Un par de científicos amateurs ha grabado el sonido creado por el mayor organismo viviente conocido en la Tierra. Puede que alguien “un momento, eso es una ballena azul y ya sé qué ruido hacen”. No estaría en lo correcto. Tampoco estaría cerca: el mayor organismo vivo que conocemos no es un animal sino un bosque. O en realidad un árbol. Ambas cosas en cierto sentido.
Se conoce por el nombre de Pando y aunque ante los ojos aparente ser un bosque es, en realidad, un sólo árbol. Con unas 47.000 ramificaciones (troncos) y ocupando 40 hectáreas no es de extrañar. Además de su magnitud, la longevidad de este ser también es notable: se le calculan entre 12.000 y 14.000 años de antigüedad.
Hay mucho que aún no sabemos sobre este inmenso organismo pero lo que sí sabemos ahora es cómo suena. La persona a la que se le ocurrió la singular idea de ponerse a escuchar a este árbol-bosque fue Jeff Rice, un artista especializado en experimentación acústica, y de la ONG Friends of Pando.
Pero, ¿los árboles hacen ruido? Rice recurrió a un hidrófono, un aparato semejante a un micrófono pero diseñado para captar las ondas de sonido en un ambiente líquido. A pesar de ello, este aparato no requiere que las ondas de sonido viajen por un medio líquido, tal y como explicaba Rice en una nota de prensa. “Pueden captar también vibraciones de superficies como raíces”.
En declaraciones recogidas por The Guardian, Rice añadía que lo que puede escucharse en la grabación es, cree, el sonido generado por la vibración de las hojas del árbol. Junto a su compañero Lance Oditt, Rice presentó su trabajo en el 184º encuentro de la Acoustical Society of America, en Chicago la semana pasada.
Rice no es el único que se ha propuesto “escuchar” a las plantas. Hace unas semanas, por ejemplo, una investigación comprobó que las plantas emitían un sonido semejante al de burbujas estallando cuando se encontraban bajo estrés. Las plantas son organismos vivos complejos que, aunque imperceptible al oído humano, también emiten sonido. Y el sonido no es su única vía para comunicarse.
Definir a Pando es un reto. Ni los términos árbol ni bosque se le ajustan plenamente. La definición de árbol puede ajustarse, si consideramos que esta planta no cuenta con uno sino con 47.000 tallos leñosos. La palabra bosque podría verse como una licencia poética. Al fin y al cabo un bosque no es sólo los árboles que lo forman sino un complejísimo ecosistema formado por seres vivos pertenecientes a los cinco (o siete) reinos en los que solemos dividir la vida.
En cualquier caso, las investigaciones realizadas dibujan a Pando como un organismo gigantesco, compuesto por numerosas copias genéticas, probablemente entrelazadas bajo el subsuelo. El organismo es un álamo temblón (Populus tremuloides) americano (no confundir con el chopo temblón, Populus tremula, euroasiático, que también recibe el mismo nombre).
Este árbol, si bien puede reproducirse de forma convencional, tiende a hacerlo a través de la autoclonación, creando enormes colonias como ésta, situada en el estado norteamericano de Utah. Este proceso implica que los miles de troncos son genéticamente idénticos entre sí.
Aunque al organismo se le calcule una edad de más de 10 milenios, se cree que la esperanza de vida de cada tronco ronda los 130 años. La masa total de este organismo ronda las 6.000 toneladas y en su interior posee un complejo ecosistema como el que podría encontrarse en un bosque convencional en el que comparte espacio con más de 60 especies de plantas y numerosos animales.
Entre estos animales se encuentra también la principal amenaza para Pando: el ciervo mulo. Estos herbívoros se alimentan de las nuevas ramificaciones del bosque haciendo que no pueda expandirse ni renovarse. Tanto los ciervos como el bosque están protegidos, por lo que los esfuerzos de conservación en esta dirección son complicados.
El último experimento realizado en este bosque se encuentra a caballo entre el arte y la ciencia. “Lo que estábamos haciendo no era ciencia. Esto era sólo una especie de exploración”, aseguraba Rice.
En este sentido, los sonidos detectados por Rice no constituyen una prueba del nivel de interconexión entre los distintos troncos del árbol puesto que el sonido habría podido viajar a través del terreno en lugar de las raíces, sin embargo sí pueden ayudarnos a apreciar una de las maravillas naturales menos conocidas de nuestro planeta.
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Imagen | Intermountain Forest Service / Lance Oditt (CC BY-SA 4.0)
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