Según un estudio publicado en la revista Psychological Science, a mayor estatus socioeconómico te atribuyas, menos atención prestas a las personas a tu alrededor.
Sus resultados se basan en tres experimentos distintos en los que querían medir los efectos de la clase social en lo que se llama la "relevancia motivacional" de otros seres humanos. En función de tu dinero, cuánto esfuerzo mental le dedicas a la gente con la que te cruzas en la vida.
En todos los casos se hizo decir a los participantes cuál estimaban que era su nivel socioeconómico, su clase social. Primera prueba: les colocaron unas Google Glass y grabaron sus movimientos faciales y oculares mientras paseaban por Manhattan. Los que se veían a sí mismos como más acaudalados posaban muchas menos miradas en los transeúntes que los que se autoidentificaron como de clases más modestas.
Segunda prueba: lo mismo pero entrevistando a estudiantes universitarios y colocándoles fotografías de Google Street View. Mismos resultados: los ricos pasaban menos tiempo mirando a las personas de las instantáneas que los de clase media-baja.
Para descubrir si esa diferencia de tiempo y esfuerzo empleado en analizar a los demás se trataba de una decisión consciente o una reacción cognitiva involuntaria, reclutaron a un tercer grupo de participantes más amplio. Les hicieron observar pares de imágenes en las que había un rostro y cinco objetos aleatorios. El juego consistía en encontrar cuál era la sutil diferencia entre ambas fotos mientras estas parpadeaban velozmente. Los más pobres del grupo detectaron mucho más rápidamente los cambios en la expresión de las personas de las fotografías que aquellos que se veían como de clase alta. Para los que menos tienen, los rostros contienen información más importante.
La empatía, esa herramienta de supervivencia para perdedores
Este paper de la New York University no es capaz por sí mismo de determinar por qué ocurre esta diversidad de reacciones. Como sabemos por nuestros procesos adaptativos, nuestra atención, que es selectiva, nos va invitando con los años a mirar más aquello que es más necesario para la supervivencia, bien porque se trate de una posible amenaza bien por ser un estímulo. Los científicos de esta investigación sugieren, entre otras cosas, que las clases sociales pueden conceptualizarse como culturas.
En cualquier caso otros estudios ayudan a sustentar esta idea. Sabemos que entre las clases bajas las interacciones sociales están menos estructuradas, y que por eso los pobres necesitan gastar más esfuerzos en leer a la gente porque las normas, las recompensas, no están tan tan claras. Un ejemplo práctico: si necesitas que alguien cuide de tus hijos por las tardes una mayor inteligencia emocional podría ayudarte a convencer a tu vecino de que les eche un ojo, mientras que los ricos pueden tirar de chequera y llamar a una niñera. Ellos no necesitan hacer todo eso esfuerzo y de ahí que sus habilidades están desentrenadas.
Porque esa es la segunda parte, sabemos que los ricos son peores captando emociones ajenas, como se deduce de lo anterior. Somos animales sociales, y si alguien es menos capaz de experimentar los beneficios de las relaciones interpersonales no sólo va a mostrar menos compasión hacia el sufrimiento ajeno, sino que puede terminar aislándose del mundo, lo que ya sabemos que causa deterioro cognitivo, adicciones y en los peores casos enfermedades coronarias, accidentes cerebrovasculares y un aumento de la muerte prematura.
Estas ideas también han llevado a algunos psicólogos a defender que, para mejorar nuestra sociedad en términos económicos y de poder, no sólo deberíamos hablar de brecha salarial, sino también de “brecha empática”. De ser cierto que los más ricos tienden a despreocuparse de los sentimientos del prójimo podría tener consecuencias en la construcción de nuestra realidad política, perpetuando un sistema donde se premie al que muestre menos cuidado por las necesidades de los demás.
Imagen | UAT, FameFlynet