Si bien todo empezó con pequeñas redes eléctricas aisladas entre sí para alimentar empresas, pueblos o incluso calles, históricamente la red eléctrica siempre se ha gestionado de forma centralizada. Es decir, transportando la electricidad desde centrales convencionales de gran tamaño hasta los consumidores, en un proceso que se conoce como generación, transporte, distribución y consumo. Sin embargo, en los últimos años, y gracias a la irrupción de las energías renovables (principalmente la solar), esa tendencia histórica está cambiando. Ahora, cada vez es más habitual ver instalaciones de generación situadas cerca de los puntos de consumo (o incluso dentro de los propios puntos de consumo).
Este tipo de instalaciones, denominadas como generación distribuida, están copadas casi al 100% por la tecnología solar fotovoltaica, que gracias a su modularidad y escalabilidad es válida para prácticamente cualquier tamaño de instalación, desde un pequeño cargador para móvil hasta una gigantesca planta con la potencia (no confundir con energía) de una central nuclear.
Por qué nos dirigimos hacia un modelo de generación distribuido
El auge y la promoción de la generación distribuida siempre se ha justificado en los beneficios que ofrece tanto a nivel de red eléctrica como económicos y medioambientales:
- Beneficios en la red eléctrica. Aquí, donde más hincapié se hace es en la reducción de pérdidas en la red. El hecho de generar la electricidad cerca de los puntos de consumo provoca que haya que transportar menos desde las grandes centrales, lo que hace que las líneas de transporte y distribución vayan menos cargadas y se reduzcan sus pérdidas eléctricas, que para un consumidor doméstico se estiman en un nada despreciable 15-20%. Habitualmente, también se hace referencia a la posibilidad de aplazar las inversiones en nuevas redes (o refuerzo de las actuales) y a la mejora de la calidad y fiabilidad del sistema, aunque esto último depende mucho de la tecnología de generación y de si incluye baterías para almacenamiento o no.
- Beneficios económicos. A la generación distribuida se le atribuye la capacidad de reducir el precio del mercado mayorista de electricidad, ya que a ojos del sistema se comporta como una disminución de la demanda total de energía. Si bien es cierto que dada la complejidad del sistema es un ahorro muy difícil de cuantificar. Además también se le atribuyen otros beneficios económicos como el aumento de la actividad económica y la generación de empleo.
- Beneficios medioambientales. Aquí podemos enumerar todos los inherentes a las energías renovables como la reducción de emisiones de CO2 y otros gases contaminantes, la lucha contra el cambio climático y el aumento de la seguridad de suministro al depender menos de otras energías importadas del exterior, entre otros.
Todo esto ha hecho que la generación distribuida haya sido uno de los pilares sobre los que se ha apoyado la transición energética en muchos países, que han promovido con políticas públicas este tipo de instalaciones.
Cómo está la legislación a nuestro alrededor
A pesar de que ahora es una de las formas más baratas de generar electricidad en muchos países, en los comienzos, como cualquier otra tecnología incipiente, la energía solar fotovoltaica era cara. Por eso, los diferentes gobiernos comenzaron a promover este tipo de instalaciones a través de primas o “feed in tariff” que pagaban una cantidad fija por cada kWh vertido a la red con este tipo de instalaciones, haciéndolas viables económicamente. Eso hacía que las instalaciones optasen por verter a red el 100% de la generación, ya que era mucho más rentable vender todo lo generado y comprar de la red a precio de tarifa estándar (vender a 4 y comprar a 1, por poner un ejemplo). También provocó que las instalaciones estuviesen sobredimensionadas respecto a las necesidades energéticas de su ubicación.
Con el tiempo y la madurez de la tecnología, los gobiernos han tendido hacia sistemas en los que se maximice el denominado autoconsumo instantáneo, donde se intenta consumir el mayor porcentaje de la energía generada en cada momento. Además, el excedente vertido a red se paga a precios mucho más comedidos (cuando se paga) y acordes con la madurez del mercado fotovoltaico. Y es que el precio de los paneles solares no ha hecho más que bajar en los últimos años y se espera que vaya a seguir haciéndolo.
Sin ir más lejos, Alemania, la gran pionera europea (y mundial) en instalación de fotovoltaica, ha seguido un proceso similar. La prima o “feed in tariff” pagada a las nuevas instalaciones domésticas por cada kWh vertido a la red ha bajado un 80% en los últimos 15 años. En estos momentos, dependiendo del tamaño de la instalación, el pago por cada kilovatio hora vertido a red puede irse hasta los 0,1018 euros el kWh para instalaciones domésticas, garantizado durante 20 años. Por poner como referencia, en Alemania se paga casi a 0,30 euros el kWh en la factura doméstica, por lo que actualmente interesa más autoconsumir lo máximo posible que verter a red.
Por otro lado, en países como China, que superará pronto a la Unión Europea en potencia solar distribuida, generar energía solar en casa ya es más barato que obtenerla de la red eléctrica.
El caso de España
La historia de España con el autoconsumo (y con la energía solar en general) es digna de telenovela. En este caso, nos vamos a centrar en la instalaciones denominadas como generación distribuida o de autoconsumo.
Todo comenzó de forma similar a Alemania, donde se promovía instalaciones de pequeño tamaño que vertían toda la generación a la red a cambio de una cantidad fija por cada kWh generado. Fue en 1998, siguiendo la estela de otros países de Europa, cuando el Gobierno dio luz verde al Real Decreto 2818/1998, que daba un tratamiento específico a este tipo de instalaciones, estableciendo primas de 60 y 30 pesetas por kWh vertido a la red, para sistemas con potencia nominal inferior y superior a 5 kWp respectivamente. Algo que provocó que las primeras instalaciones comenzasen a proliferar por el país.
Años más tarde, y recortes a primas mediante, el Gobierno publicó el RD 900/2015, que instauraba el ya famoso “impuesto al sol”. Ese impuesto, legalmente conocido como “cargo transitorio por energía autoconsumida”, aplicaba un peaje a la electricidad autoconsumida instantáneamente, aunque no saliese de tu red privada. Si bien es cierto que las instalaciones de menos de 10 kW (la mayoría de las domésticas) estaban exentas de forma transitoria, el Decreto dejaba la puerta abierta a que en el futuro también se viesen obligadas a pagar, creando inseguridad a la inversión. Finalmente, en octubre de 2018 el “impuesto al sol” fue derogado.
Por último, el pasado mes de abril llegó una noticia que fue celebrada por todo el sector. El Ministerio de Transición Energética aprobó un Real Decreto donde por primera vez en España se abría la puerta a recibir una compensación por los excedentes de energía vertidos a la red. Se trata de un sistema de “balance neto económico” o “ facturación neta” a través del cual se nos descontará de la factura eléctrica la electricidad excedente de nuestra instalación que se haya vertido a la red. El precio será el acordado previamente con la comercializadora, aunque todo apunta que será el del mercado mayorista (entre 0,04 y 0,06 euros el KWh, más o menos) y que publica Red Eléctrica de España en su página web.
A pesar de que ya se puede solicitar, por el momento la compensación de excedentes aún no ha entrado en funcionamiento, ya que está pendiente de la publicación de los procedimientos de operación en el BOE.
Hay quien no quiere que se implante este modelo
La tendencia hacia este modelo de generación distribuida no le gusta a todo el mundo, que ve ciertas problemáticas en contrapartida a la multitud de beneficios enumerados anteriormente.
Sin ir más lejos, hay estudios que aseguran que el autoconsumo no siempre reduce las pérdidas de la red eléctrica, sino que a diferentes niveles de penetración estas pueden incluso llegar a aumentar. La conclusión es que el autoconsumo instantáneo siempre reduce las pérdidas, pero las instalaciones con vertido a red pueden llegar a aumentarlas a partir de cierto nivel de adopción.
Por otro lado, está el papel de las grandes empresas eléctricas, que no parece que vayan a ser las principales impulsoras de este cambio. Su modelo de negocio tradicional se basa en la generación centralizada y la posibilidad de que los consumidores puedan generar su propia electricidad no hace otra cosa que reducir su facturación. Además, también son propietarias de las redes de distribución, que en un hipotético caso de alta penetración de este tipo de generación podrían llegar a necesitar inversiones para realizar mejoras. En cualquier caso, ya se están posicionando para no dejar escapar ninguna parte del pastel, siendo ellas mismas quienes vendan la instalación completa en caso de que el cliente así lo desee.
Por último, está la pregunta de quién paga todo esto. Numerosos expertos se han posicionado en contra del autoconsumo con ayudas públicas, aludiendo a que, mientras la estructura tarifaria del sistema eléctrico no cambie, ese sobrecoste se carga a la factura eléctrica en forma de peajes y lo acaban pagando los consumidores que no pueden acceder al autoconsumo. Ahora que las primas han desaparecido en España, el debate está servido, con un bando y el otro dando sus argumentos a favor y en contra.
Sea como fuere, la generación distribuida está llamada a tener un papel importante en los sistemas eléctricos del futuro. La propia Agencia Internacional de la Energía prevé que se alcancen los 100 millones de hogares con paneles fotovoltaicos en el techo en los próximos cinco años. Además, la reducción de precio y la popularización de los sistemas de las baterías domésticas harán todavía más atractivas este tipo de instalaciones, acercándonos al momento donde generar tu propia electricidad será más barato que comprarla de la red.
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