Quizás no tuviesen herramientas tan avanzadas como el Hubble, el telescopio espacial James Webb o el GMT de Magallanes, pero hace miles de años nuestros ancestros ya miraban el firmamento estrellado con curiosidad y buscaban formas de plasmar de la forma más precisa posible lo que observaban. Incluso cuando los únicos recursos que tenían a su alcance para anotar sus ideas eran rocas, martillos y rudimentarios cinceles. Acabamos de comprobarlo gracias a dos investigadores italianos, Federico Bernardini y Paolo Molaro, que han identificado en Trieste el que tal vez sea el mapa celeste más antiguo conocido hasta la fecha.
Lo mejor es que ese croquis primitivo, grabado sobre una enorme roca con forma de rueda, nos reserva aún alguna sorpresa sobre nuestro universo.
Dos piedras "estelares". A simple vista son dos rocas circulares, grandes, irregulares y bastas. Eso a simple vista, claro. Hace un tiempo los arqueólogos localizaron en la meseta kárstica de Trieste, al norte de Italia, dos piedras con forma de rueda de cierto tamaño. Los discos miden 50 centímetros de diámetro, tienen una profundidad de 30 cm y se localizaron cerca de la entrada de Castelliere de Rupinpiccolo, una construcción defensiva que se usó como fortificación desde el 1800 o 1650 a.C. hasta el 400 a.C. Al examinar en detalle las rocas, los científicos llegaron a dos conclusiones: una de las piedras parece una representación del Sol; la otra quizás sea el mapa celeste más antiguo conocido hasta la fecha.
Leyendo las rocas… y la historia. Los discos son lo suficientemente fascinantes como para que Paolo Molaro, astrónomo del Instituto Nazionale de Astrofisica (INAF), y el arqueólogo Federico Bernardini examinasen a fondo sus detalles. Sus conclusiones acaban de plasmarlas en un artículo publicado en la revista especializada Astronomische Nachrichten y resultan fascinantes. En una de las rocas, la que no representa el Sol, los investigadores identificaron 29 signos, 24 de ellos distribuidos por una misma cara y los cinco restantes en el reverso.
Los símbolos se reparten de forma aparentemente irregular, pero —como recuerdan desde el INAF— comparten una orientación y parecen grabadas por la misma persona, alguien que se esmeró en marcar cada uno en la roca valiéndose de un martillo y un cincel metálico con una punta de entre seis y siete milímetros. El patrón no les resultó del todo desconocido. A solo unos kilómetros de allí, en el Castelliere di Elleri, se había identificado ya una pieza de bronce con 29 signos compatibles y que hoy se conserva en el Nuseo Arqueológico de Muggia.
¿Y qué nos dicen los signos? Esa es la gran pregunta que les tocó responder a Molaro y Bernardini. Su primera conclusión es que los signos son obra humana, no de la naturaleza, y se grabaron de forma intencionada hace al menos 2.400 años, cuando la fortificación de Rupinpiccolo aún ejercía como tal.
La segunda es que de las 29 señales identificadas, 28 se pueden identificar como estrellas de Escorpio, Orión, las Pléyades y, teniendo en cuenta los cinco signos del reverso, Casiopea. Las marcas coinciden hasta tal punto que el INAF reconoce que resulta "bastante improbable" que semejante disposición sea fruto del azar. "No solo eso. Las desviaciones de las posiciones verdaderas son del orden del tamaño de los signos, lo que demuestra un cuidado considerable en la ejecución", anota.
El propio Molaro confiesa que, cuando Bernardini contactó con él con la corazonada de que había identificado marcas que se correspondían con la constelación de Escorpio en una roca de la meseta kárstica, escuchó las teorías de su colega arqueólogo con escepticismo. "Mi primera reacción fue de incredulidad, dado que la parte sur de Escorpio está encima del horizonte en nuestras latitudes —recuerda—. Pero al descubrir que la precesión de los equinoccios la elevaba unos 10-12 grados y la sorprendente coincidencia con la constelación, investigué más el asunto… Así identifiqué Orión, las Pléyades y, en el reverso, Casiopea".
El signo 29, la gran sorpresa. Quedaba una incógnita sobre la mesa. Bernardini y Molaro tenían una explicación para todas las marcas, salvo una, que parecía desentonar en aquel primitivo mapa de los cielos. ¿Cómo era posible? ¿Se debía a un error del astrónomo que había grabado el disco? ¿Invalidaba el resto de sus teorías? ¿Había sido fruto de un accidente del autor? La explicación de los investigadores italianos es otra distinta, y mucho más sorprendente.
En su opinión esa marca 29 que aparentemente "chirría" en el mapa estelar representa una "supernova fallida", un objeto transitorio que hizo su aparición y luego desapareció. La hipótesis es fascinante porque, de ser cierta, el antiguo mapa podría ayudarnos a conocer mejor nuestro universo hoy, en plena era del James Webb. "Si fuera el caso, hoy podría haber un agujero negro en ese punto del cielo. Por lo tanto podría valer la pena intentar localizar sus huellas", señala INAF.
El mapa de los cielos más antiguo. Si el hallazgo no fuese lo suficiente emocionante de por sí, se le añade otra posibilidad igual de asombrosa: el INAF desliza que el disco del Castelliere podría ser el más antiguo de su tipo. Ahora ese honor suele otorgarse al disco de Nebra, una pieza procedente de Alemania, datada hacia el 1600 a.C. y construida en bronce y con partes de oro que representa el Sol, la Luna y las Pléyades. Pero para el INAF "no se trata de un verdadero mapa".
"Supone más bien una representación simbólica. Para encontrar mapas 'fieles' hay que esperar hasta el siglo I a.C., épocas de los mapas derivados probablemente del catálogo de Hypparcos, que data del 135 a.C.", abunda el organismo, y concluye: "Aceptando una datación protohistórica del artefacto, el trazado relativamente preciso de los asterismos en la piedra de Rupinpiccolo sería, por tanto, al menos algunos siglos anterior”. En su opinión, el descubrimiento de Trieste demuestra algo más, mucho más valioso: que los habitantes de Europa en aquella época mostraban ya "una sorprendente curiosidad" por observar el firmamento.
Imágenes: INAF, Bernardini et al., Documenta Praehistorica, 2022 y Paolo Molaro et al. Astronomical Notes
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