Creo que no nos equivocamos al decir que John Ronald Reuel Tolkien es uno de los autores más influyentes de la historia de la literatura. Por lo menos, de la fantástica. Y todo por una gigantesca obra titulada 'El Señor de los Anillos', que supone la culminación de años y años de trabajo y de perfeccionamiento de la sociedad, historia y mitología de la Tierra Media.
Pero ese maravilloso mundo creado por el escritor no surgió de la nada, sino que es el fruto noches en vela, jornadas maratonianas de dedicación, de aprender, de estudiar y de empaparse de innumerables fuentes de las que nacieron el folklore tolkieniano.
En mi opinión hay dos, incluso tres si contamos su tiempo en el frente de guerra, factores claves innegables que nos ayudarán a entender la mayor parte de lo que nos encontramos en ‘El Señor de los Anillos’ y el rico mundo de la Tierra Media. El primero es que J.R.R Tolkien era católico, creyente y practicante; el segundo es que tenía devoción por la literatura anglosajona y nórdica, la cual mostraba por su profesión de profesor.
Ambos elementos, intrínsecos por así decirlo a su personalidad, comportamiento y modo de ver y vivir la vida, obtuvieron en el proceso de creación de la Tierra Media una mezcla tal que es casi imposible separar la influencia cristiana de la nórdica, logrando un folklore y un sentido de la épica y de la lucha entre bien y el mal casi nunca igualado.
La conversión y "martirio" de Mabel Suffield
"Ser católico para Tolkien era una cosa muy seria", afirma Diego Blanco, autor de 'Un camino inesperado. Desvelando la parábola de El Señor de los Anillos'. En él, el autor intenta desgranar cómo la educación cristiana que recibió el joven Tolkien ayudó a formar la Tierra Media y su folklore.
Tras haber nacido en Sudáfrica y viajar a Inglaterra se vieron en “desgracia” después de que su madre, Mabel, se convirtiera al catolicismo. Descendientes de una larga tradición de baptistas, este cambio supuso un cisma terrible en la familia, que dejó de apoyarles económicamente.
Sin marido (que murió en Sudáfrica), sin apenas dinero y con una diabetes que empeoraba día a día, su madre murió cuando J.R.R. tenía unos doce años. Orfandad que reflejó en el personaje de Frodo Bolsón, cuyos padres murieron cuando este era joven.
Tolkien siempre consideró que su madre murió mártir. Lo sacrificó todo para que sus hijos saliesen adelante y no renegó de su fe pese a que le hubiera ido mejor de ser así. Los Tolkien quedaron bajo el cuidado del Padre Francis Xavier Morgan Osborne, un sacerdote gaditano que guarda cierto parentesco con Bertín Osborne y que se encargó de que no les faltara de nada y de darles una férrea fe.
El catolicismo de J.R.R. Tolkien es notorio a lo largo de su vida y de su carrera. De hecho, su fe casi trunca la relación con Edith Mary Bratt. Al ser protestante, el padre Morgan prohibió a John cualquier contacto con ella hasta que llegase a la mayoría de edad. En cuanto cumpló los 21, John volvió a cortejar a Edith, la cual estaba prometida a otro hombre. Este amor "imposible" fue el germen del de Aragorn y Arwen.
Las largas conversaciones sobre fe, la mitología, el relato de los evangelios que mantuvo durante tiempo con el profesor C.S. Lewis (antes de la conversión de este al catolicismo) se ven reflejadas en el mismo origen de ‘El Señor de los Anillos’. El libro se escribió, en cierto modo, como tesis de la antropología católica.
Evidentemente, este lado cristiano es una lectura parcial de la trilogía pero que podemos intuir con lo más evidente: el Anillo es un arma del Enemigo (Sauron/Demonio) con la cual nos ata a la condenación (el pecado/el infierno). Algo que creemos que nos ayuda pero que nos lleva finalmente a la perdición.
Tolkien lo escribió de tal modo que evitó la alegoría directa, no hizo predicación. ‘El Señor de los Anillos’, ‘El Hobbit’ y ‘El Silmarillion’ y demás obras de la Tierra Media no hacen un proselitismo (algo que es más obvio en ‘Las crónicas de Narnia’ de Lewis), pero según escribió a su amigo, el Padre Robert Murray:
“‘El Señor de los Anillos’ es, por supuesto, una obra fundamentalmente religiosa y católica; inconscientemente al principio, pero consciente en su revisión. Esa es la razón por la que no he puesto, ni quitado, ningún tipo de referencias a nada que sea “religión”, cultos o prácticas en el mundo imaginario. El elemento religioso es absorbido en la historia y en el simbolismo.”
De hecho, hay que acudir a los Apéndices de ‘El Señor de los Anillos’ para ver los elementos más obvios: la Comunidad del Anillo parte desde Rivendel hacia Mordor el 25 de diciembre (Navidad); el Anillo Único, símbolo del mal, es destruido el 25 de marzo (fecha de la Encarnación, pero también tradicionalmente de la Pasión).
Beowulf es verdad
La antes mencionada discusión con C.S. Lewis se podía resumir en si creemos en que las historias que nos rodean son verdad o no. ¿Son los cuentos reales?, ¿sirven para algo?, ¿la Caperucita roja es verdad? Tolkien creía que sí. Era un serio apasionado de ellos y defensor de la realidad que describen los grandes mitos, los grandes cuentos y cómo eso que leemos y escuchamos fue “verdad” hace miles de años y lo es ahora.
Para Tolkien, los Evangelios y la Biblia es real. Y es fundamental en la creación de la Tierra Media. Pero no solo se apoyó en la imaginería cristiana, sino que recogió en estas páginas su pasión por los edda y las grandes sagas nórdicas para dar la forma definitiva a su obra.
Como profesor, J.R.R. Tolkien se especializó dentro de su asignatura de Inglés antiguo y literatura en las influencias que las grandes sagas nórdicas tenían sobre los primeros textos ingleses. Dentro de la literatura nórdica y sus grandes sagas y eddas, podríamos considerar ‘Beowulf’ y la ‘Saga de Njál’ como los referentes más claros.
Qué decir sobre ‘Beowulf’ que no se haya dicho ya. Tolkien fue un gran estudioso del poema anglosajón y promovió una nueva traducción (que ha editado recientemente su hijo) y una nueva visión crítica sobre la historia del héroe escandinavo catalogándolo más como elegía que como épica.
La lucha del héroe recuerda a los grandes combates y batallas de ‘El Señor de los Anillos’; la llegada de Aragorn y compañía a la corte de Theoden es paralela a la de Beowulf en la presencia del rey Hrothgar; el descenso a los mundos subterráneos en busca de Grendel evoca al de Bilbo Bolsón... Aquí nos encontramos con la idea del destino, de la edad heroica, de la valentía y el coraje ante el complejo mal como temas centrales compartidos.
‘La saga de Njál’ como fuente para construir la sociedad
‘La saga de Njál’ (o de Niál, según la transcripción), por su parte, nos traslada a la Islandia en proceso de cristianización en una historia de largas cizañas entre familias y clanes donde cualquier humillación deriva en un sangriento ajuste de cuentas, por no decir guerra. En ‘El Señor de los Anillos’ podemos ver ecos de la saga en la guerra con la que los enanos vengan la afronta a Thrór.
Los distintos héroes y personajes de la epopeya de Tolkien beben mucho de esta obra y de otras grandes sagas nórdicas: el personaje de Denethor es directamente una personalización de Njal; Hallger, mujer de Gunnar, tiene bastante en común con Galadriel…
Por otro lado, Tolkien no solo usó la historia de Njál para nutrirse de personajes, sino que trasladó lo usos y costumbres descritos en este cantar y otras tantas historias del largo y ancho de Escandinavia (como el Kalevala) a los habitantes de la Tierra Media.
De ahí nace la hospitalidad de los hobbits de la Comarca, que refleja la de los islandeses, los ritos funerarios, las runas, el sistema de lealtades “comitatus” que se da entre los personajes, la patronimia y toponimia (Tierra media es demasiado similar a Midgard) incluso el "relato" que se hace de la cobardía de Bilbo en ‘El Hobbit’ tiene su correspondencia en la literatura vikinga.
Hablando de ‘El Hobbit’, el juego de adivinanzas con el que Bilbo Bolsón le “arrebata” el anillo a Gollum encuentra su paralelismo con el que juegan el Rey y Gestumblindi (Odín) en la saga Hervarar.
Dentro de toda la influencia del mundo nórdico, Tolkien da un final benigno a lo que tradicionalmente no lo tiene. En la mitología nórdica ocurre el Ragnarok y el crepúsculo de los dioses. El mal prevalece... y vuelta a empezar.
En este sentido Tolkien es más de la tradición del Apocalipsis cristiano: en el combate escatológico entre el bien y el mal. El bien gana. Hay esperanza y es un mundo de compasión. Esta compasión es el principal elemento diferenciador de la obra de Tolkien respecto a la literatura nórdica.
La Batalla del Somme: un viaje a Mordor
Décadas antes de la publicación de ‘El Hobbit’, JRR Tolkien fue alistado y destinado a combatir en una de las mayores batallas de la I Guerra Mundial: La Batalla del Somme. Esta experiencia de guerra le inspiró para dar un gran toque tétrico a las llanuras de Mordor y describir los horrores de la guerra en su obra.
Los Nazgûl chirriantes y sin rostro son los jinetes enfundados en máscaras de gas; las grandes criaturas de guerra reflejan las máquinas usadas en combate… incluso Samsagaz está inspirado en el recluta normal y corriente y su camaradería innata.
Este desolador paisaje, este horror de guerra, forja también el camino de Frodo, dotándole de síntomas propios de la llamada neurosis de guerra, acuñada precisamente en la Gran Guerra. Síndrome que también condicionaría su regreso a una Comarca “patas arriba” y con la que no tiene ninguna gana de lidiar después de todo lo que ha vivido.
A partir de aquí, nos encontramos con un sinfín de influencias de las que bebió Tolkien, picoteando de muchas otras narraciones y mitologías: 'La Odisea', los mitos artúricos, los cuentos infantiles y, evidentemente, su amor por las lenguas antiguas. Pequeñas grandes cosas que lograron materializarse en una obra cumbre de la literatura.
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