Prestad atención. El relato que os voy a contar está lleno de aventuras. Narra la historia de un joven inseguro pero lleno de orgullo que hubo de tropezar hasta tres veces para lograr su sueño. Pero sí, podéis estar tranquilos: al final ganan los buenos.
Decía Pablo Picasso que «los grandes artistas copian, los genios roban». Acostumbrados a este tipo de citas, tan sobadas, es difícil encontrar artículos que hablen de Mamoru Hosoda sin citar a Hayao Miyazaki, el gran patriarca del Estudio Ghibli. Aunque ese puesto de «legítimo heredero» le encaja bastante mejor a Makoto Shinkai.
En Hosoda hay influencia de Miyazaki, es obvio, pero también de Isao Takahata, de surrealistas italianos o del cineasta español Víctor Erice. Se puede rastrear pintores como Anders Zorn y muchos planos del western clásico. En cualquier caso, mejor dejar el name dropping a un lado y las sillas sin ocupar para quien las reclame. Mamoru Hosoda ya ha construido su propio trono.
Infancia rural
Mamoru Hosoda, también conocido bajo el alias de Katsuyo Hashimoto, nació el 19 de septiembre de 1967 en el distrito de Nakaniikawa, prefectura de Toyama, más concretamente al norte de Kamiichi, con vistas al monte Tate, conocida como los «Alpes del Norte» en Japón —con una altitud por encima de los 3.000 metros—.
Mamoru Hosoda vivió hasta los 18 ajeno al bullicio de las grandes ciudades
Criado por una madre estricta que se hizo cargo de todas sus necesidades, Hosoda recibió, ya en la primaria, el oprobio de otros niños burlándose por su condición de huérfano de padre. Temeroso y con una ligera tartamudez, Hosoda pasaba su tiempo ayudando en las tareas hogareñas.
Como siempre que puede gusta en relatar, en la navidad de 1979 su madre le llevó a ver ‘El Castillo de Cagliostro’, segundo largo contando las aventuras de ese ladrón icónico llamado Arsenio Lupin. Fue entonces cuando conoció a Miyazaki, cuando descubrió el poder de contar historias de la animación. Y quiso ser director.
Adolescencia artística
Su primera incursión en el mundo artístico llegó a través de su inscripción en la Escuela de Arte de Kanazawa, la famosa Bidai donde también estudió Shigeru Miyamoto. En la escuela se especializó en pintura al óleo, pero pronto se desinteresa, a favor del arte moderno y el mundo del celuloide.
Con 18 años ya coqueteaba con una Super 8, rodando pequeños cortos para proyectos futuros. Llegó a producir más de 50 películas, algunas usadas en performances para la universidad. Incluso creó su propio film animado, de aproximadamente un minuto de duración, donde se describen varios aviones de combate. Y con esto se presentó al mundo laboral.
Su primer rechazo… y su primer trabajo
Antes de llevarse un Japanese Academy Award en animación con cada cinta publicada, los comienzos de Hosoda fueron de todo menos fáciles. Recién graduado, su punto de mira estaba claro: el Estudio Ghibli. El examen para formar parte del equipo de formación requería presentar dos pinturas de temática libre. Hosoda presentó más de 150 obras. Esto causó revuelo en Ghibli. Aún así fue rechazado, pero no de la manera común.
Hosoda fue rechazado para formar parte del equipo de ilustradores del Estudio Ghibli
Sólo dos candidatos recibieron una carta escrita por el gran maestro. Miyazaki le escribió de puño y letra explicando los motivos de su negativa, hablándole de lo duro y agotador que sería para alguien tan joven entrar a formar parte de la industria, instándole a seguir trabajando y perseverar.
Y eso hizo. Con su proyecto en las manos, participó en un evento de selección donde fue escogido por Toei Animation e invitado a trabajar en Tokio. Cuando le preguntaron, de un amplio casillero de puestos, él sólo señaló el de director.
El affaire con Toei Animation
Tras algunas colaboraciones menores —fue animador para Dragon Ball Z, con destacada importancia en la película Estalla el Duelo— en 1991 comienza a trabajar en Toei.
Primero como director de animación en Sailor Moon Super S: The Movie, posteriormente en el capítulo 21 de Digimon Adventure, en dos OVA’s para la serie ídem enfocadas al mercado occidental (Bokura no War Game!, publicada en marzo del año 2000) y, finalmente, en aquel dichoso largometraje 3D, consolidando esta nueva franquicia fuera de tierras niponas. Un éxito que aún hoy perdura.
Por aquel entonces Hosoda ya ganaba 25.000 yenes y era ese director en ciernes que todo el mundo quería conocer.
Y el fracaso de ser demasiado exigente
Pongámonos en contexto: el Hosoda fanboy del Estudio Ghibli ya no era ningún niño, había dejado aparcados los lazos familiares para sentarse en la silla del director. Pero aún quedaba ese joven que necesitaba demostrar al mundo sus aptitudes por medio de la cantidad, del exceso. A trabajador no le iba a ganar nadie.
En Ghibli querían que Hosoda dirigiera su nueva película, 'El Castillo Ambulante'
Entonces recibe una llamada de teléfono: en Ghibli quieren contar con él para el guión y dirección de una nueva cinta: ‘El Castillo Ambulante’. Y no iba a ser fácil: el material original de la novela —de la prolífica escritora londinense Diana Wynne Jones— se hacía muy cuesta arriba.
Tras el éxito de ‘El Viaje de Chihiro’, en Ghibli querían seguir la senda, auspiciando un producto de gran factura. Hosoda contaba con su propio equipo “privado”. Y fue a partir de estos trabajadores cuando se descubrió que el proyecto estaba completamente estancado. Ocho meses en los que el guión gráfico constaba de apenas dos docenas de bocetos.
Storyboards del primer guión.
El 21 de abril de 2002 fue convocado por el productor para que entregara las llaves el proyecto. Estos poderes pasaron a manos de Akihiko Yamashita, algo que lo devastó personalmente. En cualquier caso, Miyazaki tomó el control de ‘El Castillo Ambulante’ y la convirtió en la cinta que es: la prueba última del talento virtuoso de Ghibli.
Días en alta mar
Verano de 2002. Como Ulises, Hosoda andaba perdido en ese remar demasiado fuerte, vagando entre uno y otro encargo de tercera fila. A sabiendas de su último traspiés, Toei Animation le dio calabazas a sus ofertas de dirigir «algo nuevo». Pero a cambio le encargó trabajar en su serie de chicas mágicas Ojamajo Doremi Dokkān!, —cuarta temporada, capítulos 40 y 49, aunque realizó guiones gráficos para otros 6 capítulos—.
El resultado hizo eco entre los especialistas. Y llamó la atención del artista Takashi Murakami, quien llevaba algún tiempo trabajando con Louis Vuitton en su línea Multicore. Ambos, con banda sonora de Fantastic Plastic Machine, trabajaron en el corto Superflat Monogram, convertida en una pieza de culto instantánea y siendo primer comercial animado de la marca.
Más magia, más barcos
Y no se detuvo ni un momento: cambió de registro para el serial Ashita no Nadja, encargándose de los créditos iniciales y finales de la serie, colaborando en la planificación de personajes y dirigiendo los episodios 5, 12 y 26. También se encargó del opening de Samurai Champloo.
En 2005 llama la atención del estudio MADHOUSE: todo cambiaría a partir de aquí
Al año siguiente vuelve con Toei para dirigir el sexto largo de la popular serie de piratas One Piece. ‘El barón Omatsuri y la Isla Secreta’ se convierte en un taquillazo, debutando en tercera posición con una recaudación de 1,2 millones durante la primera semana. La Tripulación del Sombrero de Paja estaba en buenas manos con él.
Mientras tanto, su madre cayó enferma. Ella le instó a seguir luchando por su sueño: volver a su tierra natal sólo lo sacaría del circuito de posibilidades que se abrían en el mundo de la televisión y el cine. Es entonces cuando llama la atención de MADHOUSE, el estudio padre de Trigun, Death Note o Vampire Hunter D, hogar de todas las cintas de Satoshi Kon y uno de esos núcleos creativos que no puedes dejar escapar.
Saltando a través del tiempo
Y aquí es donde nace la leyenda. Mamoru Oshii era otro de los nombres que sonaban para encargarse del proyecto, que por aquel entonces andaba colaborando en la planificación de Blood +. El proyecto no era otro que la secuela de la novela ‘La chica que saltaba a través del tiempo’, escrita por Yasutaka Tsutsui en 1967 y autor, entre otras, de Paprika —sí, la que adaptó Satoshi Kon, reventando la animación tradicional—.
Sólo se distribuyeron 14 copias en el estreno de 'La chica que saltaba a través del tiempo'
Aprovechando parte del material que quedó fuera de DoReMi, de ciencia ficción con tótems y tatuajes, Hosoda cogió el guión de Satoko Okudera y le dio un buen meneo. La joven Makoto Konno, con voz de Riisa Naka, es capaz de hacer grandes sacrificios por la amistad… y el amor.
Al principio no hubo gran clamor popular, sólo se distribuyeron 14 copias: MADHOUSE tenía intención de sondear el mercado para producir después un pequeño anime. Pero la cinta empezó a crecer, boca a boca, y hasta el propio novelista dio su enhorabuena. Por fin el éxito tenía nombre propio: arrasó en los Tokyo Anime Awards y puso a Hosoda en el mapa de los occidentales que solo consumen anime cuando un ciclo comercial lo recomienda.
La guerra digital
Saltamos a 2009. Siguiendo con la fructífera relación entre Hosoda y la brillante guionista Satoko Okudera, el siguiente proyecto de Madhouse supondría un cambio de registro.
En ‘Summer Wars’ hay tanto de la Alicia de Carroll como del Oz de Lyman Frank Baum, está presente la fanfarria folklórica o los registros más cute de Hirokazu Koreeda —es decir, historias de amor adolescentes—.
‘Summer Wars’ narra la vida diaria en una red social, un mundo virtual donde puedes ser lo que quieras, medrar a base de vencer a otros, realizar actividades, echarte un ligue o incluso intentar destruir el mundo real desde el digital. Terrorismo en las redes, criptografía inspirada en eventos reales y jerga de videojuego: tan vigente como el primer día.
Okudera aportó la parte más tecnológica de esa red paralela, el espionaje social y el uso de avatares.
Insistió en convertir a 80 miembros de una familia en los protagonistas de Summer Wars
Hosoda aportó el contexto histórico y la influencia de su vida personal: acababa de casarse y conocer a la enorme familia de su esposa, que vivía de forma bastante comunal. Insistió en meter a los 80 miembros de una familia, el clan Sanada, y convertirlos en los protagonistas de la cinta.
En cuanto al dibujo, Hosoda se deja llevar por las postales más bucólicas de la ciudad natal de su esposa, y por los restos del Murakami más lisérgico en la contrapartida digital, recurriendo a CGI para ciertos modelados y efectos de profundidad. Un éxito viral que llevó a licenciar un manga para continuar con las historias de los Sanada.
Una camada que alimentar
Tras ocho años de idas y venidas al hospital, su madre acababa de fallecer. Allí, sentado en una silla de hospital, charló con su tío de los viejos tiempos, de las malas condiciones que vivieron apenas una generación atrás. ¿Cómo fueron capaces de criar hijos tras los desastres de la guerra? No olvidemos que Tomaya fue arrasada entera por bombarderos estadounidenses durante el verano de 1945.
En todas sus cintas, las mujeres son el núcleo que enfrenta el problema, protagonistas por derecho propio
Y ambos llegaron a la misma conclusión: indistintamente de la generación en la que vivas, criar a un hijo es árdua tarea. Y su señora, por cierto, estaba embarazada.
Con este escenario, Hosoda quería contar una historia de maternidad tributaria. En todas sus cintas, las mujeres toman el protagonismo, son el núcleo que enfrenta el problema, pero esta vez quería ir un paso más allá. Y no quería usar CGI, sino volver a la animación tradicional, transcribir las gotas de lluvia o la brisa del viento con papel y lápiz.
Los niños lobo
Quizá su cinta más aclamada. Emancipado ya de MADHOUSE y asentado en su recién inaugurado Studio Chizu, Hosoda concibió un arco que abarcaba los 19 años de vida en los que una madre viuda tiene que criar dos hijos medio lobo.
Un poco de contexto: en Japón no hay lobos. La última raza superviviente fue el ōkami, la variedad más pequeña. Y cuenta con un gran valor dentro del folklore del país: antes de la Era Meiji, se cree que los lobos protegían a los pueblos, de aquí que muchos santuarios sintoístas los asuman como deidad. Los lobos no mutan —no cambian de identidad—, sino que sobreviven y se adaptan. Los ōkami se vinculan con los kamis, mensajeros que esperan en la montaña para recoger los recados de dios.
Todas las cintas de Hosoda poseen un fuerte componente mitológico, pero esta es quizá la que lo vuelca sobre la mesa de forma más explícita. Este Richard Adams de la animación entregó sus emociones más íntimas: la familia, las ausencias que siempre están y, a través del hueco que dejan, construir el escenario, el paso de niño a adulto, de cachorro a lobo, de salvaje a civilizado.
En Wolf Children se deja a un lado el realismo mágico por captar las situaciones más vulgares y rutinarias de la vida diaria. Se usa la fantasía del relato clásico como catalizador, cuando en realidad, tras orejas y hocicos, podemos ver dos niños perfectamente normales con problemas ídem. El sueño de ser padre, su Eraserhead exorcizadora particular, donde hay un viejo que es puro Clint Eastwood y una chica recordando a las grandes protagonistas de Yasujirō Ozu.
Wolf Children fue la única película de animación con guión original publicada en 2012. Y resultó en un tremendo éxito, tanto en taquilla, quinta película más taquillera de Japón aquel año, como crítico, arrasando en el Oslo Films from the South, o en Sitges, a mejor película de animación.
Domando a la bestia
Posicionado ya como baluarte de la animación oriental, su siguiente cinta contaría con proyección y distribución internacional.
Ren y Kumatetsu conviven más como hermanos postizos que como maestro y alumno
Vuelve la mitología japonesa —un bakemono del reino de las bestias que opta por convertirse en «El Venerable»—; vuelve la paternidad huidiza: el protagonista, Ren, ha perdido a su madre y ha sido abandonado por su padre. Y vuelven los tropos comunes: confluencia de mundos paralelos que convergen a cierta edad y lo fantástico domeñando a lo vulgar.
Con estos mimbres, Ren decide huir del hogar adoptivo que le corresponde por ley y acaba topándose con Kumatetsu, una bestia en todos los sentidos que necesita unos mínimos de disciplina. Ren y Kumatetsu conviven más como hermanos postizos que como maestro y alumno. El único instructor es, de nuevo, la amistad ajena y la perseverancia propia.
Desbordante en lo visual, intimista en lo narrativo, Hosoda aún tiene hueco para colar el mito de Moby Dick, una relación de amistad muy intelectual y un buen puñado de set-pieces heredadas directamente de sus otras cintas suyas.
También repite Takagi Masakatsu en la banda sonora, componiendo una partitura casi tan inolvidable como la de Wolf Children. ¿El resultado? La proyección más exitosa en Japón durante su primera semana.
Este es Mamoru Hosoda. Y esta es la historia que relatan sus trabajos. Con una próxima película proyectada para verano de 2018, Mamoru Hosoda es actualmente una institución en su género, punta de lanza de una nueva generación de creativos que dicen más por sus dibujos que por sus palabras.
Y ahora, con cuarenta y nueve años y treinta de profesión, pocos pueden presumir de sacudirse el sambenito de ser «el nuevo Miyazaki» y ser, por fin, un nombre propio.
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