El Gobierno de España va ultimando el plan de un nuevo impuesto que grave las entregas de paquetería a domicilio, una idea que ha recibido el nombre de "tasa Amazon". Una propuesta presentada a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, por el grupo de expertos que dibujan las líneas maestras de la reforma fiscal, y que no solo incluye a las empresas de comercio electrónico, sino a cualquiera que entregue paquetes a domicilio.
Esta propuesta considera gravable la entrega a domicilio a causa de la "ocupación del espacio público". Es decir, la actividad de los repartidores de última milla que estacionan sus vehículos en la calle para hacer cada parada de su hoja de ruta. El ayuntamiento de Barcelona ya venía trabajando en una idea similar, aunque con exclusiones, como las entregas a domicilio en vehículos de menos de cuatro ruedas o la paquetería entre empresas. Una medida que viene de un debate surgido en los últimos años: tras aceptar con gusto su comodidad extrema para el consumidor, las externalidades de la entrega en nuestras puertas empiezan a asomar.
Más allá del ánimo recaudatorio
Ya hace más de dos años empezamos a hablar de cómo cada vez más voces empezaban a cuestionar un modelo extremadamente complaciente con el comprador. El Centro Español de Logística, la patronal de empresas logísticas del país, avisó en 2019 de que si no se adaptaban los entornos urbanos de grandes ciudades como Madrid iban a llegar problemas notables para su tráfico diario, en vistas a unas previsiones del comercio electrónico que seguían sumando las cifras de entregas diarias.
La entrega de paquetes a domicilio es insuperablemente cómoda, pero tiene externalidades: congestión del tráfico, ocupación del espacio público, emisiones urbanas y una baja eficiencia logística
Algunos estudios hechos en Estados Unidos o en Reino Unido apuntaban directamente a las furgonetas, mucho más pesadas y voluminosas que las motos o las bicis, como uno de los principales problemas de las ciudades por la congestión que provocan en el tráfico. También por sus niveles de contaminación y el impacto acústico. En Nueva York de hecho lleva más de un año planeando la idea de un impuesto de tres dólares por paquete.
Y una lógica simple: si las furgonetas de reparto han de ir dejando cada paquete en la vivienda de sus clientes, el tiempo que pasa ese vehículo rodando, su contaminación y el tiempo que ocupa habitualmente estacionado en doble fila es muy superior al que requieren las compras que piden ser reclamadas directamente en un punto de recogida.
Este tipo de puntos son menos cómodos para los clientes, aunque convenientes en el caso de quienes difícilmente coinciden en casa con la llegada del repartidor. Pero son un respiro para las finanzas de la empresa vendedora, que se ahorra un dinero respecto a la entrega a domicilio; y para la propia ciudad, que aligera el tráfico y las emisiones urbanas.
Amazon, que da nombre a esta tasa por la metonimia lograda, lleva años impulsando este modelo, tanto con taquillas automáticas propias repartidas por puntos estratégicos, como gasolineras o estaciones de tren; como con acuerdos con comercios locales que hacen de minicentros logísticos improvisados para arañar unos céntimos de comisión por bulto (y algo de tráfico en su local y posible venta cruzada).
Un nivel por encima estarían los locales destinados específicamente a ejercer esta función en los centros urbanos. A su favor tendrían un coste inicial en forma de inversión para la apertura, pero unos menores costes por paquete, lo que a la larga podría tanto mejorar la experiencia del cliente al ser más controlada por la empresa de logística, como en una posible reducción de los precios. También hay quien está tratando de solucionar este problema usando drones para las entregas, pero hay muchas más incógnitas que certezas para pensar en su despliegue, y más en países donde la mayoría vivimos en vertical, como España. DHL ya se bajó de ese carro.
Los candidatos a ganadores ante una medida así: comercios físicos, puntos de entrega centralizados y empresas con más músculo financiero para evitar imputar este coste al cliente
La propia Amazon, no obstante, también ha incentivado una compra en la que lo importante es que cada pedido llegue cuanto antes, aunque eso signifique recibir tres paquetes en tres días seguidos, en lugar de agruparlos en una única caja. Más complacencia con el consumidor a cambio de una menor eficiencia logística y económica. Amazon se lo puede permitir. La mayoría del resto de comercios seguramente no.
Algo que puede dar una pista de a quién beneficiaría una tasa así: a Amazon, que con el enorme imperio logrado tiene más fácil que cualquier otra empresa poder continuar operando sin incrementar sus costes, o al menos haciéndolo solo parcialmente. Para el resto sería imperativo imputar el coste de un impuesto por paquete entregado a domicilio directamente a sus compradores. También es cierto que ante un gravamen para las compras online enviadas a casa pueden aumentar las compras en comercios físicos, especialmente en ciudades donde es una alternativa asequible.
Otro escenario presumible si prospera esta tasa es el de las propias plataformas comerciales incentivando a la recogida en taquillas y puntos de entrega, eximiendo al comprador de gastos de envío e imponiéndolos en las entregas a domicilio. Si ya lo han ido haciendo sin necesidad de esta tasa, puede ir claramente a más.
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