Salimos del martillo. Entramos con toda la timidez del mundo en la danza. Cómo permitir que se desarrolle la vida económica y social sin saturar los sistemas hospitalarios. Cómo calcular qué podemos hacer según los distintos niveles de tasa de contagio en un territorio definido.
Tomás Pueyo, el ingeniero español y nuevo gurú del coronavirus, se hizo famoso gracias a sus artículos analíticos en Medium, que le han valido para convertirse en un asesor sobre la pandemia de distintos gobiernos (públicamente lo ha sido de Perú, Alemania y Bulgaria, según él, a nivel privado de muchos más). Acaba de publicar su nueva entrega, la quinta parte, y en ella apunta de modo teórico hacia dónde tendrán que ir los países “danzantes” en los próximos meses para determinar esa fina línea entre lo que hay que reabrir y lo que no.
Dinero recaudado, potenciales contagios... Tasando nuestra vida social
Madama Butterfly sí, Coachella no: como insiste el autor, la simulación económica que ha realizado es sólo ilustrativa y en ningún caso aplicable. Aquí puede verse. En un macroconcierto al que asisten 40.000 personas podrían estar infectadas, de media, otras 800 que en un plazo de tiempo terminarían infectando a 20.000 (al llevarlo a sus ciudades, familias, puestos de trabajo).
Teniendo en cuenta el dinero gastado por asistente en estos eventos y el dinero generado por cada infección que has provocado, esta celebración no te sale a cuenta. Una ópera, con su distancia de seguridad, sí es un negocio muy rentable. ¿Y una boda o un funeral? Depende, si el país sólo tiene en cuenta el coste-beneficio de la celebración entramos en una zona peligrosa (como se ve en la simulación del post), pero si se introdujese la variable del valor humano de estas citas, así como añadir algunos tipos de restricciones sanitarias, dependiendo de en qué punto de la expansión epidémica te encuentres.
Pueyo defiende que su artículo no sirve tanto para llegar a unas conclusiones matemáticas como para ayudar a destacar qué estructuras de pensamiento son las mejores para la toma de decisiones políticas. Por ejemplo, con lo que hemos visto no sólo se visualiza qué negocios podrían abrir, sino en qué condiciones y qué otras variables deberíamos tener en cuenta.
Además, sabemos que los países ya han estado aplicando estas restricciones de forma más o menos intuitiva. La idea de este ingeniero es que los gobiernos intenten perfeccionar este modelo teniendo en cuenta los diferentes factores estructurales de cada región. Por ejemplo, tampoco será igual de importante reabrir el turismo para Italia o España que para Corea del Norte. Tampoco será lo mismo dependiendo de la capacidad de tu sistema sanitario, de la mortalidad del virus en tu país y de la tasa de hospitalización, de si se permite en él un sistema de seguimiento ciudadano como en China y un largo etcétera.
Al igual que ya hacen las compañías de seguros, se trata de contar con un modelo lo suficientemente desarrollado.
Según Pueyo, esto explicaría, por ejemplo, una nueva orden que sorprendió ayer a muchos por parte del Ministerio de Sanidad, la de extender durante todo el Estado de Alarma la posibilidad de que vuelvan a entrar en el país viajeros internacionales (hasta ahora sólo se autorizaba para repatriaciones y algunas excepciones), levantando así el veto al país, pero imponiendo una cuarentena de 14 días a todo aquel que regrese.
No es una medida estrictamente turística porque muy pocos turistas desearían pasar por eso para disfrutar de un país en el que apenas se puede hacer nada, sino para aquellas personas sin un estatus tan claro pero que probablemente viviesen de antes en el país y participen de su economía. Lo mismo podría plantearse en el futuro, por ejemplo, para la movilidad interior, aunque habría que tener seguramente en cuenta otros factores.
¿Y si estuviésemos haciendo mal en cerrar los colegios?
Hay para el analista también algunos hechos sorpresivos al observar estos fenómenos. Pese a lo que se podía pensar, Pueyo apoya la reapertura de los colegios.
Según percibe del estudio del casi australiano (que sí mantuvo abiertos estos centros), los niños apenas se transmiten entre sí comparado con otros grupos de población. Al ser un contacto permanente entre un grupo muy pequeño que apenas sale de ese ámbito (grupos de unos 20 niños y padres que van con los mismos compañeros de aula todos los días), el peligro es menor que en otras reuniones sociales, y es alto el coste de mantener los centros cerrados: los padres no tienen tan fácil conciliar y a las más tiernas edades el impacto en los años de educación perdidos es mayor para el desarrollo intelectual del individuo y su empleabilidad futura. Para él, primero los niños pequeños, después los universitarios (que ya tienen suficiente edad para respetar las normas higiénicas) y por último los alumnos de secundaria