La calidad de sonido de las grabaciones que consumimos es uno de los grandes caballos de batalla a los que nos enfrentamos los entusiastas de la música. Parece razonable asumir que el desarrollo de la tecnología debería permitirnos disfrutar una calidad de sonido más alta que en anteriores décadas. Y sí, desde un punto de vista estrictamente técnico tendría que ser así.
Sin embargo, no lo es. Actualmente se producen algunas grabaciones con una toma de sonido excepcionalmente cuidada, pero esto no es lo habitual. La música que consumimos de forma masiva no suele ofrecernos la mejor calidad de sonido posible. Por supuesto, hay excepciones, pero se trata de eso; son excepciones a la norma.
Y la norma por la que se rigen buena parte de las productoras musicales defiende que lo que les interesa es que los consumidores percibamos que su música suena mejor que la de la competencia (aunque realmente puede no ser así). Y también persigue que suene razonablemente bien en los dispositivos más utilizados por los usuarios, como los smartphones, lo que a menudo impide sacar el máximo partido posible a los mejores equipos de música disponibles.
En cierto modo esta estrategia de la industria de la música es una huida hacia delante. Y, curiosamente, viene de lejos. Aunque las discográficas comenzaron a coquetear con estas prácticas mucho antes, la guerra del volumen alcanzó su punto álgido a mediados de los 90 como resultado de la popularización del CD. Y, desafortunadamente, ha llegado hasta nuestros días a pesar de que muchos músicos y técnicos de sonido han alzado la voz para posicionarse en su contra.
Qué es la guerra del volumen y por qué degrada la calidad de sonido
La estrategia más eficaz a la hora de incrementar la calidad de sonido de una grabación, sin entrar en los detalles de índole técnica más complejos, pasa por utilizar un equipo de grabación de la máxima calidad posible, y también por recurrir a técnicas de procesado que preserven la integridad de la señal original.
Curiosamente, nuestro sistema auditivo, en el que nuestro cerebro ejerce un rol esencial, nos invita a creer que un nivel de presión sonora más alto está asociado a una mayor calidad de sonido. Y, en realidad, no tiene por qué ser así.
Los músicos y los técnicos de esta industria se dieron cuenta hace décadas de que podían aprovechar esta peculiaridad del sistema auditivo humano para ofrecer a los consumidores la sensación de que sus grabaciones tenían más calidad, pero sin necesidad de preocuparse por refinar sus equipos de grabación y depurar sus técnicas de producción. Podían conseguir su objetivo por la vía rápida: incrementando el volumen mediante técnicas de procesado de la señal original.
El problema es que esta estrategia en realidad no incrementa la calidad del sonido. Cuando se codifica la música en el dominio digital es necesario definir la amplitud máxima que puede tener la señal original, y para incrementar el volumen a menudo los técnicos se ven obligados a reducir esta amplitud y ecualizar la señal.
Al incrementar el volumen el rango dinámico puede verse recortado y la distorsión puede aumentar
Pero esta decisión tiene un precio. Y es que al hacerlo el rango dinámico puede verse recortado. Una forma sencilla e intuitiva de entender qué es el rango dinámico consiste en identificarlo como la diferencia que existe entre el sonido más tenue y el más intenso de la señal musical.
Lo ideal es que esta diferencia sea lo más amplia posible porque de esta forma la señal musical podrá recoger un mayor número de niveles de ganancia. El problema es que al recortar el rango dinámico la señal puede verse degradada debido a que aquellas porciones en las que intervienen los picos más altos se pierden.
Esta manipulación desencadena en la práctica una pérdida de información que nuestro sistema auditivo es capaz de identificar cuando reproducimos la grabación en un equipo de música de cierta calidad.
Pero esto no es todo. Con frecuencia el procesado digital al que los técnicos de sonido someten la señal original para incrementar su nivel de presión sonora también provoca que se incrementen algunas formas de distorsión.
Lo paradójico es que al final la búsqueda del incremento de la calidad de sonido por el camino fácil, que, como acabamos de ver, consiste en recurrir a un truco, provoca que, en realidad, la calidad de algunas grabaciones se deteriore. Este efecto no se percibe con la misma claridad en todos los álbumes, pero en algunos de ellos es sorprendentemente evidente.
Cómo podemos saber qué versión de una misma grabación es la mejor
Como hemos visto, la guerra del volumen alcanzó su máximo esplendor durante el pleno apogeo del CD, y, afortunadamente, ha ido perdiendo fuerza a medida que este formato ha ido dejando paso a la distribución de la música a través de los servicios de streaming.
En 2011 el investigador Emmanuel Deruty publicó un interesantísimo artículo en el que analizó cómo había evolucionado el rango dinámico desde mediados de la década anterior, y su conclusión fue esperanzadora: la guerra del volumen ya había comenzado a remitir.
El papel que están jugando los servicios de streaming está siendo decisivo debido a que muchos de ellos están exigiendo a las productoras musicales que asuman un proceso de normalización de la música que les entregan. Lo interesante es que esta regulación reduce sensiblemente el margen que tenían los técnicos a la hora de procesar el audio para incrementar el volumen en detrimento del rango dinámico.
Aun así, la guerra del volumen no ha desaparecido del todo, especialmente si nos ceñimos a la música en formato físico que podemos encontrar en las tiendas. Curiosamente, si nos hacemos con varias versiones en CD de un mismo álbum es probable que identifiquemos que su calidad de sonido varía de unas a otras como consecuencia de la manipulación del rango dinámico de la señal original.
Afortunadamente, los entusiastas podemos averiguar cuál es la versión de más calidad, aunque para hacerlo necesitaremos reproducirlas en un buen equipo. Y, sobre todo, es esencial que igualemos el nivel de presión sonora de todas ellas utilizando un sonómetro. Si no lo hacemos caeremos en la trampa que ha dado lugar a todo este follón: es probable que creamos que la versión de más calidad es la que suena más alto, y seguramente no será así.
También es importante que escuchemos todas las versiones en una misma sesión para evitar que nuestra memoria auditiva nos traicione. Si no estáis acostumbrados a hacer este tipo de pruebas, no os dejéis intimidar por la necesidad de llevar a cabo una escucha analítica. En este artículo os explicamos con todo detalle cómo abordarla, pero lo mejor de todo es que es una práctica muy disfrutable. Prometido.
Imágenes | Mart Production | Hudson Marques
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