Pocas certezas hay sobre el futuro que le espera a la humanidad, pero al menos dos cosas son innegables: cada vez viviremos más seres humanos sobre la faz de la Tierra y cada vez lo haremos congregados en más y más ciudades. La población del planeta puede alcanzar los 10.000 millones de personas a mediados del presente siglo, y es probable que más del 70% de todos nosotros lo hagamos en grandes ciudades. A día de hoy y por primera vez en la historia, hay más gente viviendo en la ciudad que en el campo.
Así que la ciudad tiene algo que decir en relación al cambio climático. Cuando pensamos en el calentamiento global solemos imaginar fábricas, chimeneas y ríos envenenados. Pero no pensamos tanto en el skyline de Nueva York o de París. Y en realidad, el problema está ahí. Sí, las centrales térmicas chinas son un problema gravísimo, así como el carbón, pero el 78% de la energía del mundo se consume en las ciudades. Y el 60% de las emisiones de carbono se realizan en los grandes conglomerados urbanos.
Lo cual pone a las ciudades en el centro del problema. Son el problema. Pero también la solución. Y muy especialmente las europeas.
Por qué la densidad es una buena idea
Cuando hablamos de "energía", hablamos en gran medida de un montón de coches, autobuses y trenes moviéndose diariamente para transportar a millones de personas de sus casas a sus puestos de trabajo, y viceversa. También de electricidad y de calefacción, elementos en los que también juegan un papel fundamental las centrales térmicas y las fuentes de generación de energía. En ambos casos, la densidad es fundamental.
Vivir juntos es vivir de forma más eficiente. Por ahí, Europa tiene algo que decir. Como explican en este muy compartido vídeo de Wendover Productions, las urbes europas son más densas, más compactas, y tienen numerosas ventajas a la hora de plantear su futuro sostenible. En comparación, las ciudades americanas, o aquellas desarrolladas en la recta final del siglo XX, como las chinas, suponen un mayor problema.
¿Por qué? Sencillo: porque su población vive más dispersa. Un vistazo a Barcelona revela que más de un millón y medio de personas están encajonadas entre el mar y la montaña, en un espacio pequeño y acotado. Por ejemplo, esto es Barcelona comparada con Atlanta, de similar población. La diferencia es abismal.
A la hora de mover personas, tenerlas concentradas en un lugar antes que esparcidas a lo largo de una inmensa superficie es más barato, porque permite establecer herramientas de transporte más eficientes, y también más eficiente, dado que no implica un derroche de energía. Como se explica aquí, la densidad también puede ser un problema, especialmente si las ciudades no tienen la infraestructura adecuada para sostenerla (pensemos en las grandes barriadas depauperadas del tercer mundo), pero una gigantesca ventaja con adecuadas soluciones habitacionales y un modelo de ciudad enfocado a lo sostenible.
Si las ciudades pueden ser la solución al medio ambiente, lo han de ser a través de la densidad: distancias cortas que permitan recorrer la ciudad en bicicleta o que favorezcan modelos de transporte público menos costosos (y menos lesivos para nuestra salud) y una menor dispersión territorial. Por ahí, España, por ejemplo, con su modelo de urbanismo basado en pisos y grandes bloques de edificios, tiene algo ganado. Sí, tener más ascensores per cápita que nadie en el mundo es una buena señal para el planeta.
¿Por qué la dispersión llegó a ser la norma?
Por el coche.
A mediados del siglo XX, Estados Unidos se encontró con ciudades jóvenes, una población boyante y una herramienta para trasladarse de un punto a otro de forma barata y rápida. El resultado fue el urban sprawl, la dispersión urbanística. Las clases medias y altas comenzaron a huir del centro de las ciudades porque tenían dinero para pagar una casa más grande y cómoda y porque tenían un coche que les habilitaba para ir y volver del trabajo sin demasiados quebraderos de cabeza. Las ciudades se hicieron menos densas.
Hoy, Nueva York, la más densa del país, no entraría ni en el top cinco de ciudades europeas más densamente pobladas (París a la cabeza).
La tendencia se agravó a partir de los setenta y de los ochenta, cuando las altísimas tasas de criminalidad en las principales ciudades estadounidenses provocaron que la clase media blanca se sintiera insegura. Si el centro de la ciudad estaba tomado por los homicidios y las armas de fuego, vivirían en los más seguros suburbios de las afueras. Así, ciudades como Washington alcanzaron su pico de población en los '50, y desde entonces están siguen por debajo (por no mencionar a Detroit). Sus habitantes se han ido a las afueras.
En Europa el crimen siempre fue bajo, por lo que el centro siguió siendo atractivo. Las ciudades han crecido desde el siglo XX.
La historia juega un papel fundamental, claro. En Europa, las ciudades tienen centenares cuando ni miles de años. Antiguamente no existía el coche, de modo que urbes como Roma, París, Barcelona, Madrid o Londres necesitaban hacerse pequeñas, pero muy densas, para favorecer el transporte a pie de sus vecinos. Estados Unidos creció cuando el tren y el automóvil favorecían modelos urbanísticos más grandilocuentes y menos hacinados.
La ausencia de terreno hizo el resto. Mientras en Países Bajos se topaban con los propios límites de su geografía, por más que ganaran terreno al mar, tenían que edificar de forma más compacta si querían dar vivienda a todos sus ciudadanos. El resultado es el que tenemos hoy en Europa y hacia el que, seguramente, deban caminar las ciudades americanas: cascos históricos muy pequeños donde se amontonan millones de personas, y ordenamientos urbanos que han favorecido históricamente la concentración.
Porque vivir juntos es una buena idea. Las ciudades son más dinámicas y, en el futuro, quizá, sean los auténticos polos económicos y políticos del mundo, poniendo en cuestión el papel de las naciones. Por eso el mundo se está haciendo más urbano. Y como se apunta en CityLab, es una idea estupenda: las grandes y densas ciudades son mucho más verdes, reciclan más y son más eficientes en su consumo de energía. Así que si queremos salvar el planeta, quizá sea buena idea fijarnos en el viejo, compacto urbanismo europeo.