Como cada edición, los Juegos Olímpicos de Río nos están ofreciendo un completo espectáculo de poderío humano, y armonía cultural. Pero como le ocurre a todos los eventos con un pasado detrás, no todos los puntos de su historia han sido igual de positivos. Esta ocasión es tan buena como otra cualquiera para repasar cómo se vivieron los Juegos de verano de Berlín, aquellas dos semanas en las que el Tercer Reich politizó el deporte en pos de un mensaje racista que acabaría por eclosionar poco tiempo después de la competición.
Porque eso es lo que pretendieron hacer Hitler y sus acólitos, convertir toda una enorme estructura visual y masiva en un acto propagandístico que glorificase el régimen y las virtudes de los arios. Esta vez no se iba a limitar a los militaristas desfiles nacionales por la Groß-Berlin, sino que convertiría en partícipes (y espectadores) de su visión del mundo a personas del resto de estados del mundo. O al menos eso intentarían antes de que los resultados en los medalleros les llevaran la contraria.
Hitler hizo esto con la tolerancia de todos los países que acudieron a los juegos. No podemos olvidarlo, fue tres años antes, en 1933, cuando Hitler llega al poder de forma definitiva en Alemania y acaba en poco tiempo con el parlamentarismo para imponer su régimen totalitario y racista. Aunque durante dos semanas eso de Juden sind nicht erwünscht (Los judíos no son deseados) se borraría de las calles. Se construyeron infraestructuras deportivas enormes y se adornaron monumentos y casas con banderas olímpicas y con esvásticas en un Berlín embriagado de euforia nacionalista. Mandatarios y prensa extranjera no podían imaginar el alcance resultante de esa política apenas unos meses después de los juegos.
Adolph Hitler da comienzo a la 11ª edición de los Juegos Olímpicos de verano.
Las fanfarrias dirigidas por el famoso compositor Richard Strauss anunciaron la llegada del dirigente a una multitud masivamente alemana.
Cientos de atletas en uniformes de gala de debut marcharon hacia el estadio, equipo por equipo, en orden alfabético.
Por primera vez, vemos inaugurando el ritual a un corredor solitario portar la antorcha olímpica. La idea provino de Carl Diem, jefe del comité organizador, quien creía que los antiguos griegos eran antecesores arios de la Alemania nazi. Olimpia, Atenas, Tesalónica, Belgrado… un titánico esfuerzo que llevaron a cabo mediante reemplazos más de 3.000 corredores. Aquí el último de los relevos pasa por debajo de la Puerta de Brandenburgo.
Y aquí llegando al podio, dando así comienzo la ceremonia.
El Comité Olímpico quiso premiar a la nación perdedora de la Primera Guerra Mundial con la acogida de los juegos, en un intento por enfriar las tensiones y demostrar la buena fe de los aliados. Una señal para decirle al pueblo alemán que ya no tiene porqué sentirse repudiado.
3.632 hombres, 331 mujeres y 129 competiciones. El certamen de Berlín fue el más grande organizado hasta la fecha, y balonmano, baloncesto y canoa se introdujeron como deportes olímpicos en esta edición.
Conocemos las protestas que hubo en las Olimpiadas de Beijín por el trato chino a los budistas, o la polémica de este año sobre la ocultación de la pobreza de las favelas, pero la primera vez que políticos y medios alzaron la voz contra las injusticias sociales de un país fue en las olimpiadas de 1936. Estadounidenses, franceses y británicos intentaron llevar a cabo un boicot contra el régimen de Hitler y su creciente movimiento antisemita. El boicot falló, pero estableció un importante precedente en la forma de entender responsabilidades nacionales.
Los nazis pusieron grandes esfuerzos en camuflar su política racista. Por orden de Joseph Goebbels, el encargado del Ministerio de Propaganda, se vaciaron las calles de sus signos antisemitas, los periódicos rebajaron la ferocidad de su dialéctica habitual y se promovió una falsa imagen de paz y tolerancia que no convenció a muchos de los corresponsales que estaban al tanto de lo que allí sucedía.
El torneo de este año también fue el primero en emitirse por televisión. Se instalaron 25 salas de visionado en la capital alemana, para que los locales pudieran seguir los juegos.
Los alemanes se convirtieron en la nación victoriosa de la undécima edición de las Olimpiadas. Los atletas germanos lograron la mayor cantidad de medallas, y la hospitalidad y eficiencia de la organización congratuló a varios asistentes extranjeros. Muchos medios, como el New York Times, felicitaron a Alemania, diciendo de ella que habían logrado “volver al redil de las naciones”, y “volver a convertirse en humanos”.
Como es natural, las SS también paseaban por la Villa Olímpica, estos soldados en particular, aquí descansando, son la sección del Führer. Una veintena larga de hombres encargados de proteger al dirigente.
Como gesto de voluntad pacificadora, Alemania permitió que Helene Mayer, hija de padre judío, pudiese participar en Esgrima femenina, categoría en la que logró la plata. Fue la única participante de su raza de la delegación alemana. Como el resto de triunfadores germanos, la atleta “no aria” hizo el saludo nazi al subir al podio.
Pero otros judíos acudieron a la competición en otras delegaciones. Varios de ellos, hombres estadounidenses. Organizaciones semitas presionaron a todos los participantes de origen hebreo a no acudir a la cita y boicotear así su celebración, pero la mayoría no hizo caso, posiblemente por no conocer la magnitud de odio que despertaba entre los alemanes su pueblo. Nueve atletas judíos lograron aparecer en el medallero de 1936. En la foto, los corredores estadounidenses Marty Glickman y Sam Stoller.
49 países acudieron a los JJ.OO. Alemanes fueron la delegación más voluminosa, con 348 deportistas de élite, pero inmediatamente después en el ranking aparece Estados Unidos y sus 312 miembros, 18 de ellos afroamericanos (el triple de los que participaron en los Juegos del 32). La Unión Soviética, por motivos políticos, decidió no participar en los Juegos de Berlín.
Ese año destacó también la que sigue siendo la gimnasta femenina más joven en recibir el oro en la historia de los Juegos de verano. A sus trece años la alemana Marjorie Gestring conquistó la categoría de salto de trampolín.
Aunque los arios alemanes lograron la mayor cantidad de medallas, la historia recordará los Juegos de Berlín por ser el fracaso de Adolph Hitler de demostrar la superioridad de esa raza. El gran héroe que se alzó en aquella edición fue el afroamericano corredor y saltador Jesse Owens, que ganó cuatro medallas de oro, en 100m, 200m, relevos de 400m y salto de longitud.
Leni Riefenstahl fue la cineasta más importante del régimen nazi. Su película El triunfo de la voluntad era una glorificación del régimen que extasió a Hitler, y está considerada una de las películas más artísticamente notables del período.
Con motivo especial de los Juegos, el tirano le encomendó un documento propagandístico basado en las Olimpiadas. Olympia es el resultado de este encargo, una obra de más de tres horas cuyo dinamismo en el montaje y la belleza de sus imágenes consiguen idealizar el credo supremacista.
El momento más emocionante de la primera parte del documental Olympia trata de la final de salto de longitud. En ella, Jesse Owens se enfrenta al campeón alemán Luz Long. En el tercero de tres saltos, Long marca 7.87 metros. Se trata del nuevo récord europeo. El público está extasiado, el mismísimo Hitler aparece aplaudiendo al campeón. Entonces es el turno del último salto de Owen. Corre, vuela y cae en la arena. Ha hecho 8.06 metros. Ha batido el récord olímpico y la bandera estadounidense se alza en el podio por encima de la nazi.
Pero en realidad no había ninguna hostilidad entre Long y Owens, más bien todo lo contrario. Aunque ambas naciones instrumentalizaron la rivalidad en la pista entre los atletas para sus propios intereses, más allá de la propaganda lo que se forjó fue una amistad. Cuenta la leyenda que fue un consejo de salto que le dio previamente el alemán al norteamericano lo que hizo que éste último pudiera superar todas las marcas. Cuando Owens terminó su ejercicio ganador, Long se acercó a felicitarle.Después, lejos de la mirada de las cámaras, el afroamericano le dijo: “Hitler ha debido ponerse furiosísimo de vernos abrazados”.
Esto declaró Jesse Owens tiempo después sobre aquellos días: “Cuando pasé, el Canciller se levantó, me saludó con la mano y yo le devolví la señal. Pienso que lo reporteros tuvieron mal gusto al criticar al hombre del momento en Alemania. Sin embargo, cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”.
Pese a todo, nadie puede negar que esta es la foto más poderosa, la que deberá aparecer en todos los libros de historia, de los Juegos Olímpicos de 1936.