"BMW i3 autónomo en el Mobile World Congress 2018" es la mejor forma de resumir que los coches autónomos ya son una realidad, aunque por el momento para probar este coche tengamos que conformarnos con dar unas vueltecitas a un circuito cerrado, como quien se sube a los caballitos en el carrusel de la feria.
No es la primera vez que probamos un coche autónomo, pero sí que es la primera vez que lo hemos hecho con un coche de verdad, no un concept-car sino un modelo de producción adaptado. Así lo hemos vivido.
Pon la cámara a grabar, Merinowski, que vamos a contar esto en vídeo.
De los cinco niveles de conducción autónoma que hay, este es el máximo
Hay cinco niveles de conducción autónoma. Más allá del nivel 0, que supone el manejo completamente manual del automóvil, tenemos:
- Nivel 1. Sistemas de ayuda a la conducción (ADAS) tales como el control de crucero (ya sea pasivo o adaptativo).
- Nivel 2. Sistemas de intervención en la conducción como los asistentes que mantienen el vehículo en el carril o realizan por sí mismos una esquiva ante un obstáculo.
- Nivel 3. Sistemas de decisión sobre la conducción, capaces de evaluar riesgos y reaccionar ante ellos, que permiten que el conductor desatienda la conducción durante breves periodos de tiempo.
- Nivel 4. Sistemas de conducción totalmente autónoma aunque con ayuda humana esporádica si es necesario, que permiten al conductor desatender la conducción salvo en momentos puntuales.
- Nivel 5. Sistemas de conducción completamente autónoma, que prescinden por completo del conductor.
BMW calcula que en 2021 el nivel 3 de conducción autónoma será una realidad palpable en las calles, mientras que el nivel 4 estará pendiente de ciertas condiciones legales. Y el BMW i3 expuesto en el Mobile World Congress es de nivel 5. De esta forma, el fabricante bávaro se adelanta a muchas de las pruebas piloto de nivel 5 que, según sus cálculos, se generalizarán en el año 2020. Se recortan así las últimas previsiones de la propia BMW, que el año pasado ponía el objetivo en 2021.
Siendo así las cosas, como periodista de Motor habituado a probar coches te miras al espejo y te preguntas qué demonios haces ahí, o qué vas a tener que hacer. Y te dejas llevar, literalmente, porque total, tampoco puedes hacer mucho más...
Probar un coche autónomo, una contradicción de base
La principal sensación que tienes al probar un coche autónomo es de artificio, hasta de cierta frialdad. Todo está muy medido y muy calculado. Ven aquí, que te enseño ahora este coche que se conduce él solito y te va a hacer la vida más fácil cuando vuelvas cargado con las bolsas de la compra. Pulsa aquí en la pantalla del móvil y vendrá a recogerte. Pulsa aquí junto a la puerta y se abrirá. Siéntate y deja que el coche te dé una vuelta.
Exteriormente parece ser un coche de producción que ha sido adaptado para la ocasión, como un BMW i3 cualquiera al que le hubieran hecho un apaño, de manera que tiene volante y pedales aunque bien podría prescindir de ellos, porque teóricamente no los necesita para nada.
En esta demostración nos llama la atención el volante dando vueltas como evidencia de que se mueve solo mientras lo contemplamos sentados en los asientos posteriores, parapetados tras una pantalla táctil que funciona como cuadro de mandos. Para eso hemos quedado los conductores humanos en este nivel de conducción que no nos necesita.
Con un matiz: el coche sí necesita que le digamos que se ponga en marcha, y eso lo hacemos mediante una pulsación larga que controlamos en un dial a modo de barra de progreso. De esta manera no arranca contra nuestra voluntad, lo que constituiría una duda más para considerar dentro de los dilemas de Asimov asociados a la conducción autónoma. Y, por supuesto, si los cinturones no están abrochados el coche no se va a mover del sitio.
Y allá vamos, intrépidos en unas vueltecitas que el coche da a un recinto sin desmelenarse en absoluto. Es todo suavidad, tanto al acelerar (poco) como al frenar. En cualquier momento lo podemos detener y en cualquier momento podemos reanudar la marcha. Y funciona muy bien, como era de esperar. Esto es todo cuanto podemos contar como (muchas comillas aquí) """probadores""" en las tres vueltas que le damos a este mínimo circuito.
De hecho, el trayecto realizado no me transmite gran cosa. Será por deformación profesional, pero yo, como profesor de formación vial que soy, hasta que no vea a un coche autónomo circulando durante un mínimo de 25 minutos en toda clase de circunstancias, incorporándose a vías rápidas, abordando glorietas, lidiando con tráfico denso... no creeré.
Eso es lo que hoy en día se le exige (o debería) a quien aspira a ser un nuevo conductor humano en nuestro país. Porque aunque el futuro se nos venda con imágenes de coches que se hablan los unos a los otros, el verdadero problema de la conducción autónoma llegará antes: en la transición que nos espera hasta tener un futuro completamente exento de conductores humanos, lo que motivará una convivencia que se dibuja complicada entre coches conducidos por humanos y coches autónomos, a no ser que se segreguen esos dos mundos por carriles específicos.
Y aun así... habría puntos de intersección entre ambas conducciones que merecerían unas soluciones donde se mezclarían los comportamientos humanos con la programación también humana de máquinas obedientes.
Por otra parte, teniendo en cuenta que precisamente BMW se despachó hace más de cuatro años con un coche autónomo que hacía trompos, esto que la conducción autónoma nos muestra en el Mobile World Congress ya se me antoja hasta banal. Me quedo con ganas de más, así que de momento prefiero ir un poco más allá de lo que he visto.
Lo que la conducción autónoma esconde
Si el viaje durase más, podríamos echar un vistazo a alguna de las muchas películas que nos sugiere el sistema multimedia, aunque quizá en esta demostración de capacidades se echa en falta comprobar las condiciones en las que se vería la película. No podemos probar el sonido, no sabemos si el streaming funciona bien... Confiaremos en que todo eso está controlado.
A medio camino hago sonar el claxon del coche por prescripción del hombre de BMW que nos presenta el invento, aunque no termino de comprender cuál es la finalidad de tocar la pantalla para emitir ese ruido inmundo, tan propio de las bulliciosas ciudades del siglo XX como impropio de las (quizá) silenciosas ciudades futuras. Se supone que un coche autónomo de nivel 5 prescinde de mí como conductor, de manera que yo podría estar echándome una siesta mientras el mundo explota a mis pies, antes de ver una emergencia que me llevara a usar la bocina del vehículo.
Tampoco comprendo muy bien de qué sirve tener acceso directo al mando de las luces del coche, que permite hacer ráfagas, por el mismo motivo. Para un nivel 4 de conducción autónoma, se entiende que existan estos mandos todavía. En un nivel 5, se supone que todo debe estar tan cuadriculado que el conductor puede hacer la marmota durante cualquier viaje con total libertad, leer un libro, navegar por Xataka, ver una película o utilizar los asientos traseros del coche como mejor se le ocurra.
Y ese es el punto que más hace pensar sobre la conducción autónoma. Nos espera un camino que se adivina repleto de pruebas de coches autónomos de diferentes pelajes, y en este Mobile World Congress se repite de stand en stand el mantra de que la seguridad debe estar por encima de todo.
El problema está en que el escenario vial es lo suficientemente complejo como para necesitar un detalladísimo mapa de posibles eventos que, sin la ayuda de la supuesta inteligencia artificial, puede suponer un fracaso en términos de seguridad vial.
Eso sí, con la ayuda de sistemas que aprendan de los errores mucho mejor que lo hace un conductor humano, claramente un coche autónomo podrá anticiparse mejor a los problemas que sucedan. La cuestión está en si los conocimientos de base con que partirán los coches autónomos serán lo suficientemente complejos como para que los sistemas puedan evaluar y decidir de un modo equiparable a como lo haría un conductor humano, si se pasarán de frenada o si no llegarán. No es tan sencillo programar un comportamiento humano ante un estímulo imprevisto.
Finalmente, hay un aspecto sobre la conducción autónoma que me consta que se está abordando en las empresas del ramo, aunque sin que por ahora haya conclusiones claras al respecto. ¿Qué ocurrirá con las personas propensas a la cinetosis? Cuando una persona conduce, es raro que se maree por una serie de razones que van ligadas a la cinetosis. Si a esas personas las apartamos del volante, habrá que ver cómo se evita que lo pasen mal cuando son conducidas por otro, en este caso por el coche.
En definitiva, probar un coche autónomo como el BMW i3 del Mobile World Congress es una de esas experiencias que, aunque imprescindibles, sé que no me cambiarán la vida, al menos por ahora. Está bien, pero todavía queda mucha tela que cortar para que veamos coches autónomos circulando por la calle con total normalidad. Me voy a por palomitas.
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