¿Cómo se forja un genio? La pregunta ha sido una constante en la historia de la humanidad. Los hay quienes creen que no se forjan, sino que se engendran: hay algo innato en aquellos hombres y mujeres que han cambiado el sino artístico, creativo, político o social de su tiempo. Otros consideran que un genio es, en realidad, el fruto de su duro, abnegado trabajo.
Hecho a sí mismo o fabricado por sus genes, todas las grandes figuras creativas de la historia tenían una rutina. Mejor o peor, pero una rutina. Ahora que nos rodean los artículos sobre cómo ser más productivos, sobre de qué modo exprimir a mayor beneficio propio o ajeno nuestras horas libres o laborales, es una buena idea echar a un vistazo a los hábitos de figuras como Kafka, Maya Angelou o Balzac. ¿Cómo demonios lograban escribir o diseñar obras de arte?
Pues bien, la respuesta es simple y desoladora, porque ilustra la carencia de patrones muy definidos. Muchos de ellos dormían poco, pero otros lo hacían a pierna suelta. Algunos contaban con hábitos ordenados tal y como los juzgaríamos hoy en día (regulares, comer a horas razonables, no dormir a deshoras), mientras que otros, como el pobre Kafka, eran un auténtico desastre cuyas labores no tenían continuidad o certidumbre alguna.
El gráfico fue creado por Podio, y la información obtenida del libro súperventas de Mason Currey, Daily Rituals. En él, Currey explora a través de pequeñas biografías los avatares diarios de grandes mentes de la historia, no tanto el resultado de su trabajo, sino su trabajo en sí mismo. Así, descubrimos que el señor Charles Dickens tenía hábitos muy especiales: dormir de 00 a 06, dedicar ¡una hora! a levantarse (been there, done that), escribir hasta mediodía, dar paseos de largas horas por Londres y, a partir de las 16, fiesta.
No todos eran tan afortunados como Dickens. Voltaire se echaba a medianoche y se despertaba a las cuatro de la mañana. Se pasaba dictando ideas a su secretario desde la cama hasta mediodía, para trabajar algo más por la tarde y pasar el resto del tiempo con su familia antes de irse a dormir. Beethoven tenía hábitos más o menos civilizados, al igual que Le Corbusier, mientras que Balzac dormía poco, mal y se pasaba la mayor parte de la madrugada escribiendo.
Mozart hacía cosas un poco raras. Dormía entre las dos y las seis de la madrugada, se vestía durante una hora, el muy señorón, y se pasaba el resto del tiempo matutino componiendo hasta más o menos las nueve de la mañana, cuando iniciaba sus clases de música (como profesor, claro). Después se tomaba cuatro horas para comer con los amigotes, volvía a trabajar otro poco más por la tarde, cenaba con la cuadrilla y volvía a casa para componer otro poco más.
Strauss trabajaba tan poco que cuesta creer que compusiera cosas tan maravillosas. Se echaba las diez de la noche y se despertaba a las ocho de la mañana, desayunaba durante hora y media, trabajaba un par de horas, comía y jugaba con los amigos otro par, componía durante una hora más y de ahí en adelante, a relajar el cuerpo, que ha sido una jornada muy dura: cenita, paseo, escribir un puñado de cartas, seguir de picos pardos hasta las nueve y echarse a dormir otra vez.
La vidorra.
Sin duda, el más errático es Kafka, permanentemente recuperando horas de sueño por la tarde, además de Flaubert o Picasso, con los horarios de unos adolescentes hormonados. El timeline de Angelou parece racional, pero cuando descubres que dedicaba casi toda su jornada laboral, continuada, a escribir fatigosamente en un hotel, suena menos atractivo. Otros como Kant tenían que repartir parte de su tarea creativa con oficios externos, como enseñar en la universidad. Y otros como Darwin hacían tantas cosas que no pasaban más de tres seguidas en una actividad.
Lo que revela el gráfico es que hay tantos caminos hacia la creatividad y el éxito como desees. Que, en el fondo, sólo tienes que encontrar el tuyo.