Una visualización de Bloomberg a raíz de los datos de seguimiento de dispositivos de Google muestra cómo los españoles, frente a lo que muchos piensan, están cumpliendo el confinamiento a rajatabla, de forma envidiable por la mayoría de países.
Spanish people have been remarkably disciplined, by international standards, in sticking to coronavirus lockdown regulations; HT @business pic.twitter.com/It6B5BeOmu
— David Román (@dromanber) April 7, 2020
Como se puede apreciar, los españoles han visto caer su circulación en más de un 80% para todos aquellos “sitios públicos”, entre los que se encuentran parques para humanos y perros, playas, plazas y más. De hecho, la caída comenzó algunos días antes del anuncio del Real Decreto el pasado 14 de marzo. Sólo en Italia el descenso de la actividad es igual de acusado en los últimos días, pero no en los primeros desde que se decretó la medida.
Es llamativo el contraste con los otros países. Por ejemplo, y aunque en Alemania se prohibieron los movimientos no esenciales, la gente ha seguido circulando con toda normalidad. En Suecia su epidemiólogo oficial asesoró al Gobierno que no hacía falta una orden de confinamiento forzoso porque los individuos de su cultura eran supuestamente más responsables que en otros sitios, cosa que, como se puede ver, no ha sido del todo ratificado por su población.
En tu móvil y en tu pulsera: los datos de Google vienen a redundar en lo que también había anticipado Fitbit al liberar sus registros en una veintena de países. Las regiones con las normas de confinamiento más estrictas son las que han visto cómo los pasos caían en picado, y con España muy a la cabeza de los demás, incluso por delante de Italia. Por supuesto, hay un sesgo demográfico imposible de precisar, pero por el que no se puede hacer una equivalencia entre los que llevan la pulsera (¿tal vez ciudadanos más jóvenes, tecnológicos e informados?) y la población general.
Cuando el resentimiento nos hace generalizar: todos estos datos contrastan con la visión subjetiva de algunos individuos estos días, aquellos con una tendencia interna a lo que hemos conocido como vigilantes o policías del balcón. Hay ciudadanos preocupados por ver cómo las calles están “llenas” de remolones que van más de una vez al día a la compra o que vagan sin aparente objetivo válido. Pero esos puntos en nuestras aceras son una anécdota estadística, y en realidad donde se concentra la gran mayoría de personas es en sus casas, saliendo lo mínimo posible.
Nuestro cainismo nos impide ver que, por lo general, estamos haciendo las cosas bien.
Y un poco de coerción también: no toda nuestra adherencia al reglamento se debe a la rectitud moral, y algo habrá influido el miedo a llevarse alguna multa. Según cifras difundidas por el Ministerio del Interior, durante las dos primeras semanas de la cuarentena ya se habían tramitado 200.000 propuestas de sanción y se había detenido a 1.688 personas.
Segundo asalto: la cibervigilancia. A nivel español, europeo, hongkonés y coreano se han planteado diferentes tipos de medidas de monitorización de la actividad de los usuarios. El caso más invasivo sería el constante acceso al GPS de los móviles junto con el cruzado de los datos privados y una ordenanza para obligar a llevar siempre encima el dispositivo, una iniciativa parecida a la que está usando Hong Kong y que alerta a las autoridades sanitarias si algún infectado se salta la cuarentena.
Sería una medida altamente efectiva para determinar y contener la expansión de la epidemia, pero también una renuncia a muchas libertades. ¿Qué acabará primando, el buen hacer particular o la salud pública como causa de fuerza mayor?