La ecuación es muy sencilla: a mayor consumo de bebidas energéticas, peor calidad del sueño. De hecho, "incluso solo una pequeña cantidad (una bebida de una a tres veces al mes)" puede tener un impacto significativo en la cantidad de horas que duermen sus consumidores.
Esto no sería muy problemático si no fuera porque casi el 60% de los jóvenes y adolescentes y adolescentes han consumido este tipo de bebidas o si el 9% no las tomara a diario, pero este es el mundo en que vivimos.
Una nueva investigación confirma lo que sospechábamos. El último Estudio sobre Salud y Bienestar de los Estudiantes llevado a cabo en Noruega ha estudiado los hábitos de vida de 53.266 personas entre 18 y 35 años. Sus conclusiones son bastante claras: pese a las limitaciones del estudio, la evidencia que relaciona el consumo de bebidas con cantidades altas de cafeína y el insomnio es sorprendentemente sólida.
Además, esa relación no entendía de edades ni de sexos. Es verdad que las mujeres parecen consumir menos bebidas de este tipo. Mientras un 50% decía no tomarlas nunca o casi nunca, un 5,5% entre 4 ó 6 veces a la semana y un 3%, los hombres respondían a las mismas preguntas en un 40%, 8 y 5%. Pero entre las que consume, el efecto aparece.
Y es muy llamativo. Según los datos noruegos, los consumidores diarios de este tipo de media hora menos que los que las usan de forma ocasional (o no las usan en absoluto). Los motivos son variados (desde tener problemas de conciliación a despertarte en mitad de la noche), pero todos se resumen en menor eficiencia de sueño: pasar más tiempo en la cama, pero dormir menos.
Con el insomnio pasa algo similar. Si cruzamos el Rubicón del sueño de mala caldiad y nos internamos en los territorios del insomnio, veremos que también afectaba más a los consumidores habituales que a los ocasionales.
Aquí, no obstante, hay una curiosa brecha de género: la mitad de las mujeres que consumen estas bebidas de forma diaria tienen insomnio (el 37% de los hombres) frente al 33% de las que no las consumen (el 22% en hombres).
"No dan alas, dan taquicardias y depresión". Con esas palabras, hace unas semanas, el nuevo Ministerio de Sanidad anunciaba que iba a tomarse en serio el problema de estas bebidas en la juventud. A finales de año, un buen número de comunidades decidieron tomar cartas en el asunto.
Y es que tiene sentido. Según la Agencia Española de Seguridad Alimentaria (AESAN) parece ser que sí, "a partir de 160 miligramos de cafeína (500 mililitros de una bebida energética con 32 mg de cafeína/100ml), [el consumo de estas bebidas] puede provocar efectos adversos generales para la salud: efectos psicológicos, alteraciones comportamentales y trastornos cardiovasculares".
Pero en adolescentes es aún peor. Porque como señalaban Maija Puupponen y su equipo de la Universidad de Jyväskylä, los estudios más recientes "el consumo de bebidas energéticas, incluso poco frecuente, se asoció numerosos comportamientos que comprometen la salud". Es decir, beber bebidas energéticas es un comportamiento de riesgo que nos expone (que les expone) a riesgos aún peores.
Es decir, lo extraño sería que el aumento del consumo de estas bebidas no le quitaran el sueño a las autoridades sanitarias.
Imagen | Christian Wiediger
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