Podría pensarse que los efectos del cambio climático se han cebado más con el hielo ártico que con el antártico. Durante las últimas décadas se ha hecho palpable cómo el océano ha ido prevaleciendo donde antes había una perenne capa de hielo: mientras tanto, un cambio algo más furtivo ha ido gestándose a orillas de la Antártida.
Falta hielo. Todos los años el área cubierta de hielo que cubre el océano ártico a orillas de la Antártida fluctúa entre el verano y el invierno austral. En 2022 esta extensión tocó el mínimo en febrero para después mantenerse en niveles bajos pero no muy alejados de la media según los datos del Centro Nacional de Datos de Hielo y Nieve de EE UU (NSIDC).
Este año ha sido diferente. Tras batirse de nuevo el récord de extensión mínima durante el verano austral (de nuevo hacia la segunda mitad de febrero) la recuperación de la capa de hielo antártica ha tomado otro derrotero y está lejos de recuperarse.
Tanto es así que la diferencia entre la extensión mediana para el periodo 1981-2010 y la superficie observada ha oscilado a lo largo del mes de julio aproximadamente entre los 2,4 y los 2,6 millones de kilómetros cuadrados. Esto es aproximadamente la extensión en área de Argelia, y no mucho menos que Argentina, y es el hielo que “falta” ahora mismo en la región antártica.
Mínimos históricos. Desde que tenemos registros, es decir, en los últimos 45 años, el hielo nunca había retrocedido tanto, ni en su pico inferior en febrero ni a estas alturas del año. Previsiblemente, tampoco lo será durante la segunda mitad de septiembre, cuando la capa de hielo tiende a alcanzar una mayor extensión.
El hielo marino. Los datos hacen referencia al llamado “hielo marino antártico”, una capa de hielo que cubre el océano y rodea al continente en el que se ubica el polo sur. Esta capa puede distinguirse del manto de hielo que cubre el continente en sí.
Retroalimentación. Si bien el impacto del hielo marino apenas es relevante a efectos de cuestiones como el aumento del nivel del mar, su pérdida puede ir más allá de ser una mera advertencia. Uno de los problemas que señalan los expertos es la retroalimentación generada por el hielo y el albedo. El albedo es la cantidad de radiación capaz de reflejar una superficie.
Puesto que las regiones heladas son blancas, reflejan un mayor rango del espectro electromagnético que, por ejemplo, las superficies cubiertas de agua, más oscuras y que reflejan más el rango azul y verde. Reflejar menos es absorber más, que es lo que genera la retroalimentación: el hielo se derrite, el agua que deja absorbe más energía, que a su vez hace que más hielo pase a estado líquido.
Más eventos extremos, pero mayor temperatura. El hecho de que el cambio climático amenace con propiciar (amenaza que ya cumple) eventos meteorológicos extremos como olas de frío e inundaciones no impide que se trate de un fenómeno asociado a un aumento de la temperatura media del planeta.
Esto es lo que hace que, año tras año, las zonas heladas del planeta pierdan poco a poco su cobertura de nieve o hielo. Hasta ahora la capa de hielo que rodeaba la costa antártica parecía haberse librado de la presión a la que se ve sometido el océano Ártico y a pesar de haber ido perdiendo área congelada la reducción resultaba escasa.
Aún así habrá que esperar a comprobar si las cifras de este año resultan de una anomalía estadística o si responden a un cambio repentino y permanente en la extensión de la superficie helada de nuestro planeta. La perspectiva de que estemos ante la segunda posibilidad no es nada halagüeña.
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