Precoz, millonario, de mirada expresiva, con el pelo alborotado y un mentón bien afeitado que le hacen aparentar aún menos primaveras de las 37 que en realidad tiene. En la puerta de su despacho cuelga una chapita que lo identifica como CEO y hace ya unos cuantos años que figura en las listas de jóvenes inversores elaboradas por revistas como Forbes, pero aún así él sigue fiel a su estilo, dispuesto a plantarse en una importantísima reunión de negocios con sudadera y deportivas.
Si le pidiéramos a DALL-E que nos retratase a un líder tecnológico capaz de despuntar en el tan prometedor como espinoso campo de la inteligencia artificial (IA) es muy probable que nos mostrase una fotografía tal cual de Sam Altman, CEO de OpenAI, la compañía detrás de la propia DALL-E y DALL-E 2 o el sorprendente ChatGPT, el sistema basado en GPT3 que acaba de recordarnos lo fascinantes —¿e inquietantes?— que son las capacidades que ya alcanza a día de ho la IA.
Y es lógico.
En muchos aspectos Sam Altman es el tópico del emprendedor self-made man hecho carne. Ingredientes no le faltan para armar el relato. Al menos por las pinceladas que conocemos sobre su periplo personal y empresarial. Como mínimo comparte una peculiaridad con otros personajes que alcanzaron fama en el sector, como Steve Jobs, Bill Gates o Mark Zuckerberg: dejó a medias sus estudios universitarios picado por el prurito empresarial y el deseo de labrarse un nombre.
El olfato para los negocios
Samuel H Altman, que ese es su nombre completo, nació en abril de 1985 en Chicago y se crio en Missouri. Sus primeros pinitos con la tecnología empezaron muy pronto, en 1993, cuando accedió a la primera computadora que entraba en su hogar. Con el tiempo decidió embarcarse en los estudios de informática en la Universidad de Stanford, pero hacia 2005 concluyó que era más de despachos que de aulas y decidió tomarse una pausa para lanzarse al ruedo empresarial. Tenía 20 años.
No le fue mal. Poco antes había cofundado y tomado las riendas de Loopt, un germen de red social basada en la ubicación con la que recaudó varias decenas de millones y se embolsó una suma más que respetable. El proyecto no cuajó, pero dejaba ver su buen tino empersarial. Cuando él se lanzó al barro, en 2005, Facebook era una recién nacida y aún no se había lanzado el primer iPhone.
Su siguiente gran parada fue Y Combinator (YC), una importante aceleradora de startups tecnológicas lanzada en 2005 y que a lo largo de los años ha dejado su huella en proyectos como el de Airbnb, Dropbox o Coinbase, entre otros. Allí pudo jugar Altman un papel crucial en el desarrollo de talento en el sector tecnológico y labrarse un nombre: entre 2015 y 2016 anunció la puesta en marcha del fondo YC Continuity o el laboratorio de investigación Y Combinator Research y ya a finales del 16 acabó consolidando su peso al convertirse en el presidente de YC Group.
ChatGPT is incredibly limited, but good enough at some things to create a misleading impression of greatness.
— Sam Altman (@sama) December 11, 2022
it's a mistake to be relying on it for anything important right now. it’s a preview of progress; we have lots of work to do on robustness and truthfulness.
Su figura no pasó inadvertida pare medios como BusinessWeek o Forbes, que no tardaron en destacar su rol en el sector. En 2015 Forbes lo presentaba de hecho como un inversor destacado con menos de de 30 años. Sus pasos acabarían apuntando sin embargo hacia un rumbo algo distinto: el creciente y prometedor ruedo de la IA. En 2019 decidió volcarse con OpenAI, organización que había ayudado a fundar años antes junto a otras figuras destacadas, como Elon Musk.
En su web oficial OPenAI se define como “una empresa de investigación e implementación de IA” con un objetivo declarado tan ambicioso como complejo: “Asegurar que la IA general beneficie a toda la humanidad”. Su marca ha ganado popularidad gracias a herramientas como DALL-E o ya más recientemente ChatGTP, que han demostrado el enorme potencial de la inteligencia artificial.
El propio Altman presentaba a ChatGTP hace poco más como un anticipo de lo que está por venir que como una herramienta ya finalizada. “Es increíblemente limitado, pero lo suficientemente bueno en ciertas cosas como para crear una impresión engañosa de grandeza. En estos momentos es un error confiar en él para algo importante en estos momentos. Se trata de una vista previa del progreso. Tenemos mucho trabajo por delante”, escribía hace unas horas en su cuenta de Twitter.
Su gestión al frente de OpenAI no ha estado exenta de críticas. El propio Musk, que tuvo que apearse de la junta en 2018 ante el riesgo de un conflicto de intereses con Tesla, ha reflexionado sobre la deriva del proyecto. En 2020, después de que se anunciase el acuerdo de OpenAI y Microsft por el que esta última adquiría una licencia exclusiva para GTP-3, cuestionó abiertamente la decisión vía Twitter: “Esto parece lo contrario a abierto. OpenAI es especialmente capturado por Microsoft”.
No hace falta irse tan atrás para encontrar declaraciones en esa línea. “OpenAI empezó como código abierto y sin fines de lucro. Ninguno de los dos sigue siendo cierto”, abundaba Musk hace unos días.
Lo que no puede achacarse a Altman desde luego es quedarse quieto o de brazos cruzados. A mediados de 2019 Microsoft anunciaba una alianza con OpenAI que contemplaba una inversión de mil millones, una inyección de recursos valiosa para competir en un sector en el que se miden otras grandes compañías, como Google, que ha decidido apostar por la IA con DeepMind.
Imagen de portada: TechCrunch (Flickr) 1 y 2
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