La depresión es ya una de las grandes epidemias del siglo que empieza. Se calcula que mientras lees estas líneas unos 350 millones de personas sufren algún tipo de trastorno del ánimo y que, a lo largo de su vida, el 20.8 por ciento de la población convivirá con ellos.
Desde hace años sabemos que hay una relación muy estrecha entre el (ab)uso de internet y la depresión (1998). Durante este tiempo, no hemos parado de aprender sobre el comportamiento digital. Esto nos ha llevado a las puertas de una revolución en la forma en que diagnosticamos los trastornos emocionales. Una revolución que nos plantea un sin fin de asuntos éticos y humanos. Por eso, la siguiente entrada de nuestro bestiario moderno del mundo digital es la depresión.
Vapor en los cristales
Cuando tiraron la puerta abajo ella estaba desnuda en la bañera con los ojos cerrados y el agua tibia a la altura del pecho. Había un traje de gitana olvidado en una esquina; un montoncillo de horquillas y zarcillos; una peineta y cuatro o cinco toallitas sucias esparcidas por el lavabo. Cristina Bemellar intentó acabar con su vida una Feria de Abril. "Javi, sé que suena a cliché: pero ahí nací. No 'nací de nuevo', no. Aquella vez fue la primera vez que nací". Bebe cerveza, yo cola light y sí, el camamero nos lo ha puesto al revés.
Cristina ha trabajado en varias asociaciones, pero ya no. Vive obsesionada con llegar más allá y está creando algo nuevo. "Entiéndeme bien, el trabajo que hacía era increíble. Pero no es suficiente. No es suficiente porque yo sé que con el enfoque actual nunca hubiéramos podido ayudarme a mi misma". Le pregunto por las opciones sobre las que está trabajando y me da varias: en todas, acabamos hablando sobre internet.
Cualquier conversación sobre el futuro de la depresión acaba girando en torno a internet.
No es raro. Desde muy pronto, descubrimos la relación muy intensa entre el uso de internet y la depresión aunque hasta hace un par de años no hemos tenido mucho más que intuiciones sobre el asunto.
Yo suelo hablar de Chellappan y Kotikalapudi que, en 2012, llevaron a cabo un experimento en la Universidad de Missouri. Seleccionaron a 216 estudiantes para hacer dos cosas: evaluar su nivel de depresión con un cuestionario y, con ayuda del servicio de informática de la Universidad, monitorizar el uso que hacían de internet.
Alrededor de un tercio de ellos presentaban síntomas de depresión: en Estados Unidos, se estima que entre un 10 y un 40% de los estudiantes universitarios sufren algún tipo de trastorno emocional (en España esta cifra es bastante menor, pero fundamentalmente por las peculiaridades de nuestro sistema de educación superior).
Ese tercio de alumnos hacían un mayor uso de internet. Mucho mayor. Es decir, que efectivamente el uso de internet correlacionaba con la depresión. Y no sólo eso, usaban internet de una forma muy concreta. Esos patrones, me cuenta Cristina, son precisamente los patrones que busca.
¿Cómo navegamos por internet cuando estamos deprimidos?
Es muy interesante. Hemos encontrado ciertas (no muchas) cosas características de la depresión: Por ejemplo, y como también habían propuesto Janet Morahan-Martin y Phyllis Schumacher en 2003, las personas depresivas hacen un uso muchísimo mayor del correo electrónico que el resto.
Nuestras emociones no son pequeñas figuritas que deambulan por nuestra cabeza, sino que, sobre todo, son formas de adaptarnos a las situaciones de la vida diaria. Hay veces en las que tendremos que estar tristes (tras la muerte de un amigo íntimo, por ejemplo) y otras en las que tendremos que estar alegres (tras ganar la lotería). La depresión es básicamente una situación en la que nuestras emociones dejan de poder adaptarse a la realidad y en la que nuestras estrategias no sirven para cambiar este situación.
Son los mismos esfuerzos por evitar la tristeza, el miedo y el malestar lo que nos impide relacionarnos con cosas que nos producen felicidad, seguridad o bienestar. E internet pareciera un lugar hecho para evitar. ¿Les suenan el 'mute', las opciones de privacidad, el block, el 'Ocupado' en las salas de chats o la burbuja de los filtros? Formas, cada vez más y cada vez más imaginativas, de evitar todo lo que no nos gusta.
Por eso, junto con el mail, vemos un incremento importante del uso de chat y las redes sociales: las formas de comunicación que exigen menos 'compromiso' y en las que es más fácil evitar lo que no nos gustan. Esa tendencia a la evitación la vemos también en el cambio constante de una web a otra. Cambios rápidos, incesantes, como huyendo de toda situación o contenido que pueda provocar malestar.
Se ha intentado identificar tipo o categorías de páginas 'amigables a la depresión' pero resulta una tarea casi imposible. Aunque la depresión es un fenómeno profundamente cultural (Aichberger, Schouler-Ocak, Rapp, Hedwig-Krankenhaus y Hein, 2008), se nos presenta a cada uno de forma personal y se origina y se mantiene por mecanismos individuales.
Lo que sí se ha demostrado, al menos, es que hay cierta tendencia a preferir páginas o servicios con un 'alto contenido emocional' (Morahan-Martin y Schumacher, 2003). Parece el argumento de una tonta película norteamericana (ya saben, helado de stracciatella y película romántica) pero lo cierto es que el consumo de vídeo, música y videojuegos sube como la espuma.
¿Por qué ocurre esto?
La respuesta corta es que no existe una división real entre lo online y lo offline. Para la respuesta larga, tendré que dar un pequeño rodeo y volver a Cristina.
Todo empezó en Italia. Llegó a Lucca (Italia) de Erasmus y durante las primeras semanas todo fue bien. Una noche tuvo una pelea. O, más bien, sus compañeros de piso se pelearon con ella por pedirles que no hicieran demasiado ruido, que no pusieran la música tan alta y que no hubiese gente borracha en casa todos todos los días. "Cosas así". Sus compañeros, que 'habían ido a pasarlo bien y no a aguantar gilipolleces", la invitaron a que se fuera del piso. Cuando ella se negó, todo se fue de las manos: la amenazaron, intentaron pegarle, comenzaron a llamarla tarada cada vez que la veían. "Jamás en mi vida he pasado tanto miedo. Dejé de comer, me pasaba el día en la habitación, a la que puse una cerradura, temblando, llorando, con los dedos engarrotados y solo salía cuando ellos dormían o no estaban en casa".
Hay muchas cosas más. Muchas. 35 minutos grabados a viva voz, pero lo importante es que, chapurreando algo de italiano, consiguió salir de allí. A los pocos meses, volvió a España. Se compró un gato y fingió que todo iba bien.
"Vivía en internet". El relato de Cristina de los meses tras de volver de Italia coincide casi punto por punto con lo que hemos hablado. "No quería salir, no quería nada. Cada vez menos. Pero lo peor no era eso, lo peor era que no me daba cuenta. Lo tenía normalizado: yo me sentía como siempre, con una especie de miedo o ansiedad permanente, pero como siempre".
¿Usamos más internet porque estamos deprimidos o estamos deprimidos porque usamos más internet? No tenemos una respuesta cerrada: parecen ser dos cosas que se retroalimentan. En unos casos, es la persona con depresión la que huye hacia internet; en otros, vemos que hay gente con predisposición a la depresión a la que el abuso de internet le hace mal. No es una relación unívoca y cerrada.
Porque en realidad, la depresión no cambia cómo somos. Ni en internet ni en la vida diaria. Posiblemente es al revés y es nuestra personalidad la que constituye un factor de riesgo (Boyce, 1991). Por eso, los teóricos discuten sobre si es necesario un evento traumático que haga click o la depresión es una pendiente resbaladiza.
La depresión no cambia cómo somos. Ni en internet ni en la vida diaria. Posiblemente es al revés.
Esto me preocupa. Por la conversación, me da la impresión de que internet puede ser la trampa definitiva. En un entorno diseñado para evitar todo, es mucho más difícil encontrar (siquiera por accidente) cosas que nos hagan sentir bien y escapar de la retroalimentación depresiva. La pregunta es evidente, ¿Deberíamos poner avisos en los navegadores de internet como en las cajetillas de tabaco? ¿Es peligroso internet?
Aquí vino el silencio más largo. Se encendió otro cigarro.
"Te diría que no, pero, claro, no soy neutral". Una calada larga. La mirada como perdida. "En realidad, pensándolo, es verdad que en mi caso y en mi experiencia de estos años, llevas razón. Pero, no sé". Otra calada. "Creo que sería perder una oportunidad".
"Creo que no usar internet a nuestro favor sería perder una oportunidad"
La idea es sugestiva. Desengañémonos, nuestro historial de navegación (Choudhury, Gamon, Counts y Horvitz, 2015, Kroos y cols. 2013 o Morahan-Martin y Schumacher en 2003) es la mejor herramienta de evaluación de la depresión que tenemos hoy en día. La depresión y de otras muchas cosas. "Por primera vez, como decías, podemos saber quién tiene depresión. Qué quieres que te diga, sé que suena egoísta pero no puedo dejar de pensar en mi".
Los límites éticos de la salud
No sé si he sido capaz de recoger bien la última frase pero fue demoledora. Ahora que sabemos que nuestra forma de usar las redes sociales es un buen predictor de que estamos "en riesgo de depresión"; ahora que sabemos que la forma en que participamos, las emociones que transmitidos o nuestra forma de expresarnos (Choudhury, Gamon, Counts y Horvitz, 2015) pueden predecirla con gran exactitud; ahora que sabemos que una simple aplicación móvil preinstalada de serie (Glenn y Monteith, 2014) podría cambiar para siempre la forma en que nos enfrentamos a la enfermedad mental, la pregunta es ¿ahora qué?
«Disponemos de algunos tratamientos muy eficaces para la depresión. Lamentablemente, sólo la mitad de las personas con depresión reciben la atención que necesitan. De hecho, en muchos países esa cifra es inferior al 10%», dice el doctor Shekhar Saxena, director de Salud Mental de la OMS. La ubicuidad de las nuevas tecnologías nos pone en bandeja por primera vez la posibilidad de localizar y tratar la depresión a gran escala. O lo que es lo mismo, reducir drásticamente los 200 millones de personas que hoy en día sufren depresión mayor y no reciben ningún tipo de tratamiento.
Esta es una de las cuestiones que tienen ocupada a Cristina Bermallar, ¿hasta que punto podemos usar los datos privados que genera una persona para aconsejarle tratamientos médicos? Y más aún, ¿no se dan cuenta las grandes corporaciones que sus malas prácticas están alejando la posibilidad de que esto sea real? Popper decía que «el dolor humano constituye una petición moral directa de socorro» y ella está convencida de que el filósofo lleva razón. En esto, lo reconozco, Cristina tampoco es neutral.
No puedo reprochárselo. Por curiosidad, y aunque reconozco que no debo, le pregunto por el intento de suicidio. No recuerda muy bien nada de lo que pasó aquel día pero, poco a poco, con el tiempo, juntando trozos, comentarios y fragmentos, se ha hecho una imagen de aquel cuarto de baño. No fue fácil, durante mucho tiempo tenía miedo a hablar de aquello y cuando se decidió a hacerlo, descubrió que quien más miedo tenían eran los miembros del resto de su familia. Aún así, me cuenta que había vapor en las ventanas y los espejos, que había dejado los tacones colgados del toallero o que está viva por causalidad (si su tío no hubiera llegado borracho como una cuba a la casa, no hubieran reparado tan pronto en que el baño estaba ocupado).
Hay una cosa que no sabe, que no ha conseguido averiguar: su cara, la expresión de su rostro. Como no recordaba aquella tarde con claridad, durante muchos años le obsesionó saber si estaba feliz o triste o confundida en aquella bañera. Pero no ha conseguido que nadie se lo cuente. Nunca sabrá si inexplicablemente nadie se fijó en ella, si como dicen los viejos psicoanalistas algo dentro de ellos lo reprimió, si lo callaron por miedo o si sencillamente lo olvidaron. "Y ¿Sabes qué, Javi? Un día me di cuenta que ya no me importaba. Lo que me importa es que ahora sí que soy feliz". Y la verdad es que si algún día me preguntan porque cual era la expresión de su rostro en este momento, lo tendría claro: Cristina es feliz, es lógico que quiera que los demás también lo seamos.
Imagen | Ryan_M651, vintagedept, h.koppdelaney, Mairal
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