Brasil está ardiendo, de eso no cabe ninguna duda. Pero si algo hemos descubierto estos días es que no todas las llamas iluminan. Casi al contrario, a medida que la opinión pública internacional se ha ido centrando en los incendios de Brasil, aparecían cada vez más voces que buscaban aclarar qué estaba pasando realmente en las enormes selvas tropicales de la Amazonía.
Es un tema importante porque mientras unos hablan ya de desastre histórico, otros no han dudado en calificarlo todo de "fake news". Por ello nos hemos propuesto ir recopilando qué sabemos, qué no sabemos y qué no está claro en torno a los incendios amazónicos.
¿Qué está ardiendo en Brasil?
Esa es la primera pregunta relevante y a eso solo se puede contestar que aún no hay una respuesta clara. Por otro lado, Global Forest Watch Fires tiene una cifra de alertas de incendios detectadas por MODIS de la NASA. Entre el 1 de enero de 2019 y el día de hoy, el sistema identificó 693,965 alertas. Según esta misma base de datos, España sufrió 12,929 incendios en el mismo periodo. Para que nos hagamos una idea (aunque sería muy matizable), eso son 0,025 alertas por kilómetro cuadrado en España frente a los 0,081 de Brasil.
El problema es que estas alarmas de incendios funcionan como un cribado: detectan todas las anomalías térmicas (desde volcanes a refinerías) sean o no sean efectivamente incendios. Por eso INPE, la agencia de investigación espacial de Brasil, combina varios sistemas de alarmas con otro tipo de información de cara a conseguir una mayor precisión. De ahí surgió la cifra de 75,000 incendios que ha dado la vuelta al mundo de telediario en telediario.
¿Estamos en un año 'anormal'?
75.000 fuegos son, efectivamente, muchos. Sin embargo, para saber su dimensión real habría que tener algo con lo que comprarlo. Y ahí nos encontramos con uno de los primeros problemas. El primero, es que los datos el INPE y del MODIS arrojan diferencias muy importantes.
Si comparamos las cifras con los años anteriores, mientras los datos del INPE señalan un crecimiento de más del 85% con respecto al año pasado, los que podemos consultar en el Global Forest Wacth dicen que el número de alertas está en el promedio de los años anteriores. Son incluso bajos si los comparamos con el pico de 2016 y 2017 que coincidió con El Niño.
De hecho, si nos remontamos más atrás en los datos de la NASA, podemos ver que en las últimas dos décadas hay hasta siete años con más fuegos que 2019 (si tomamos periodos comparables). Sin embargo, no es gratuito comparar los fuegos con 2012.
La deforestación en Brasil fue muy intensa durante los 90 y la primera mitad de la década de los 2000. Fue justo en ese momento cuando la deforestación empezó a reducirse, llegando a su mínimo en 2012. Solo a partir de 2013 la deforestación empezó a crecer de nuevo.
Por eso, las cifras son "más altas que en los últimos 6 o 7 años, pero más bajas que a principios de la década de 2000". Desde el punto de vista de los investigadores de la NASA, parece más interesante comparar con la serie histórica desde 2012 (porque nos muestra el problema sin el ruido de décadas anteriores), pero evidentemente esta decisión es discutible.
Pero, entonces, ¿cuánto se ha quemado?
Hasta ahora hemos estado discutiendo fundamentalmente de datos como las "alertas de incendios" que no son buenas para estimar la cantidad de superficie que se ha quemado en la selva amazónica. Habrá estimaciones, pero las únicas que realmente son fiables son las del sistema PRODES y esas, pese a las contundentes declaraciones de las autoridades, no estarán listas hasta final de año.
Es más, aunque se presentaran esas cifras, tendrían un carácter provisional. Debemos recordar que estamos al inicio de la temporada seca del Amazonas y es virtualmente imposible saber qué nos deparara el resto del año.
¿Por qué se habla tanto del Amazonas?
Ese ha sido uno de los temas centrales del debate de los últimos días: ¿Por qué nos hemos centrado tanto en Brasil y no en Bolivia o Rusia? La pregunta es interesante incluso en medios que sí han tratado otros casos de actualidad. Sobre todo, porque sin negar el enorme problema medioambiental que, como hemos visto, existe en Brasil, parece que existen motivos "extraecológicos".
La primera razón es porque se sospecha que la mayoría de los incendios son provocados. En las zonas selváticas, la tala y quema es una práctica agrícola relativamente normal. Es algo que se hace en Brasil y, de hecho, es algo que también se ha legalizado en la Bolivia amazónica.
The Intercept, por citar solo uno de los textos que denuncian el problema, ha explicado en un largo reportaje que la conversión de la selva en praderas también es una forma de "acaparar" tierras por parte de empresas y grandes grupos. El fin último es destinar esas grandes parcelas de tierra al pastoreo de animales o al cultivo de soja.
Durante estos últimos cinco años, la relajación de las medidas gubernamentales (bajo tres presidencias de distintas Rousseff, Temer y, más rápido aún, Bolsonaro) y la presión de la industria agroganadera han hecho que la tendencia fuera creciendo como se ha denunciado en repetidas ocasiones y sus efectos se han hecho notar a muchos kilómetros a la redonda.
El otro gran factor es abiertamente geopolítico. La actitud de Jair Bolsonaro y sus políticas para favorecer proyectos desarrollistas que amplíen el terreno útil para ganadería, agricultura y minería en la Amazonía brasileña. El presidente de Brasil ya era un "enemigo" declarado de muchas de las potencias mundiales, lo que ha facilitado el enfrentamiento una vez que ha decidido salirse del consenso proteccionista sobre el Amazonas.
Un buen ejemplo de esto es el "gran elefante en la habitación" de la posición europea: el acuerdo de libre comercio Mercosur-Unión Europea. Irlanda, sin ir más lejos, lleva años diciendo que va a intentar tumbar el acuerdo por considerarlo lesivo para su industria ganadera. Ahora, Brasil le ha dado una buena excusa para bloquearlo.
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