Una versión anterior de este artículo se publicó en 2016.
La historia siempre se encarga de recordarnos que los pilares que entendemos por inamovibles tal vez ladeen un poco. La de la sangrienta entrada en las Américas por los conquistadores españoles está más que confirmada, por ejemplo, pero recientes descubrimientos demuestran que no fue la única línea de actuación y, como se ha ido demostrando con el paso de los años, tampoco la primera. El último ejemplo nos llegó hace algunos años.
Entonces, el equipo del British Museum y la Universidad de Leicester mostró los resultados de una investigación en 70 sistemas de cuevas de la Isla de Mona, una isla cercana a Puerto Rico en la que Cristobal Colón y su destacamento habrían desembarcado durante su segundo viaje en 1494. Las marcas allí encontradas sugieren que la relación de aquellos primeros colonizadores con los indígenas está muy lejos de ser un baño de sangre, demostrando una conexión a través de grabados en la que ambos frentes compartían un diálogo sobre religión.
Lo que hemos encontrado en esta cueva caribeña es algo muy distinto a la imposición rígida del cristianismo en el Nuevo Mundo. No son misioneros llegando con cruces en llamas, son personas ajustándose a un nuevo ámbito espiritual y ofreciendo respuestas en una cueva que no muestra una imposición, sino una implicación.
Los dibujos, con cristogramas y frases en latín, suponen un nuevo punto de vista acerca de cómo los americanos afrontaron la llegada de una nueva religión y cómo se adaptaron a la transformación cultural, a la vez que enseñan otra cara de la relación entre los indígenas y aquellas primeras expediciones. Lo que de una forma u otra está claro es que aún a día de hoy sabemos menos de lo que nos gustaría de la conquista. Aún a día de hoy el debate sobre otorgarle a Colón ese mérito es motivo de debate y lo cierto es que hay más de un grupo que podría poner en duda ese hito.
Empezando por los vikingos, quizá el antecesor más popularmente conocido de los exploradores españoles en el nuevo continente. La idea de los vikingos llegando a América del Norte antes que Colón empezó como relatos de la mano las sagas de los Groenlandeses y Erik el Rojo, escritos que mezclan ficción y realidad cuyos autores se desconocen y que ponían sobre la pista de los primeros viajes al Nuevo Mundo en el año 982.
Las sagas hablaban de exploraciones al oeste de Groenlandia a los pocos años de establecerse asentamientos allí.
Las nuevas tierras se convirtieron en un emplazamiento ideal para abastecerse de madera, un bien escaso en su punto de partida. Lo antaño clasificado como parte de la ficción desarrollada en dichos libros se convierte en realidad al encontrarse un asentamiento vikingo en Terranova, Canadá. La teoría expuesta por el arqueólogo Carl Christian Rafn en 1837 y comprobada en los 60 al realizarse una excavación en dicho asentamiento demuestra que los vikingos estuvieron allí mucho antes de la llegada de Colón, pero que los conflictos con la población local hicieron que los viajes cesaran alrededor del siglo XIV.
Los "otros" que llegaron antes que Colón
Un pueblo de probable contacto con América pero mucho más desconocido es el polinesio. Hay varias evidencias de la relación entre polinesios e indígenas americanos siendo una de las más referenciadas la de la llegada del boniato a Oceanía. Según algunos científicos la plantación de este tubérculo se habría iniciado después de los primeros viajes a América entre el año 1000 y el 1100.
Para corroborarlo se analizaron muestras de Nueva Zelanda, Tahití y Hawai demostrándose que el rastro genético de los boniatos de las islas Polinesias viene de América del Sur. Que en la zona se conozca al boniato como kumara, un vocablo quechua utilizado en Perú y Ecuador, deja aún más clara esa relación. No es la única prueba encontrada, también se encontraron en Chile huesos de pollo cuyo ADN guardaba relación con una especie polinesia cuyos datos tras la datación por carbono-14 sitúa su origen entre los años 1321 y 1407.
Sin embargo la prueba más concluyente de la relación entre polinesios y americanos se la debemos al estudio realizado por el Centro de Geogenética del Museo de Historia Natural de Dinamarca, donde queda demostrado por el análisis del genoma de 27 nativos de la Isla de Pascua cuya ascendencia es 76% Polinesia, 8% América y 16% Europa. La evidencia arqueológica sugiere que entre 30 y 100 polinesios se establecieron en Rapa Nui en torno al año 1200.
Otro pueblo capaz de haber alcanzado América del Norte antes de la llegada de la Pinta, la Niña y la Santa María sería el chino, según afirmó en su momento el investigador John Ruskamp al relacionar ciertos petroglifos de Albuquerque, Nuevo México, con la posible llegada de exploradores chinos alrededor del año 1200 A.C. Los hallazgos de Ruskamp, no apoyados por la totalidad de la comunidad científica, se ampliarían a 84 pictogramas encontrados en zonas como California o Arizona con tipos de letra que se habrían utilizado por los chinos en la dinastía Shang.
En ellos parece hacerse referencia al sacrificio de un perro de una forma similar a la que las dinastías Shang y Zhou documentaron en escritos antiguos propios. La última prueba incluida en esta hipótesis son monedas chinas encontradas por arqueólogos en América y el cadáver de un nativo americano con ornamentos chinos, pero la falta de pruebas concluyentes deja esta teoría en poco más que eso.
La teoría de la llegada de musulmanes al Nuevo Mundo cobró atención entre la comunidad científica cuando el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan (digamos que no una fuente carente de conflictos de interés), declaró que marinos musulmanes llegaron a dichas tierras en el 1178 apoyándose en un comentario de una de las cartas de Colón. En ella, según Erdogan, Colón habría vislumbrado una mezquita en una de las colinas de la costa cubana, sin embargo la contra realizada por los expertos habla de una metáfora, la descripción de una montaña que parecía una mezquita.
El resto de datos sobre la posibilidad de que musulmanes hubiesen llegado a América antes que Colón se centran en la contratación de expertos marineros por parte de China que se habrían embarcado en una expedición más allá del Atlántico hasta encontrar una región que denominaron Mu-Lan-Pi.
Esta teoría nace del documento Sung, dos escritos de la dinastía Song que relatan que "hay un gran mar, y al oeste de este mar hay un sinnúmero de países" y que para alcanzarlo se debe "navegar hacia el oeste por completo de cien días". El problema de esta versión es que parece difícil que los buques árabes pudiesen realizar un viaje de ida y vuelta de semejante magnitud y que los escritos no han sido autentificados. Conviene coger la teoría con pinzas, aderezada con el exotismo ideológico tan habitual de Erdogan, y no tanto como una hipótesis firme.
Por último, llegamos a los fenicios. Los estudios han reconocido en no pocas ocasiones la destreza que tenía el pueblo fenicio en sus viajes por el mar, haciendo de ellos una leyenda de la navegación, pero fue el pasado 2013 cuando la teoría de su llegada a América antes que la de Colón cobró notoriedad internacional.
Phillip Beale, oficial de la armada naviera británica, aseguraba poder embarcarse en una réplica de un barco fenicio para probarlo, pero los historiadores ponían en duda la posibilidad por algo tan simple como la comida. Los viajes bordeando África fueron posibles gracias a la opción de realizar constantes paradas para abastecerse, pero la idea de atravesar 10.000 kilómetros con una única carga entre los años 1500 y 300 A.C. es bastante más compleja.
La teoría de las expediciones fenicias vienen apoyadas por los detalles de monedas de oro que muestran un mapa en el que parece vislumbrarse una zona que representarían las Américas, así como el relato del explorador alemán Alejandro Von Humboldt, que declaró encontrar inscripciones en alfabeto fenicio-cartaginés que presuntamente serían destruidas después por los sacerdotes católicos que limpiaron América de todo símbolo pagano que incitara al pecado.