Entre el 1997 y el 1998, El Niño golpeó las costas (y la economía) de Ecuador con una fuerza bestial. Su producto interior bruto cayó diez puntos. Si extrapoláramos esas cifras al día de hoy, serían 10.948 millones de euros desvaneciéndose sin más. Parece una curiosidad histórica, pero es mucho más.
Y es que, según la Armada de Ecuador, a día de hoy el incremento de la temperatura del Pacífico ecuatorial lleva una progresión idéntica a la del episodio de 1997-1998.
Son previsiones, claro. Pero el impacto que temen en el Gobierno de Ecuador es enorme. Solo en daños directos, hablamos de 3.649 millones de euros y alrededor de 35.000 damnificados. Y, ante eso, el presidente Guillermo Lasso ya ha anunciado un extenso plan de "mitigación, adaptación y prevención" valorado, inicialmente, en 242 millones de euros.
Pero no es suficiente. Si la tendencia persiste, en septiembre la alerta amarilla pasará a naranja y, poco después, empezarán las lluvias torrenciales. El país necesita tomar medidas y lo necesita rápido. Por eso, además de coordinarse con Perú y Chile (los otros dos grandes afectados), Lasso pedirá ayuda a los organismos multilaterales. Y le hará falta.
Entonces, ¿esto va en serio? Todo parece indicar que sí. Si en marzo las probabilidades de que El Niño se desarrollase estaban en torno al 50%, lo que está ahora en torno al 50% (al 56%, para ser precisos) es que El Niño sea de moderado a alto.
De hecho, pese a que durante semanas el proceso de calentamiento de las aguas superficiales del pacífico ecuatorial parecía contenido, hoy por hoy las temperaturas ya están por encima del superNiño de 2015 y en niveles registrados, por última vez, precisamente en mayo del 98.
¿Deberíamos prepararnos? Evidentemente, nuestra situación no tiene nada que ver con la situación de Ecuador, Perú o Chile. Esos tres países son, con diferencia, los más vulnerables a El Niño sea cual sea su virulencia. Es lógico que, con los datos que tenemos encima de la mesa, no quieran esperar ni un minuto más antes de empezar a prepararse.
Sin embargo, ya que hablamos de El Niño del 97-98, conviene recordar que aquel año sus efectos fueron mucho más allá de las costas occidentales de Sudamérica. En el año que duró aquel evento murieron "el 16% de los sistemas de arrecifes del mundo", se produjo "un brote sin precedentes de la fiebre del Valle del Rift", hubo importantes inundaciones en Kenia, Somalia o California y, por el otro lado, Indonesia registró una de las peores sequías registradas.
¿De qué impacto estamos hablando? Hace unos meses, un equipo de investigación del Dartmouth College estimó en 'Science' que, tras El Niño de 1982-1983, los efectos financieros se notaron durante más de media década. Fueron unos 4,1 billones de dólares. El Niño de 1997-1998, por su lado, produjo un daño al crecimiento económico mundial de alrededor de 5,7 billones de dólares.
En términos globales, sería un 3% del PIB estadounidense entre 1988 y 2003, pero en otros muchos países superó el 10%. Es para estar preocupados. No obstante, como llevamos avanzando desde hace meses, en España el efecto de El Niño es mucho más moderado (e incluso, paradójico).
Y, aun así, no hay que bajar la guardia. Sobre todo, porque lo que está ocurriendo en el Atlántico es muy anómalo. El calentamiento inusual de las aguas del océano y la extrañísima circulación atmosférica que lo acompaña están provocando fenómenos nunca vistos en tiempos modernos. ¿Qué pasará en este contexto? Esa es la gran pregunta, una que no vamos a tardar en responder.
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Imagen | NASA
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