Cataluña es una excepcionalidad. En ningún otro país occidental una región se ha rebelado abiertamente contra el gobierno central en búsqueda de su independencia. Su caso, sin embargo, sí tiene parangones a lo largo y ancho del mundo. Territorios que en busca de su independencia han quedado al albur de un fantasmagórico estatus internacional. Ni dependientes ni independientes. En tierra de nadie.
Al margen de lo que ocurra tras el 1 de octubre, parece evidente que el conflicto de legitimidades entre el gobierno central y el gobierno catalán permanecerá. Entre amagos de declaración unilateral de independencia, una consulta cuya celebración es incierta y la sombra de la creación de estructuras de estado paralelas, esto es, de un organismo jurídico que emule y suplante al español, la historia del procés no terminará el domingo.
¿Pero qué puede pasar a partir de entonces? ¿Qué va a ser de Cataluña si no se independiza, o si sí declara la independencia aunque no cuente con legitimidad jurídica o internacional? Responder a estas preguntas es imposible, pero sí podemos fijarnos en otros referentes que, aunque lejanos y no directamente comparables, se han adentrado en las mismas sombras de la soberanía nacional.
El Kurdistán: un referéndum no validado
Por cercanía en el tiempo, el caso más similar al catalán es el del Kurdistán. Allí también una región autónoma ha organizado un referéndum tildado de anticonstitucional por las autoridades centrales del estado al que pertenece, en este caso Irak. Y allí también han participado únicamente quienes estaban a favor de la independencia: los kurdos.
El Kurdistán es una amplia región de Oriente Medio en la que viven y han vivido durante siglo los kurdos, la cuarta etnia más importante de la región. Pese a ello, jamás han contado con estado propio, y sus poblaciones se han repartido históricamente entre el norte de Irak, el sudeste de Turquía, el noreste de Siria y el noroeste de Irán. Como resultado, hay grandes reticencias internacionales a su independencia.
El volátil contexto de Irak ha permitido que el pueblo y las autoridades kurdas, por primera vez, hayan tomado un control real y autorizado de su territorio (en Irak, no en Irán o Turquía). Su desempeño frente al Estado Islámico y décadas de opresión, genocidios y crímenes cometidos desde Turquía hasta Irak pasando por Siria legitiman su causa. Sin embargo, ni el referéndum ha sido sancionado por sus aliados internacionales (EEUU) ni el gobierno de Bagdad lo acepta.
El lunes el pueblo kurdo votó. En la región viven también árabes y turcos, que optaron por no participar en el referéndum. El gobierno de Irbil anunció el martes que había ganado el sí a la independencia, aunque no hubiera resultados oficiales.
¿Qué puede ser del Kurdistán a partir de ahora? El contexto es complicado. Turquía, extremadamente beligerante con la causa kurda, ha anunciado el cierre de la frontera. Es posible que Irán también tome medidas. Y entre tanto, el gobierno iraquí ha pedido a Irbil que entregue sus aeropuertos y que cese en su empeño, tiñendo sus amenazas de un militarismo más que previsible en una región donde la guerra se ha convertido en el pan de cada día.
El Kurdistán puede o bien convertirse en una región autónoma que goce de una falsa independencia dentro de Irak, sin reconocimiento internacional pero con autogobierno real, o bien puede encaminarse a un conflicto bélico de inciertas consecuencias.
Transnistria: el fantasma post-soviético dentro de Moldavia
Quizá el futuro improbable del Kurdistán sea parecido al de Transnistria: pervivir en los márgenes de la historia, encapsulada en el tiempo en una falsa e irreal independencia cuyo existencia sólo reconoce Rusia y algún que otro país en la órbita de Moscú. Es improbable, dada la importancia y magnitud identitaria del Kurdistán, pero no imposible.
El caso de Transnistria es quizá el paradigmático dentro de las naciones-que-no-son. Una diminuta franja de terreno enclaustrada entre el río Dniéster y la frontera con Ucrania, en el este de Moldavia, que ganó una autonomía de facto pero no de iure sobre su estado, el moldavo, tras una pequeña guerra en la que contó con el apoyo de Rusia.
Al igual que otros pequeños no-estados repartidos por los límites de la extinta Unión Soviética, en Transnistria se cruzan intereses internacionales y conflictos étnicos. En contraste con el resto de Moldavia, en Transnistria, una rareza fronteriza más allá del Dniéster, hay más rusos y ucranianos que moldavos (latinos, no eslavos). En un contexto de nacionalismo revivido y alta volatilidad política tras la caída del muro, la minoría eslava reclamó y se organizó para defender sus derechos.
Una pequeña guerra con intervención rusa (justificada en la protección de sus minorías) permitió a la región mantener una autonomía e independencia real de las autoridades moldavas. Sin embargo, tanto Naciones Unidas como la mayor parte de potencias del mundo continúan considerando al territorio parte de Moldavia. Sobre el papel, la autoridad moldava es laxa, y las autoridades locales llevan gobernando el país sin demasiadas cortapisas desde 1991 (con una especial predilección por la simbología soviética).
Transnistria es un limbo: independiente de facto, dependiente de iure, sus ciudadanos tienen pasaporte moldavo y las exportaciones a Ucrania o Europa se continúan realizando a través de canales moldavos. Pero el monopolio de la fuerza, la prueba de poder del estado moderno, no corresponde a Moldavia, sino a las autoridades autoerigidas transnistrias.
Kosovo: una independencia reconocida a medias
Al igual que Transnistria, el catalizador original de la independencia de Kosovo fue un conflicto bélico interno en el seno de la antigua Yugoslavia que, por sus connotaciones de limpieza étnica contra la minoría albanesa, requirió de la intervención de una fuerza extranjera, en su caso la OTAN. Pero al contrario que al región fantasma de Moldavia, Kosovo sí cuenta con reconocimiento internacional.
En concreto, 111 países de Naciones Unidas aceptaron la declaración de independencia del gobierno kosovar en 2008. Es una cifra notable, pero no suficiente para gozar de todas las garantías en el panorama internacional. Serbia, su antiguo estado, sigue incluyendo al territorio dentro de su esquema legal, pese a que ha perdido el control de facto de la región. Otros países como Rusia o España tampoco reconocen su independencia.
Para Kosovo, naturalmente, la situación es problemática, pero consecuente con la conflagrada historia que ha conducido a su liberación.
Tras la caída del comunismo y el agotamiento de la federación yugoslava, Serbia batalló sucesivamente en Croacia y Bosnia por retener el control de grandes territorios que contaban aún con importantes bolsas de población serbias. En última instancia, tanto Croacia como Bosnia, dos ex-repúblicas, lograron su independencia, pero no así Kosovo, que durante la época yugoslava sólo alcanzó el estatus de provincia autónoma dentro de serbia.
De modo que cuando los conflictos entre la población albanesa y la minoría serbia en Kosovo arreciaron, la reacción radical y criminal del gobierno serbio a las fuerzas insurgentes kosovares provocó una intervención definitiva de la OTAN, que desgajó a Kosovo del control serbio para siempre. En los diez años subsiguientes, el país quedó al abrigo de una misión internacional de Naciones Unidas, hasta su independencia oficial en 2008.
Desde entonces, la economía kosovar ha crecido y el país se ha reconstruido. Pero su estatus internacional es delicado y Kosovo continúa arrastrando diversos problemas, al no poder erigirse como interlocutor legítimo ni a nivel económico ni a nivel político con un amplio listado de países. La carencia de oportunidades y el alto paro lastran al país, si bien sus relaciones con Serbia han mejorado.
Tatarstán: la última excepcionalidad rusa
Por su carácter transcontinental, Rusia jamás ha sido una nación donde se albergara una unitaria conciencia nacional. La federación está repleta de minorías étnicas que, más allá de los rusos y eslavos, forman diversas bolsas identitarias a lo largo y ancho de sus vastas fronteras. Desde los pueblos siberianos hasta los tártaros.
En aras de gestionar tan vastos territorios geográficos y humanos, Rusia optó por la descentralización poco después de la caída del muro: la caída del comunismo y la catarata de independencias asociadas al fin de la URSS provocó que Boris Yelstin y sus sucesores entregaran recursos, autonomía y competencia a las muchas federaciones y minorías étnicas. Como resultado, Tatarstán se convirtió en un verso suelto.
La región es hogar de una mayoría de tártaros, antiguos pobladores asiáticos de la estepa, y en el volátil contexto post-soviético declaró su "soberanía" en un referéndum de 1992 no sancionado por el gobierno de Moscú. Desde entonces, Tatarstán arregló su "soberanía", que no independencia de facto, con el gobierno ruso: impuestos, economía, gobierno, relaciones exteriores (!) e incluso un Presidente de la República propio y paralelo fueron sus ganancias.
Tanto de iure como de facto, Tatarstán gozó de una independencia simulada y aceptada por el gobierno ruso, que mantenía su control virtual y jurídico sobre la república.
Tatarstán ha vivido durante décadas en este extraño limbo, convirtiéndose poco a poco en una excepcionalidad. La llegada al poder de Vladimir Putin en el año 2000 frenó el impuslo descentralizador de Moscú. Poco a poco, todas las entidades regionales perdieron peso y competencias, hasta que, este mismo año, Tatarstán pervivió como la última de las "repúblicas" dentro de Rusia con su propio presidente y "soberanía" negociada con el estado central.
Los acuerdos de autonomía para Tatarstán se firmaron a mediados de los noventa, pero debieron ser actualizados este verano. Una vez expirados, la situación de Tatarstán (tras la rendición simbólica del otro último "presidente" dentro de Rusia, el checheno) es una incógnita: la población tártara siempre ha gozado de una identidad diferenciada (son musulmanes, no hablan eslavo) y de una amplísima autonomía, y su pérdida puede ocasionar conflictos (esta misma semana el presidente tártaro visitaba a su "par" uzbeko).
Kazan es la segunda ciudad más industrializada de Rusia y Tatarstán una de las más dinámicas a nivel económico. Su "soberanía" mutilada por la no renovación del acuerdo con Rusia abre un nuevo camino en el horizonte, poco halagüeño, dentro de un gobierno más centralizado. Para Tatarstán, los problemas son varios: su anulación soberana y su aislamiento (no es fronteriza) frenan sus ambiciones, aunque su economía y dinamismo (gracias al petróleo) le ofrecen una palanca negociadora.
Imagen | Emilio Morenatti/AP