El verano ya está aquí y el camino hacia la nevera para beber agua se ha convertido en una constante. ¿Una, dos, cuatro, seis veces al día? Algunos sentimos que nuestro día se ha convertido en ir del estudio a la cocina. Hidratarse bien es fundamental, sí. Es necesario para que nuestro cuerpo funcione correctamente. Aunque no hay una respuesta definitiva sobre cuántos litros hay que beber al día, la OMS recomienda entre 1,5L y 2L pero teniendo en cuenta las necesidades de cada uno (actividad física, clima, constitución corporal, etc).
Los beneficios son muchos, de eso no hay duda. De hecho, incluso existen apps de móvil y botellas "inteligentes" que nos recuerdan cuándo hidratarnos. Sin embargo, lo que comienza como algo saludable puede convertirse en algo obsesivo. Beber demasiada agua puede tener consecuencias devastadoras. Y más si te has vuelto adicto a ello.
Potomanía. Es el término para definir la obsesión por beber agua. Una necesidad extrema de beber para calmar el ansia y obtener una sensación placentera. Es decir, una adicción con todas las de la ley. Según la Fundación Aquae, estas personas pueden ingerir fácilmente entre 8 y 15 litros al día. Lo mínimo que te puede pasar entonces es que experimentes una hiperhidratación, que los riñones no puedan trabajar en la excreción a tanta velocidad y se diluya el nivel de sodio en sangre. ¿Síntomas? Desde insomnio, dolor de cabeza o náuseas hasta convulsiones o la muerte.
Según alertaba hace años el médico español José Ramón Gutiérrez en este artículo, la potomanía es una adicción similar a los desórdenes alimenticios como la bulimia: "Son adictos que ni se imaginan las consecuencias. Piensan que, por ser natural, el agua no hace daño. Pero es un error. Una ingesta excesiva y prolongada puede tener consecuencias nefastas".
¿Con o sin sed? No hay que confundir la polidipsia con la potomanía. La primera es el término médico que se le da al aumento anormal de la sed, que lleva al paciente a ingerir grandes cantidades de líquidos. Más de lo que el cuerpo necesita. Normalmente se asocia con una enfermedad: por ejemplo, el aumento de la sed es uno de los primeros síntomas de la diabetes. Por otro lado, la potomanía es un trastorno alimenticio. La persona que la padece siente el deseo de beber de manera compulsiva y sin que exista una sensación previa de sed.
¿Por qué? Tal y como se explica en este fantástico reportaje de Amaia Odriozola en EL PAÍS, una razón por la que se puede adquirir este trastorno es la falsa creencia de que a beber mucha agua se le asocian propiedades positivas: buena piel, físico rejuvenecedor, más energía y mejor salud. Odriozola comenta que ahora a la hidratación "se la comercializa como una cura" para todos los males o incluso como una "poción antienvejecimiento". Y según los expertos, esa creencia es falsa.
En este artículo de The New York Times se menciona que "la gente se está hidratando como si su reputación dependiera de ello". Si atendemos a todos los inventos recientes, nos damos cuenta de que hay una tendencia notable. Lo hemos visto en las megabotellas de cuatro litros o las apps que lanzan recordatorios para hidratarse.
Lo recomendado. Los científicos coinciden en que los niveles de hidratación cambian de un día a otro para cada persona. Por lo que si bien en 1945 se estableció la famosa regla de los dos litros al día, según la Junta de Alimentos y Nutrición del Consejo Nacional de Investigación estadounidense, lo cierto es que no existe unanimidad en la actualidad.
Eso sí, existen diferentes señales con las que podemos detectar la deshidratación: la sed (que aparece cuando la persona ya está un 1% deshidratada), los cambios de peso o el color de la orina (si es oscura el cuerpo está reteniendo agua y necesita más; si es siempre demasiado clara, se está ingiriendo más de la necesaria).
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