Antes de marzo, probablemente pocos pensaban que una enfermedad podría cambiar el rumbo de la historia.
Pero las cosas han cambiado y la población está empezando a entender que los pequeños cambios que el coronavirus ha introducido o impulsado (consultas por teléfono, trabajar desde casa, distanciamiento social, dejar de darse la mano, hacer la compra por Internet, dejar de usar dinero en efectivo, etcétera) han empezado a cambiar nuestra forma de vida. Puede que todavía no sepamos cuáles de estos cambios van a sobrevivir a la pandemia, al igual que tampoco sabemos si estos cambios son para bien o para mal.
Tres pandemias que en su día sufrió la humanidad podrían darnos algunas pistas sobre la forma en la que la COVID-19 podría cambiar la historia. Tal y como enseño en mi curso Plagas, Pandemias y Política, las epidemias tienden a transformar nuestras vidas en tres aspectos. En primer lugar, puede alterar profundamente la forma básica en la que una sociedad percibe el mundo. En segundo lugar, puede acabar con las estructuras económicas más básicas. Por último, puede influir en las luchas de poder entre las naciones.
La enfermedad como surgimiento del cristianismo
La peste antonina y la posterior peste de Cipriano (se cree ahora que ambas fueron causadas por una cepa de la viruela) asolaron el Imperio romano desde 165 a 262 d.C. Se ha estimado que la tasa de mortalidad de ambas pandemias en su conjunto fue de entre un cuarto y un tercio de la población total del imperio. Por muy sorprendentes que sean estas cifras, solamente cuentan una parte de la historia. Las pandemias desencadenaron una profunda transformación en la cultura religiosa del Imperio romano.
En la víspera de la plaga antonina el imperio era pagano. La gran mayoría de la población adoraba a múltiples dioses y espíritus. El cristianismo, una religión monoteísta que tenía poco en común con el paganismo, solamente contaba con 40.000 adeptos, lo que equivalía a menos del 0,07% de la población del imperio. Sin embargo, una generación después del fin de la peste de Cipriano, el cristianismo había pasado a ser la religión dominante en el imperio. ¿Cómo pudo ser que dichas pandemias tuvieran un efecto tan profundo en la religión de Roma?
Rodney Stark, en su obra seminal El Auge del Cristianismo considera que ambas pandemias hicieron que el cristianismo pasara a ser un sistema de creencias mucho más atractivo.
Si bien la enfermedad no tenía cura, los cuidados paliativos rudimentarios (el suministro de alimentos y agua, por ejemplo) podían estimular la recuperación de aquellas personas demasiado débiles para cuidar de sí mismas. Motivadas por la caridad cristiana y la ética del cuidado de los enfermos (y gracias a las extensas redes sociales y caritativas en torno a las cuales se organizó la Iglesia en sus primeros días) las comunidades cristianas del imperio estaban dispuestas y eran capaces de proporcionar este tipo de cuidados.
Los romanos paganos, en cambio, optaron por huir de los brotes de la peste o por confinarse con la esperanza de evitar la infección. Algo que tuvo dos consecuencias.
Primero, la tasa de supervivencia de los cristianos fue mayor que la de sus vecinos paganos y desarrollaron mayor inmunidad más rápidamente. Viendo como muchos de sus compatriotas cristianos sobrevivían a la plaga (y atribuyéndolo a los favores divinos o a los beneficios de los cuidados proporcionados por los cristianos) muchos paganos se sintieron atraídos por la comunidad cristiana y su sistema de creencias. A su vez, atender a los paganos enfermos les ofrecía a los cristianos una oportunidad sin precedentes para transmitir el evangelio.
En segundo lugar, Rodney Stark argumenta que, debido a que estas dos pandemias afectaron desproporcionadamente a las mujeres jóvenes y embarazadas, la menor tasa de mortalidad entre los cristianos se tradujo en una mayor tasa de natalidad. Todo esto hizo que, en tan solamente un siglo, un imperio pagano pasara a estar de camino a convertirse en un imperio mayoritariamente cristiano.
La plaga de Justiniano y la caída de Roma
La plaga de Justiniano, llamada así por el emperador romano que gobernó desde el año 527 hasta el 565 d.C., apareció en el Imperio romano de Oriente en el año 542 d.C. y no se marchó hasta el 755 d.C. Durante esos dos siglos acabó aproximadamente con la vida del 25 al 50% de su población: entre 25 y 100 millones de personas. Esta pérdida masiva de vidas humanas paralizó la economía, desencadenando una crisis financiera que agotó las arcas del estado y lastró al que en su día fuera el poderoso ejército imperial.
Al este, el principal rival geopolítico de Bizancio, la Persia sasánida, también fue devastada por la pandemia y por lo tanto no estaba en posición de explotar la debilidad del Imperio romano. Sin embargo, las fuerzas del califato islámico de Rashidun en Arabia, que habían sido contenidas durante mucho tiempo por los romanos y los sasánidas, no se vieron afectadas por la plaga, tomando el Levante en las décadas subsiguientes. No acabamos de comprender los motivos, pero probablemente tengan que ver con el relativo aislamiento del califato de los principales centros urbanos.
Antes de la pandemia, el mundo mediterráneo había estado relativamente unificado por el comercio, la política, la religión y la cultura. Lo que surgió después fue un trío de civilizaciones rotas que competían por el poder y la influencia: una islámica en la cuenca mediterránea oriental y meridional; una griega en el Mediterráneo nororiental; y una Europa entre el Mediterráneo occidental y el Mar del Norte. Esta última civilización (lo que ahora llamamos Europa medieval) estuvo definida por un nuevo y distintivo sistema económico.
Antes de la plaga, la economía europea se había basado en la esclavitud, pero tras la plaga la significativa disminución en la oferta de esclavos obligó a los terratenientes a comenzar a conceder parcelas a los trabajadores nominalmente "libres". Es decir, a los siervos que trabajaban en los campos de los señores y que, a cambio, recibían de los señores protección militar y ciertos derechos legales. Se había plantado la semilla del feudalismo.
La Peste Negra de la Edad Media
La Peste Negra estalló en Europa en el año 1347 y acabó con la vida de entre un tercio y la mitad de la población total europea de 80 millones de personas. Pero no solamente mató a personas. Cuando la pandemia se había consumido a principios de la década de 1350 surgió un mundo claramente moderno, definido por el trabajo libre, la innovación tecnológica y una creciente clase media.
Antes de la llegada de la bacteria _yersinia pestis_ en 1347, Europa occidental era una sociedad feudal que estaba superpoblada. La mano de obra era barata, los siervos tenían poco poder de negociación, la movilidad social estaba bloqueada y había pocos incentivos para aumentar la productividad. Pero la pérdida de tantas vidas sacudió a una sociedad osificada.
La escasez de mano de obra otorgó a los campesinos más poder de negociación. En la economía agraria, también se fomentó la adopción generalizada de nuevos y ya existentes avances tecnológicos: el arado de hierro, el sistema de rotación de cultivos en tres campos y la fertilización de la tierra con estiércol, todo lo cual aumentó significativamente la productividad. Más allá del campo, también dio lugar a la invención de dispositivos que ahorraban tiempo y mano de obra, como la imprenta, las bombas de agua para el drenaje de minas y las armas de pólvora.
A su vez, la liberación de las obligaciones feudales y los deseos de ascender en la escala social animaron a muchos campesinos a trasladarse a las ciudades y dedicarse a la artesanía y otros oficios. Los que tuvieron más éxito se enriquecieron y constituyeron una nueva clase media. Ahora podían permitirse más bienes de lujo que solamente podían obtenerse más allá de las fronteras de Europa, lo que estimulaba tanto el comercio a larga distancia como el uso de barcos más eficaces de tres mástiles, necesarios para ejercer dicho comercio.
La creciente acumulación de riqueza de la nueva clase media también estimuló el patrocinio de las artes, la ciencia, la literatura y la filosofía. El resultado fue una explosión de la creatividad cultural e intelectual, lo que ahora conocemos como el Renacimiento.
Nuestro futuro presente
Nada de esto significa que la pandemia del coronavirus, todavía vigente, vaya a tener unos resultados similares tan devastadores. La tasa de mortalidad de la COVID-19 no se parece en nada a la de las pestes anteriormente mencionadas y, por lo tanto, las consecuencias no van a ser tan radicales. Pero sí que existen algunos indicios de que podría serlo.
¿Acaso los chapuceros esfuerzos de los países occidentales para hacer frente al virus acabarán destruyendo una fe cada vez menos estable en la democracia liberal creando un espacio para que otras ideologías evolucionen y se propaguen?
De manera parecida, puede que el coronavirus ya esté dando fuerza a un cambio geopolítico en curso en el equilibrio de poder entre Estados Unidos y China. Durante la pandemia, China ha tomado el liderazgo mundial en la prestación de asistencia médica a otros países como parte de su iniciativa "Ruta de la Seda de la Salud". Algunos argumentan que la combinación del fracaso de Estados Unidos en su papel de liderazgo y el relativo éxito de China en la recuperación de la situación podrían estar catapultando el ascenso de China a una posición de liderazgo mundial.
Por último, la COVID-19 parece estar acelerando el desentrañamiento de hábitos y prácticas de trabajo ya establecidas desde hace mucho tiempo, con repercusiones que podrían afectar al futuro de las torres de oficinas, las grandes ciudades y el transporte público, por citar solamente algunas. Las repercusiones de la pandemia y de otros acontecimientos económicos conexos podrían resultar tan profundamente transformadoras como las desencadenadas por la Peste Negra en 1347.
Al fin y al cabo las consecuencias a largo plazo de la presente pandemia (al igual que todas las pandemias anteriores) simplemente son desconocidas para aquellos que deben soportarlas. Sin embargo, al igual que las plagas de la historia dieron forma al mundo que conocemos en la actualidad, es probable que esta pandemia también cambie el mundo que habitarán nuestros nietos y bisnietos.
Autor: Andrew Latham, profesor de Ciencias Políticas, Macalester College.
Este artículo ha sido publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el artículo original aquí.
Traducido por Silvestre Urbón.