La tercera dosis de la vacuna del Coronavirus ha sido uno de los grandes temas del final de verano y el otoño boreal. De hecho, la tercera dosis ya es una realidad para millones de personas en España: los mayores de 65 años que están siendo vacunados contra la gripe. Otros dos millones (los vacunados con Janssen) también recibirán una dosis de recuerdo en las próximas semanas.
Por ello, en pleno repunte de la pandemia en el continente y mientras los países europeos empiezan a tomar medidas para restringir los derechos de los no vacunados, la pregunta es cómo la tercera dosis para todo el mundo está dejando de ser una posibilidad para convertir en una realidad. Aquí repasamos los motivos.
Los últimos datos disponibles
El primer ensayo clínico aleatorizado de la tercera dosis (hecho por y con Pfizer) se hizo con 10.000 personas. Los investigadores encontraron una eficacia del 95,6%: hubo 5 casos en el grupo de vacunados por tercera vez y 109 en el grupo placebo. Estos resultados cerraron (todo lo que se puede cerrar) el debate.
Hasta ese momento, había intuiciones, notas de prensa e informes sobre la efectividad meramente observacionales (como el de la imagen superior). Trabajos muy interesantes que mostraban la evolución de las diferencia en hospitalizaciones y muertes en un grupo de más de dos millones de personas vacunadas con dos y tres dosis; es decir, mostraban cierto decaimiento de la efectividad de las vacunas, pero que seguían generando dudas.
En los últimos días, han aparecido también datos británicos que confirman que la nueva dosis restauraría ese decaimiento progresivo en mayores de 50 años.
Todo esto, en pleno boom de la pandemia en Europa y ante los problemas de los gobiernos comunitarios para superar "techos vacunales" mucho más bajos de lo esperado, aclara el futuro de la tercera dosis de la vacuna. Es decir, el camino que tomarán las autoridades sanitarias más que la respuesta de si, en el mejor de los escenarios, este recuerdo sería necesario. No estamos en ese escenario.
El análisis
Durante meses nos hemos preguntado si necesitamos realmente una tercera dosis de las vacunas contra el COVID-19. Las farmacéuticas lo tenían claro desde casi principios de año, pero muchos especialistas señalaban que (desde un punto de vista estrictamente científico) todavía no teníamos razones para pesar que esa necesidad fuera real. De hecho, hace unas semanas la Agencia Europea del Medicamento se ponía de perfil y deja en mano de los países la tercera dosis de la vacuna del COVID.
Eso significaba algo que se empezaba a intuir desde ante del rebrote que vive Europa: que la tercera dosis llegaría antes o después. Al fin y al cabo, las vacunas las teníamos: España, con una de las tasas de vacunación más altas del mundo, anunció en verano que compraría 96 millones de vacunas Pfizer más y otros 15 millones de Moderna. Y no fue una excepción en Europa. Es cierto que la intención era "comprar" capacidad industrial y logística para hacer frente a los escenarios que pueden plantearse (recordemos que las nuevas variantes eran un tema candente en ese momento), pero, una vez llegado a este punto, la única salida razonable para toda esa inversión es apostar por la dosis de recuerdo.
La dosis de recuerdo (y toda la batería de medidas para impulsar la vacunación de todo aquel que no lo está) forma parte de la estrategia que la Unión Europea se está viendo obligada a tomar para no acabar el año con los sistemas sanitarios colapsados de nuevo. No obstante y aunque nada asegura que la estrategia vaya a ser exitosa, lo que sí es cierto es que la vacunación anual empieza a dibujarse en el horizonte. El COVID nunca fue una gripe más, pero su gestión cada vez se parece más a ella.
Imagen | Mat Napo
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