Europa es un crisol de lenguas: un vivero que comienza en Tarifa y termina en el Ártico a través del cual conviven y se relacionan entre sí un centenar de lenguas de la más variopinta procedencia. Hay de todo, desde herencias deformadas y antiquísimas del latín hasta monstruos deformes que han terminado dominando el mundo, pasando por idiomas arcanos y lenguas que provienen más allá del muro.
Si no eres lingüista, hacerse una idea de cómo se relacionan entre sí y de dónde provienen las principales lenguas (y las más pequeñitas) puede convertirse en un quebradero de cabeza. Para ello hay pequeños héroes (siempre sin capa) que han dibujado diversos mapas lingüísticos del continente. Gracias a su labor, entender las relaciones de familia de los diversos idiomas del continente es una tarea mucho más sencilla.
El último y más espectacular con el que nos hemos topado es este realizado por Alternative Transport, un divertido blog anglosajón que atraviesa algunas de nuestras pequeñas obsesiones (transporte, mapas, idiomas, etcétera). Basándose en uno previo algo menos vistoso, el resultado es un estupendo mapa abstracto en el que podemos ubicar con sencillez las familias y las lenguas de cada rincón de Europa.
El objetivo del mapa es ilustrar cómo de cerca o de lejos están los idiomas entre sí. Es decir, la posibilidad de que entendamos alguno de ellos sin utilizar nuestra lingua franca contemporánea, el inglés. Para ello, se basa en el número de palabras que pueden compartir dos idiomas dados. Cuantas más compartan, más cerca estarán en el mapa. Lo interesante es comprobar cómo de cerca están idiomas que sabemos distintos sobre el papel (por ejemplo, el polaco y el eslovaco) pero muy cerca en la práctica.
La primera división es la indoeuropea: la mayor parte de lenguas que se hablan en el continente provienen del remoto y desconocido protoindoeuropeo, una raíz que integra a las lenguas eslavas, a las lenguas germanas y a las lenguas romances, las tres grandes familias. Algunos quedan fuera, eso sí: el misterioso euskera, el húngaro, el finés y el estonio (estos dos últimos urálicos) tienen una ascendencia muy distinta.
Por eso aparecen en los márgenes, junto a rarezas fronterizas o fruto de la inmigración como el iranio, el turco o el maltés, una excepcionalidad semita fruto de la histórica dominación árabe de la isla, y que aún hoy pervive.
Todos los demás se engloban dentro de un tronco común. Hay algunas pequeñas excepcionalidades al trío de familias dominante. La más llamativa es la del griego, cuyas reuniones navideñas son solitarias: nadie le acompaña dentro de su rama. Otra graciosa es la del albanés, también a su aire, y juntos suman tantos idiomas como los que se cuentan en las lenguas bálticas, personificadas en el letón y en el lituano (con sus dos dialectos). También pequeño es el grupo celta: escasos hablantes y variedades (galés, gaélicos y bretón).
Restan los pesos pesados. El que nos toca directamente es el romance. Dentro de la familia la relación es variada: el italiano se lleva tan bien con el español como con el francés, pero estos dos últimos están muy separados. Entre medio se cuela el catalán, bastante inteligible para un español o un italiano. Portugués y gallego están cerca entre ellos pero lejos de todos menos el español. Y en un lugar remoto, el rumano, muy alejado.
Entre medio se cuela el crisol de lenguas romances, a menudo en peligro de extinción: rarezas aún vivas como el asturleonés, el friulano, cualquier variante de la península itálica (el véneto o el ligur, aunque no aparecen en el mapa), el aragonés (también ausente), el occitano, el sardo, el valón, el picardo o el franco-provenzal.
Cada punto representa no sólo posición, sino también volumen: a mayor tamaño, más hablantes tendrá esa lengua. Esto es especialmente evidente en las lenguas germanas, muy poco equilibradas: inglés y alemán llevan todo el peso, aunque son lejanas. Entre medio caen el holandés, bastante inteligible con el alemán, y el frisio, cuya particularidad hace que esté muy, muy cerca del inglés medieval.
Por arriba quedan las lenguas escandinavas, una micro-familia propia dentro de una gran familia. La lengua más grande es la sueca, cerca de ambas variedades de noruego y del danés, pero bastante alejada del islandés, una rareza anquilosada y arcaica del escandinavo original. A mitad de caballo de todos también queda el feroés.
Por último, la familia eslava. Grande en tamaño y extensión y más rica de lo que aparenta a primera vista. El círculo más grande corresponde al ruso, que por extraño que parezca está bastante alejado de todas las demás. Su pariente más cercano es el ucraniano, bastante inteligible con el bielorruso. Checho y eslovaco están cerca, pero no tanto como los dos anteriores, y el polaco es relativamente similar al eslovaco. Cerca del polaco quedan los minoritarios silesio y sorbio (este último presente en Alemania).
Más al sur está la particular familia de lenguas eslavo-balcánicas, muy cerca todas ellas entre sí. Comenzamos por el esloveno, el más apartado de todos, pero muy similar al cuarteto de serbio-croata-bosnio y montenegrino, en esencia el mismo idioma con muy pocas variaciones (aunque exacerbadas durante los últimos años). Al fondo a la derecha, el otro binomio: el búlgaro-macedonio, bastante similares entre sí.
El resultado final es una forma perfecta de aproximarse a la realidad lingüística europea. Un regalo que ejerce de mapa visual en tanto que se puede trasladar con facilidad a los archivos del cerebro, acudiendo a él siempre que sea necesario. Es didáctico (y abierto a la actualización: aquí puedes proponer tu idioma si falta) y es muy intuitivo, y su valor gráfico le permite ser divulgativo y memorizable. En fin, un regalo para todos aquellos apasionados por las lenguas.
En Xataka | El verdadero tamaño de cada idioma del mundo, ilustrado en este estupendo gráfico
*Una versión anterior de este artículo se publicó en marzo de 2017