A las tres menos diez de la mañana del 17 de septiembre de 1999, Jesse Gelsinger se convirtió en la primera persona en morir "a causa de una terapia génica". Ninguna muerte es una muerte más, pero está fue especialmente simbólica. y desde un punto de vista estrictamente científico, especialmente nefasta.
Gelsinger y la década perdida
Gelsinger tenía una deficiencia de la OTC, una enfermedad que impide un correcto procesamiento del amonio en el hígado y que suele producir la muerte al poco de nacer. En este caso, la enfermedad no era genética, sino adquirida y eso había permitido que Gelsinger hubiera tenido una calidad de vida más que aceptable hasta el momento.
Con la mejor de las intenciones del mundo, Jesse Gelsinger entró en un programa piloto de la Universidad de Pennsylvania que intentaba diseñar un tratamiento para ayudar a los recién nacidos que tenían esa misma enfermedad. El 13 de septiembre recibió el vector viral que portaba la forma buena del gen y cuatro días después moría debido a una reacción inmune masiva producida por el vector.
Como siempre digo, la FDA fue bastante concluyente en que la muerte se debía a una negligencia médica. Sin embargo, la publicidad que recibió el caso hizo que la terapia génica pasara a un discreto segundo plano en todo el mundo. Aunque nunca se dejó de investigar, en muchos sentidos, la de los 2000 fue una década perdida para la investigación en modificación genética.
Un descubrimiento imprevisto
El 5 de enero, el equipo Matthew Porteus publicó que ha detectado anticuerpos específicos contra la proteína Cas9 en el torrente sanguinoso. La Cas9 es un elemento central de la tecnología actual basada en CRISPR y la existencia de linfocitos-T anti-Cas9 (y las posibles reacciones inmunes masivas que eso puede conllevar) supone la peor forma de comenzar el año para la biotecnología.
El laboratorio de la Universidad de Stanford ha encontrado este tipo de anticuerpos específicos en la sangre del 79% de los participantes y linfocitos T anti-SaCas9 en el 46%. La muestra es pequeña (34 donantes), pero las cifras son consistentes.
¿Cómo es posible que pase esto? Como explica Lluís Montoliu, la explicación más plausible ahora mismo es que nuestra interacción habitual como ciertas bacterias patógenas que usan Cas9 (como Streptococcus pyogenes y Staphylococcus aureus) haya facilitado que nuestro sistema inmune aprenda a defenderse de ellas.
Como también explica Montoliu, que es uno de los mayores expertos español en el campo, aunque esto no limita las actuales aplicaciones de CRISPR-Cas9 (porque no requieren su exposición en el torrente sanguíneo), sí cierran la puerta a aplicaciones más ambiciosas que, al ritmo que íbamos, esperábamos ver muy pronto.
El 'fantasma de Gelsinger' y la nueva gran carrera biomédica
Leyendo el trabajo de Porteus es inevitable acordarse de Gelsinger. Sobre todo en un contexto en el que la nueva "gran carrera geopolítica" es biomédica y las grandes potencias mundiales se afanan por ser los primeros en dominar las técnicas de modificación genética y conseguir que la medicina se convierta, de nuevo, en una ventaja estratégica fundamental.
La competencia, como señalaba Carl June, puede ser buena para avanzar; pero también peligrosa si se encadenan fallos y se gestiona mal. Frente a la carrera, la presión por ser el primero y la desbocada búsqueda de resultados (aunque sean modestos y problemáticos), el caso de Gelsinger nos recuerda que dar pasos en falso cuesta vidas y puede retrasar mucho el viaje.
La solución curiosamente nos la dio el mismo descubridor de CRISPR en la entrevista que nos concedió hace unas semanas. No hay un solo sistema CRISPR, la naturaleza está llena de sistemas distintos que funcionan de formas muy variadas. “El 50% de las bacterias y el 90% de las arqueas poseen sistemas de defensa CRISPR”: es decir, pensar que en algún sitio se encuentra un ‘bisturí génico’ más seguro no es pecar de pesimismo. En absoluto: debemos seguir investigando.
Más info | Inesperado contratiempo para las terapias génicas basadas en CRISPR
Imágenes | Lisa M. Krieger
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