Occidente tiene un problema fármaco de primer nivel: toma demasiados medicamentos. Es algo cierto en Estados Unidos, donde se comercializan más de 49.000 toneladas de paracetamol al año, unos 300 gramos per cápita, pero también en España, el país desarrollado con mayor tendencia a la automedicación. Entre el año 2000 y 2015 nuestro consumo de fármacos creció un 35%. Unas 700 millones de dosis diarias.
Es algo que afecta a nuestra resistencia a determinadas medicinas. Pero también a nuestro comportamiento.
Trastornos. Lo ilustra un extenso reportaje de la BBC. Son múltiples los efectos secundarios atribuibles a los medicamentos de uso corriente. No sólo a nivel fisiológico, el más estudiado por la comunidad científica, sino también a nivel psicológico y emocional. Desde una mayor irascibilidad hasta una reducción drástica de la empatía, pasando por una tendencia aguda hacia el conflicto violento, los fármacos nos cambian.
Y es un área aún poco conocida.
Paracetamol. Un ejemplo claro: un reciente estudio ha ilustrado cómo el paracetamol, capaz de suprimir el dolor físico y sentimental deprimiendo la actividad de ciertas partes del cerebro, también reduce nuestra capacidad para empatizar con la felicidad o la satisfacción ajena. Colocados frente a una historia romántica exitosa, los participantes medicados con paracetamol desarrollaban menos empatía, menos emociones.
Utilidad. Huelga decir que esto es un problema. La empatía es una herramienta capaz de estabilizar nuestras relaciones románticas, hacernos mejores padres y apuntalar nuestras carreras profesionales. En esencia, es una brújula social que nos permite comprender mejor las motivaciones y las acciones de las personas que nos rodean. Algo no sólo positivo desde un punto de vista moral, sino también utilitario.
Otros casos. El listado es largo. Incluye medicaciones contra la depresión que interactúan de forma radical con nuestro cerebro, anulando nuestra aversión al riesgo; fármacos contra el asma que inducen a una mayor hiperactividad; o productos contra el colesterol, vinculado a la serotonina que incentivan conductas agresivas y violentas (la correlación entre mayor mortalidad y menor colesterol es inquietante).
Consumo. A nivel individual puede parecer poco dramático. Al fin y al cabo los efectos de muchos medicamentos son temporales. Pero a gran escala revela hasta qué punto es una cuestión a investigar. Tendemos a la automedicación, especialmente en España, cuando el impacto de determinados fármacos en nuestro estado emocional y en nuestro comportamiento aún no están del todo estudiados.
Cifras. De ahí que la administración haya tratado de desincentivar el consumo exigiendo, por ley, receta médica para fármacos de uso frecuente como el ibuprofeno 600 o el paracetamol de un gramo. Las farmacias, amenazadas con multas de entre 3.000€ y 6.000€, han empezado a cerrar el grifo, para insatisfacción de sus clientes habituales.
Los riesgos de la sobremedicación van más allá de nuestro comportamiento. La práctica representa una amenaza global a nuestra inmunidad de grupo, en especial por el fatal efecto que tienen sobre algunos antibióticos.
Imagen: Volodymyr Hryshchenko