Dos policías de Buffalo, en el estado de Nueva York, fueron suspendidos de empleo y sueldo. Un vídeo grabado por un periodista in situ mostraba cómo un agente lanzaba al suelo de forma completamente gratuita a un señor de 75 años, éste empezaba a sangrar por la cabeza tendido en la acera y ninguno de las decenas de funcionarios del orden allí presentes hizo nada para socorrerlo.
El informe inicial del departamento decía que el anciano "tropezó y se cayó", y ha sido sólo después de que se conociese la filmación (y tal vez de su amplia repercusión en redes sociales) que el alcalde de la ciudad solicitó al cuerpo policial que se cambiase el informe y se le retirase el permiso a los dos verdaderos responsables del incidente, pero la presión ha sido tal que ahora irán a juicio por agresión.
Ashley Rowe, periodista de 7ABC, se preguntó entonces lo que todos al conocer el nuevo cambio en los acontecimientos: "¿Cuál habría sido el resultado de este incidente si no hubiese habido alguien grabando con su móvil?". Por el momento 639.000 almas han considerado que su pregunta merecía ser compartida en Twitter.
In two hours, Buffalo Police have gone from “tripped and fell” to two officers suspended without pay. What would have been the result if there wasn’t cell phone video?
— Ashley Rowe (@TheAshleyRowe) June 5, 2020
Es paradójico que el contexto en el que ha tenido lugar este triste episodio entre este señor y los agentes de Buffalo hayan sido las manifestaciones que desde hace ya semanas están teniendo lugar por todo Estados Unidos (y parte del resto del mundo) a raíz de otro caso gemelo, aunque mucho más brutal en su resultado: que millones de personas vieran en pleno funcionamiento la inmunidad policial a la hora de cometer abusos que se manifiesta en la muerte filmada en ocho minutos y medio de plano-secuencia de George Floyd a manos de la policía.
La marcha del suceso dio primero muestras de ser otra de esas veces en las que la versión inicial de las instituciones del orden prevalece, pero, casualidad o no, a medida que se difundía más el famoso vídeo junto con otros desde diferentes ángulos del arresto y éstos consternaban al público, la versión oficial fue cambiando así como se fueron endureciendo los cargos a los que se enfrentaban los implicados. Con el caso de George Floyd, la sensación de que el sistema está podrido y de que se está haciendo justicia sólo gracias a la intervención pública, empezando por los que enchufan sus cámaras a lo que hacen los agentes, es total.
Ni somos los primeros en señalarlo ni los acontecimientos de estas semanas son los primeros en manifestar esta tendencia. En 2015 David Uberti, periodista de múltiples cabeceras y colaborador habitual en temas de seguridad digital para The Wall Street Journal, publicaba un resumen de estas mismas ideas en una columna titulada "Cómo los móviles están cambiando la cobertura informativa sobre el abuso policial".
Uberti se iba al caso de Eric Garner, otro afroamericano que murió en 2014 en unas circunstancias muy parecidas a las de Floyd, también con un vídeo que circuló ampliamente y que llevó al nacimiento del movimiento Black Lives Matter. Un año después gracias a otro videoaficionado se conocía que la muerte de Walter Scott no sucedió como habían reportado la División de Fuerzas de Carolina del Sur: Michael Slager le había disparado ocho veces por la espalda por huir de la custodia, y no por intentar robarle el táser, como había escrito en su informe.
En ambos casos los medios cambiaron de una narrativa inicial que replicaba casi palabra por palabra lo que la policía les había trasmitido a otra que contradecía a las autoridades y ponía especial foco, a la vista de las imágenes, a las que tratamos como parte imparcial y objetiva, en el carácter abusivo que, ahora sí, sin duda se había ejercido por parte de aquellos que están para “proteger y servir”.
No es necesario que haya muertos de por medio para encontrar otros ejemplos de cambio de paradigma, y el columnista también señala que lo mismo ha pasado a la hora de informar sobre lo sucedido en manifestaciones o arrestos de delincuentes comunes allá donde hay democracias participativas y una alta actividad digital. Los vídeos, especialmente esos que se vuelven virales en redes sociales, han hecho que periódicos e informativos ya no sean una mera correa de trasmisión del aparato policial.
La revolución será tuiteada
¿Significa esto que estamos ante una nueva era en la que se ha intensificado el poder popular? Yendo aún más a la médula del asunto: ¿significa que estas grabaciones, que están suscitando una acelerada pérdida de la confianza en las instituciones que dicen servirnos, se nos presentan como fuente de legitimidad social más justa que el viejo aparato del Estado?
Muchos creadores han especulado que vamos hacia ahí. Una falsa campaña de Netflix hecha por dos estudiantes de publicidad muy difundida esta semana parecía adelantarse a eso que muchos de nosotros hemos pensado desde el inicio de 2020: que estamos en Black Mirror.
El anuncio, supuestamente un espejo en una marquesina en la que se puede leer "sexta temporada, en directo, en todas partes" y que incita a que te hagas un selfie reflejado en ella, viene a decir que nuestro presente es ya tan distópico como en la ficción episódica de Charlie Brooker, pero si nos fijábamos con atención la reflexión iba más allá: si la marquesina nunca existió y lo que sí lo hizo fue ese montaje viral en el que alguien se ha hecho un selfie, esta pequeña obra de arte del márketing habla de cómo, retuits mediante, somos nosotros los que determinamos qué es la realidad.
Más específica fue Years and Years, ficción especulativa sobre un futuro cercano (terminaría en un hipotético 2024) para la BBC con una mirada pesimista y tecnocéntrica sobre el devenir de los acontecimientos sociales y políticos en Reino Unido. No es un spoiler demasiado importante y por eso lo contamos: en el último capítulo se pone fin a una trama sobre campos de refugiados en los que el gobierno ha metido a inmigrantes ilegales, chivo expiatorio de las masas radicalizadas por los discursos extremistas.
Cuando parece que a los refugiados no les va a quedar escapatoria, llega la redención: los exiliados consiguen anular las torres de bloqueo de señal que poblaban el campo de concentración en el que los tenían metidos. Ahora, gracias al poder de sus móviles, grabando cómo los militares les estaban tratando en esas instalaciones, con una brutalidad criminal que rayaba la limpieza étnica, lograrían hacer oír su historia entre el público y derrocar al gobierno. Imposible no ver el paralelismo con las situaciones, en este caso de nuestro presente real, que hemos descrito al inicio.
Esto ya se previó incluso antes de la aparición de los móviles. En 1995 Kathryn Bigelow imaginó cómo sería la entrada en el nuevo milenio en un thriller con toques ciberfantásticos, Días Extraños. Todo el argumento de la película se construía en base a una grabación en la que, accidentalmente, una mujer grababa el asesinato de un rapero negro por parte de dos policías blancos y huía con la prueba del delito. Los protagonistas, que se jugaban el tipo frente a los policías que intentaban silenciarles, reconocían que si las imágenes llegaban a los telediarios la gente se volvería loca, rechazaría el contrato social y empezaría la anarquía. Veinticinco años atrás Hollywood ya apuntaba a dos cosas que nos hostigarían en el futuro: una, el racismo sistémico y latente en los cuerpos policiales; y dos, la fuerza arrolladora inherente a las imágenes, capaz de movilizar a las masas.
Volviendo con Years and Years, su éxito de audiencia hizo que, como pasó con Black Mirror, muchos vieran que lo que en ella se contaba se parecía en exceso a lo que estaba pasando en los noticiarios de nuestras sobremesas, y hasta un usuario hizo una sobreimpresión de las pasadas revueltas de Chile grabadas por la gente contradiciendo la versión policial (hablamos de un país que tiene una profunda cicatriz con respecto a este tema) con la épica música de las transiciones de la serie.
Queriendo o no, el amigo de Sebastián apuntaba con su bullicioso montaje a otra de las claves discursivas presentes en Years and Years: el sensacionalismo innato al periodismo de hoy, a la incitación de una visión desesperanzada de la realidad en el público gracias al excesivo caudal de imágenes extremas que ha generado la democratización y ubicuidad de los aparatos de grabación y a la necesidad por acaparar clics y audiencia. Justo cuando la estadística nos dice que, por lo general, estamos viviendo en un mundo cada vez más social y seguro, con menos crímenes violentos, más de ellos estamos viendo y más escrutinio político suscitan.
¿Podemos hablar de un proceso evolutivo identificable y constante? Es, como mínimo, la visión del asunto que se nos ha inculcado a periodistas de varias generaciones en nuestra formación. Un profesor nos hizo estudiar que el movimiento antibelicista de Vietnam había tenido mucho que ver con tratarse de la primera guerra televisada y lo gráfico de sus imágenes.
Sin embargo, estudios más exhaustivos sobre el evento a posteriori han indicado que, dentro de los diversos motivos que fue encontrando el público para retirar su apoyo a la guerra medida que avanzaba el conflicto, tuvo más importancia la visión escéptica con que se fueron contagiando los informativos que las calamitosas imágenes de civiles torturados. Que a medida que se iba haciendo obvio que el gobierno y los militares estaban trasladándole a los medios una visión excesivamente optimista sobre lo que pasaba en el frente, los periodistas hicieron más trabajo de campo y acabaron contradiciendo en antena y para todo el país los informes oficiales.
Es decir, que no son sólo las imágenes, sino cómo nos vienen envueltas y qué se deduce de ellas.
Esto no lo verás en los medios
El punto en el que estamos, claro, es en el de las redes sociales. En el que el llamado cuarto poder ya no reside en primera instancia en unas organizaciones corporativas identificables y llenas de profesionales de la comunicación, sino en una ingente cantidad de redes humanas incontrolables que deciden cada día, cada minuto, qué debe ser noticiable entre sus contactos y qué no.
Hay una infinita mayor libertad de comunicación entre los ciudadanos y eso, de alguna forma, está fomentando el sentimiento de los sujetos de que ellos mismos pueden ejercen de vigilantes. No hace falta explayarse en los denominados linchamientos digitales, cuyos ejemplos todos conocemos, pero si podemos señalar cómo esa dinámica de juicio paralelo social se ha inmiscuido con cada vez más frecuencia en todo tipo de ficciones, como son ejemplo de ello Hombres, mujeres y niños o Sorry to bother you.
Nación Salvaje, el irreverente cuento de terror de Sam Levinson, vinculaba la paranoia tumultuaria de la época de los juicios de Salem con la era del Fappening, ese presente en el que una filtración de unas fotos o una conversación privada puede hundir la vida pública de cualquiera para regocijo de los anónimos internautas. Más específico aún era el capítulo "Hated in the Nation" de, esta vez sí, Black Mirror, en el que un damnificado por uno de estos linchamientos tuiteros hackeaba los teléfonos de los usuarios para que por una vez tuvieran que enfrentarse (de forma delirante y pasada de vueltas) a sus mensajes cargados de odio.
Es lógico que el audiovisual haya optado casi siempre por una mirada angustiosa ante este cambio de paradigma, ya que el papel de la ficción, y especialmente el de la ciencia ficción, es el de servir como vehículo para la expiación y liberación catárquica de nuestras ansiedades diarias.
Pero los propios periodistas, aún sabiendo que esta conversación ciudadana puede reforzar el ejercicio democrático, como demuestran las manifestaciones antirracistas extendidas por todo el mundo en estos días o la Primavera Árabe, también tendemos a sacar lo peor del asunto. Tal vez por un miedo a esa pérdida de la relevancia a la que nos aboca este nuevo régimen, un hecho que no debemos olvidar también genera sus monstruos, como son la proliferación de las fake news y las redes de desinformación. Estos son simples obsesiones de los medios, ya están teniendo consecuencias de lo más negativas, como muestra la vuelta de enfermedades que creíamos extintas por culpa de los movimientos antivacunas.
Sobre esto último no hay tanto escrito, y menos aún filmado. Abierta la caja de Pandora de las versiones de la realidad que queremos ver, en vista de los cada vez más difundidos desmanes policiales y políticos que durante eones la prensa falló a la hora de informar, se está produciendo una reacción de rechazo que lleva a un mayor apoyo de las teorías de la conspiración, al “esto no lo leerás en los medios”.
Justo ahora, cuando los medios tienen menos mano a la hora de determinar qué es agenda y qué no (si una importante revelación no la publica una de las principales cabeceras ya lo hará un blog que será recompartido por miles y se convertirá en Trending Topic), cuando más variadas que nunca son las fuentes por las que te puedes informar, es cuando más bajo que nunca está el índice de credibilidad que los ciudadanos le otorgan a esta profesión.