Cada diciembre, Fundéu escoge la "palabra del año". En 2023 fue 'polarización'; en 2022, 'inteligencia artificial'; y en 2021, 'vacuna'. Si tuviera que apostar a día de hoy por cuál será la palabra de 2024 lo tendría claro: será 'sequía'.
Porque hará falta casi un milagro para que la larguísima sequía que nos lleva acompañando durante la última década, no explote durante este año y altere profundamente nuestros hábitos diarios.
Es algo que todo el mundo sabe y, de hecho, las autoridades ya están preparándose para lo inevitable.
Cataluña, por ejemplo, se prepara para lo peor. Lo contaba ayer El País, los responsables de la Generalitat ya se han puesto en contacto con los responsables deportivos de toda la comunidad para comunicarles que preparan la declaración de emergencia por sequía para el 1 de febrero. Todo parece indicar que en el área metropolitana de Barcelona y Girona puede declararse aún antes.
No es una decisión sencilla ni política ni social ni técnicamente. La primera fase del plan de emergencia conlleva que, de entrada, unos 200 municipios verían limitado considerablemente su consumo de agua. Empezando por 200 litros por día por habitante y reduciéndose progresivamente conforme las fases vayan sucediéndose.
La cifra es algo abstracta y es difícil saber hasta qué punto afectaría a nuestra vida cotidiana; pero conforme llegue el verano todo va a verse afectado. De hecho (y, por eso, la Generalitat se ha puesto en contacto con las instalaciones deportivas) este nivel de emergencia prohíbe el uso de duchas en estos centros salvo que se elabore un plan específico de ahorro de agua.
Aunque "lo peor" ya ha llegado a otras partes del país. Porque Cataluña está atrayendo la atención de los medios porque la situación es relativamente nueva (la última vez que Barcelona fletó barcos con agua fue en 2008 y no llegó a necesitarlos). Peor hay amplias zonas del país, especialmente del sur y del este de la península, que llevan meses con declaraciones de "sequía extrema" cortes de agua y racionamientos.
Y es que basta con mirar las estadísticas para comprobar que los embalses ya están diez puntos por debajo de la media de la última década y siguen perdiendo agua (pese a que haya algunas semanas, pocas, al alza). Y es que, aunque las lluvias han sido intensas en la fachada atlántica y allí las reservas de agua son altas (menos en Cantabria), el resto del país está atravesando serios problemas. Andalucía se encuentra al 20% de su capacidad (con Almería por debajo del 10%) y las cuencas interiores de Cataluña están en el 16%.
¿Qué pasará en 2024? Esa es la gran pregunta. La predicción estacional de la AEMET para los meses de enero, febrero y marzo viene a dibujar el mismo escenario de los últimos meses: lluvias (a menudo por encima de la media) en el noroeste y normalidad en el resto del país.
Y lo cierto es que la situación ha llegado a tal punto que si finalmente tiene razón (porque, recordemos, estos modelos solo dibujan tendencias y no son muy precisos), la normalidad sería una buena noticia. No resolvería ninguno de nuestros problemas y casi con toda probabilidad no frenaría la crisis del campo o los recortes urbanos, pero llevamos demasiado tiempo instalados en la anormalidad.
El problema es la incertidumbre. Como llevamos explicando desde hace meses, la llegada de El Niño genera efectos paradójicos en nuestro país. Por un lado, el fenómeno del Pacífico ecuatorial conlleva una subida de las temperaturas; pero, por el otro, al ponernos bajo la influencia de una circulación subtropical más intensa de lo habitual, facilita la llegada de más borrascas atlánticas en cuanto la NAO es negativa. Algo como lo que estamos viviendo estos días, pero que no está siendo tan frecuente como nos gustaría.
Así que sí, a día de hoy todo parece indicar que la palabra del año va a ser 'sequía' y la única buena noticia es que estamos a mediados de enero. Esperemos que la situación empiece a cambiar.
Imagen | Copernicus (y 2)
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