A principios de los años 80, en el barrio de San Judas de Managua, capital de Nicaragua, un colegio se convirtió en el epicentro de un suceso educativo extraordinario que revolucionaría la ciencia lingüística en todo el planeta para las décadas siguientes. Más importante aún: ese suceso no ocurrió dentro de las aulas, como podríamos pensar, sino en los corrillos de los niños en el patio a la hora del recreo, lejos de la vigilancia de los obstinados profesores.
En julio de 1979 el FSLN puso en marcha la revolución sandinista. Esta implicaba, entre otras cosas, que todos y cada uno de los pueblos debería poder colgar el estandarte de “territorio victorioso de analfabetismo” en sus plazas. No sólo la población general debía saber leer, sino también los niños sordos, que hasta hacía muy poco eran parias del sistema educativo (a decir verdad, los Somoza hicieron algunos esfuerzos en los últimos estertores de su régimen).
Para 1983, la escuela Villa Libertad de Managua reunió a 400 niños con deficiencias auditivas de entre cuatro y 16 años para dar inicio a su novedoso programa. Los profesores, que no sabían lenguaje de signos, intentaron educar a los niños en dactilología y lectura de labios del español. De esta forma, pensaban, conseguirán leer y sabrán entender y comunicarse con las personas oyentes de su entorno.
Pero muchos de estos niños se sentían frustrados y desconcertados. Aunque algunos de los chicos más curiosos consiguieron descifrar el enigma y aprendieron a leer, a la mayoría sencillamente les costaba entender la traslación entre las ristras de signos de los profesores y las palabras de los libros que les forzaban a seguir.
Lo extraordinario surgió en el tiempo libre. Al reunir por primera vez a tantos niños sordos, muchos de ellos muy pequeños y aún con una gran plasticidad, empezaron a crear su propio sistema lingüístico por su cuenta. En las horas extraescolares grupos de niños se juntaban, convenían entre sí qué símbolos usarían a partir de entonces para expresar determinado concepto y el gesto se iría imponiendo a medida que los demás lo fuesen viendo en las conversaciones de otros niños.
Así fue naciendo el Lenguaje de señas nicaragüense, uno de los más importantes para los lingüistas contemporáneos por ser el primero que ha podido ser estudiado y grabado desde su mismísimo nacimiento, un lenguaje generado de cero, libre de cualquier injerencia contaminante, y del que se ha podido registrar su evolución en estos casi cuarenta años, existiendo además aún la posibilidad de entrevistar a sus creadores en caso de necesitarlo.
Con el paso de los meses los profesores observaron que, durante el recreo, los niños estaban teniendo entre sí conversaciones de lo más fluidas. Intentaron, sin éxito, aprender el lenguaje que ellos habían inventado. En 1986 el Ministerio de Educación nicaragüense contactó con Judy Kegl, lingüista estadounidense especializada en lenguaje de señas por el MIT, que al ver el hallazgo empezó a ahondar en la investigación.
Por qué todos llevamos dentro un inventor de mundos durante nuestra infancia
Se descubrieron muchas cosas. Por ejemplo, que eran los niños más pequeños los que más estaban impulsando la expansión del lenguaje y sus reglas gramaticales. Según James Shepard-Kegl, el co-director del Proyecto de la Lengua de Signos Nicaragüense, esto es así porque "a medida que envejecemos nuestros instintos lingüísticos tienden a disminuir. Muchos de esos niños mayores no estaban generando gramática propia, y se limitaban a copiar la que estaban generando los pequeños”. Como ejemplo, mientras que los adolescentes usaban los verbos en formas más primarias, los niños pequeños eran capaces de hacer conjugaciones.
Otro es que, al igual que pasa en el resto de lenguas de signos desarrolladas del planeta, estos niños empezaron a adoptar modulación espacial, por lo que se estima que quedó demostrado que esta función es un componente básico del lenguaje.
La modulación espacial, para que nos entendamos, es la adhesión de información a conceptos más simples dependiendo de cómo coloques tus manos y tu cuerpo al hacer el mismo signo, añadir complementos de lugar o tiempo, sujeto o número al concepto. Por ejemplo, no es lo mismo decir “él le dio el objeto a ella”, si el hablante sordo lo está diciendo colocando las manos de frente, que si dice “él le dio el objeto a la mujer de su derecha” si gira las manos hacia esa dirección. Una vez más, los análisis demostraron que los más jóvenes eran los que más modulaciones espaciales aplicaban en sus conversaciones.
Al cabo de los años también se comprobó otra cosa. Se le realizaron test de inteligencia a los niños que habían asistido a la escuela en sus inicios y se repitieron esas mismas pruebas entre las nuevas generaciones de estudiantes de Villa Libertad, a los que se instruyó ya formalmente en la Lengua de Signos Nicaragüense. La lengua, como era de esperar, había evolucionado hasta conceptos de lo más complejos en ese espacio de tiempo.
Los resultados de las pruebas dieron que los chicos de las nuevas generaciones, que contaban con un léxico más expandido, eran más inteligentes que sus predecesores. Según los evaluadores, eso no demostraba que las personas más inteligentes lo sean porque tengan un vocabulario más amplio, sino que el proceso de adquisición de un vocabulario más amplio es lo que permite que la inteligencia del sujeto aumente.
Lo que Nicaragua contó sobre nosotros mismos
"El caso nicaragüense es absolutamente único en la historia. Hemos podido ver cómo los niños, no los adultos, generan lenguaje, y hemos podido registrar con rigor científico cómo sucede esto. Es la única vez que hemos visto un lenguaje creado de la nada", dice Steven Pinker, psicólogo experimental, científico cognitivo y divulgador científico de libros como El Instinto del Lenguaje. El entusiasmo de sus palabras se entiende porque el descubrimiento de la LSN es la confirmación de una de las teorías que él defiende.
Hablamos de la Teoría de la Adquisición del Lenguaje, o LAD por sus siglas en inglés, una propuesta de Noam Chomsky de los años 60 que se mantiene como una de las hipótesis más controvertidas en este campo. Para Pinker, Chomsky y compañía lo que hace único al ser humano es la habilidad innata, determinista, casi congénita de su capacidad para aprender y generar lenguajes. Que, aunque los bebés no hacen sabiendo las reglas gramaticales de ningún idioma, sí esperan que existan esas reglas porque llevan dentro un “dispositivo de adquisición del lenguaje”, algo que aún no hemos podido detectar porque, según alegan, la neurociencia es un campo aún en pañales.
En oposición a esta visión está la idea de que el lenguaje no se trata de algo innato sino aprendido, como explican el conductismo o el estructuralismo. Son estas visiones las que van ganando la batalla intelectual, y mucho ayudó que las evidencias lingüísticas que Chomsky había aportado para respaldar su propuesta se refutasen a los pocos años. De ahí que sus adeptos le den una enorme importancia al hallazgo nicaragüense. Si el lenguaje no es innato al ser humano, ¿cómo se explica que aquellos niños, sin ni una sola idea en común, consiguiesen crear todo un sistema de signos e ideas complejos?
En este caso los estudiosos tampoco se ponen de acuerdo, y la mayoría de la comunidad sostienen que Nicaragua no fue del todo una generación espontánea. El psicólogo y lingüista Michael Tomasello y William Stokoe, conocido por muchos como el padre de la lingüística del lenguaje de señas estadounidense, sustentan que existe un aprendizaje iniciático impulsado por la comunicación no lingüística, también con estos niños.
Por poner un ejemplo, que una madre señalando un objeto y después sonriendo es un primer paso para que los pequeños vayan comprendiendo tal vez no las palabras pero sí el propósito mismo de la comunicación. O por decirlo de forma más rigurosa, que en la infancia el sujeto “se expone a marcos intencionales conjuntos y a la comprensión de las intenciones comunicativas”.
Aunque los científicos aún no han sido capaces de ponerse de acuerdo con cuáles son las lecciones finales a extraer de esta serendipia social, todos defienden que se trata de un bellísimo ejemplo de nuestro irrefrenable e imaginativo deseo de comunicarnos entre nosotros.