que tener que repartirlo por ejemplo ofreciendo ingresos por búsquedas en navegadores como Opera o, desde luego, Firefox, ¿verdad?
Aquella velocidad que nos capturó a todos los usuarios de Chrome pronto fue aderezada con otras ventajas, sobre todo en lo que respecta al soporte de estándares y nuevas tecnologías web. En Google no paraban de innovar con un ritmo frenético que acabó afectando a sus competidores: En Mozilla se sumaron a esas frecuentes actualizaciones -desde 2002 a 2011 solo llegamos a Firefox 5.0, y ahora ya vamos por Firefox 45 en el canal estable y a Firefox 54 en las compilaciones nocturnas- y se activó una guerra de actualizaciones que acabó favoreciendo a Google.
Más cuota significa más publicidad... y más datos recolectados
Los beneficios para Chrome son evidentes en cuanto uno se para a pensar en lo que dependemos del navegador hoy en día. Es la aplicación con la que nos relacionamos la mayor parte del tiempo en el escritorio, porque allí el concepto de una aplicación por servicio no tiene tanto sentido como en el móvil. El navegador es el centro de nuestra experiencia con el PC y el portátil a menudo, y por eso conquistar ese terreno supone un éxito brutal para Google.
De hecho lo es por dos poderosas razones. La primera, el hecho de que Google se nutre de la publicidad, y esa publicidad está muy presente en todos sus servicios y, desde luego, en su buscador. El mismo que luego Google trata de ofrecer en otros navegadores es parte integral de nuestra experiencia en internet, y el posicionamiento de resultados patrocinados ha convertido en este servicio en un gigantesco tablón de anuncios.
Pero luego está el otro apartado, probablemente tan relevante o más que el de la publicidad. Cada vez que usamos la célebre omnibox -la barra de direcciones que también sirve como barra de búsqueda- estamos regalándole a Google datos sobre nosotros, nuestras preferencias y nuestro comportamiento online. Lo que buscamos sirve para ese propósito de ofrecernos una publicidad más personalizada, y a su vez nutre un dantesco entramado en el que nuestras consultas -debidamente anonimizadas, aseguran siempre en Google- y nuestra interacción con sus servicios permite mejorar esos productos para que a su vez éstos nos resulten más útiles e indispensables.
Las ventajas visibles en el terreno de la publicidad y su negocio de búsquedas se combinan con las invisibles: ese reconocimiento de marca hace que como comentábamos anteriormente uno relacione a Google con internet y a internet con Google de manera indivisible.
Móviles, aplicaciones y los peligros del ecosistema cerrado
Lo que ocurre en el escritorio es distinto de lo que ocurre en el segmento de los dispositivos móviles en los que el navegador no ocupa una posición tan destacada. Las aplicaciones móviles han hecho que el navegador pierda relevancia, algo que precisamente pretendía solventar con Firefox OS. Aquel sistema operativo devolvía el protagonismo a la web también en el móvil, pero los usuarios lo dejamos claro: nos gustaban demasiado las aplicaciones.
Eso ha hecho que el enfoque de Google tenga que cambiar allí. Aunque Chrome y el navegador nativo de aquellas primeras versiones de Android tienen una amplia cuota de mercado, su impacto en el terreno de la publicidad o la recolección de datos no es tan determinante.
Es por esa razón por la que Google ha trabajado duro en clientes nativos de sus servicios en los que de nuevo la publicidad y la recolección de datos siguen los mismos patrones que ya habían seguido en su navegador de escritorio, y como en ese caso el objetivo es el mismo: el control y esa obsesión por encerrarnos en un ecosistema en el que dependamos demasiado de sus servicios.
Eso, claro está, tiene un peligro que estamos comenzando a ver en otras aplicaciones que quieren convertirse en nuestra puerta de acceso al mundo. Facebook es la que más está avanzando en ese terreno con servicios como WhatsApp o su propio Facebook Messenger, pero lo mismo podríamos decir de Apple -aunque su pata en la nube nunca ha estado bien resuelta-, Microsoft o desde luego Google.
Todas ellas utilizan su posición de nuevo como palanca para imponer sus propias tecnologías. Lo estamos viendo con Facebook y sus Instant Articles, Safari y su bloqueo de contenidos o Google y su plataforma AMP que "capa" la internet que conocemos para ofrecer una versión especialmente adaptada al móvil.
Es cierto que Google defiende este estándar indicando que se trata de un proyecto Open Source, pero surgen cuestiones sobre si el desarrollo de esta iniciativa realmente estará abierto a otros organismos como Mozilla, algo que explicaba un desarrollador que se hacía una pregunta especialmente válida: ¿por qué el proyecto no fue liderado y lanzado por la W3C, que se encarga de desarrollar los estándares web tradicionalmente?
Exacto. Y ahí es donde se revela el peligro de contar con una plataforma dominante en el mercado. No sería la primera vez que una empresa aprovechase esa posición, así que estaremos atentos porque ese dominio de Chrome, por mucho que nos guste el navegador, podría tener consecuencias peligrosas.
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