Durante un puñado de siglos, Roma se convirtió en el centro del universo conocido. No había ciudad más magnífica y grandilocuente, fruto de las inmensas riquezas acumuladas durante años de expansión imperial. A la altura del siglo III después de Cristo, los dominios romanos se extendían a lo largo de tres continentes, ocupando ambas orillas del Mediterráneo y llegando hasta puntos por aquel entonces remotos, como las islas británicas. Millones de personas lo habitaban.
¿Cómo controlar tan vasto territorio durante un periodo en el que la tecnología moderna tan siquiera se imaginaba? Hemos visto en más de una ocasión la riqueza logística desplegada por el Imperio Romano, una red de infraestructuras cuyas huellas perviven aún hoy en nuestras autovías y líneas de ferrocarril. Roma comprendió que necesitaba moverse rápido, o al menos lo más rápido posible, para ejercer su poder. Y desplegó una sofisticada infraestructura en consecuencia.
La red de carreteras y rutas marítimas del imperio se ha convertido en objeto de leyenda y de fetichización pop. Lo vimos en su día a cuenta de este estupendo mapa que visualizaba sus principales líneas y paradas al modo de una red de metro contemporánea. Pero ningún proyecto cartográfico contribuye a entender tan bien lo que significó la infraestructura romana como Orbis, un mapa interactivo que imita las funcionalidades de Google Maps y permite viajar tal y como lo hacía los romanos del año 200.
Para lograrlo fue necesario sumar talentos interdiscinplinares. La maravilla la firman Walter Scheidel, historiador romano en la Universidad de Stanford; Elijah Meeks, responsable tecnológico; Karl Grossner, geógrafo y desarrollador web; y Noemí Álvarez. Juntos acudieron a las fuentes documentales de la época y recopilaron tanta información como les fue posible sobre las ciudades, las rutas de paso y los puertos, marítimos o fluviales, empleados por la civilización romana.
El resultado es abrumador. El mapa condensa 632 puntos, urbanos o rurales (puertos de montaña o postas de vigilancia, entre estos últimos) a lo largo y ancho de diez millones de kilómetros cuadrados. La herramienta nos permite recorrer más de 84.000 kilómetros de vías terrestres, más de 28.000 kilómetros de rutas fluviales, y más de 192.000 autovías marítimas (capaces de conectar unos 300 puertos en Europa, Asia y África).
Los autores han puesto el acento en las condiciones físicas y meteorológicas variables de tan impresionante, si bien arcaica, red de infraestructuras. Viajar por los confines del imperio requería de tiempo, pero ante todo requería de dinero. Todas las rutas (que pueden ser diseñadas por nosotros mismo) incluyen información sobre sus costes asociados. El dinero era uno de los principales obstáculos, y contribuía decisivamente a un trayecto más breve, más cómodo y más seguro.
De ahí que el modelo de navegabilidad siempre incluya dos velocidades marítimas en función de la época del año y del clima. Factores como el frío, los vientos y las tormentas obligaban a los navegantes a tomar una ruta y otra, cuando no a optar por el cabotaje (una navegación de puerto a puerto, siempre bordeando la costa para evitar adentrarse en alta mar). Además, el mapa ofrece hasta cuatro presupuestos distintos para los viajes a bordo de un barco, prueba de la amplia variedad de ofertas disponibles.
Similares alternativas incluyen las rutas terrestres. El mapa ofrece hasta catorce formas de transporte distintas (burros, caminantes a pie, un ejército a paso ligero, carruaje veloz, relevo de postas, una persona con un caballo, etcétera), nueve posibles velocidades (teniendo en cuenta factores climatológicos y físicos: cruzar un puerto de montaña en pleno invierno de la Edad Antigüa no era tarea fácil) y hasta cuatro presupuestos distintos. Un sinfín de opciones para un mundo en absoluto homogéneo.
Lo que el mapa consigue no es sólo un ejercicio de teletransporte a la Antigüedad, sino una maravillosa herramienta para comprender de forma intuitiva los modos, los usos y las costumbres mercantiles o de gobierno en el Imperio Romano. O cómo con medios aún primitivos (en comparación a los actuales) los gobernantes de Roma pudieron controlar (hasta cierto punto, claro) lo que sucedía a miles de kilómetros de allí. Es una experiencia de aprendizaje, una "batalla contra la distancia" y un vergel para el viajero inquieto.