En las últimas dos semanas, un artículo que publicamos en mayo de 2019 ha vuelto inesperadamente a la vida. Se trata de "Cómo sobrevivir a una bomba atómica (y por qué es mejor no salir corriendo tras la explosión)" y lleva días entre lo más leído de Xataka. No parece un hecho aislado si tenemos en cuenta que los medios se han llenado de artículos sobre "qué hacer en caso de ataque nuclear", de radiografías del arsenal ruso o de simulaciones de "cómo impactaría una bomba atómica en el centro de una ciudad". Es oficial: la psicosis nuclear ha vuelto.
Rusia pone las armas encima de la mesa. El 27 de febrero, Vladimir Putin hizo público a través de un mensaje televisado que Rusia había activado (y puesto en alerta) las fuerzas de disuasión nuclear. "Disuasión nuclear" es uno de esos términos heredados de la Guerra Fría que se traducen en la idea de que, en caso de ataque, se empleará toda la fuerza militar, incluyendo la nuclear, causando un daño inasumible al atacante. Así ninguna de las partes iniciaría ninguna ofensiva por miedo a las consecuencias. El 'Si vis pacem, para bellum' elevado a su máxima potencia.
No obstante, los tambores de desastre nuclear venían de antes. El 24 de febrero, por ejemplo, los enfrentamientos en torno a la Central de Chernobil ya despertaron fantasmas (y miedos) del pasado. Y, más aún, tras el conflicto de Crimea en 2014 y la consiguiente vulneración del tratado que desnuclearizó Ucrania (a cambio de garantizar su "integridad territorial e independencia política"), la idea de que Kiev debería rearmarse nuclearmente ha sido un runrún constante que el mismo Kremlin ha usado para legitimar la invasión.
Una tensión que se filtra a la opinión pública. A esa escalada de la tensión (y la retórica) bélica, hay que sumar sucesos como el incendio en la Central Nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa. La sensación generalizada (amplificada por ambas partes del conflicto) es que sea porque la guerra escale hasta un escenario nuclear o sea sencillamente por accidente, el desastre atómico está más cerca que nunca. Pero ¿está esa "sensación" realmente justificada o estamos siendo víctimas de cierta histeria colectiva (motivada por esta mediatización de la guerra)?
El riesgo de llegar a una guerra nuclear. Si nos atenemos a los hechos y no a las retóricas, "activar" las fuerzas de disuasión nuclear es una manera de poner "en alerta a los equipos de los centros de mando y control (de lanzamiento de misiles), acorte el tiempo y simplifique los procedimientos para emitir la orden de lanzamiento de misiles", explicaba en France 24 Rafael Loss, especialista en doctrina nuclear del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. No obstante, "en la escala de un conflicto nuclear, hay muchos otros pasos".
En caso de que Rusia estuviera preparándose para el conflicto nuclear, "los submarinos equipados con armas nucleares probablemente empezarían a moverse" y "los misiles nucleares saldrían de los hangares y se cargarían en los bombarderos". Todo esto, en principio, sería detectable por las agencias de inteligencia y la red de satélites que monitoriza el armamento nuclear de todo el mundo. Sobre todo, porque estos procedimientos están diseñados para ser usados como medida disuasoria, como "chantaje diplomático". No hay ningún escenario satisfactorio para nadie después de apretar el "botón nuclear".
La guerra en medio de una decena y media de reactores nucleares Si bien el escenario de guerra nuclear está lejano, ¿Qué hay de los accidentes? La Agencia Internacional de la Energía Atómica ha reconocido que el incendio de Zaporiyia fue causado por un misil ruso, ¿Cómo de cerca estamos de un nuevo Chernóbil?
La respuesta, a nivel físico, es relativamente tranquilizadora: estamos lejos. Las centrales nucleares no pueden explotar de la misma forma que lo hacen las bombas nucleares. Las centrales usan entre un 3 y un 5% de U-235 (un isótopo del uranio lo suficientemente inestable como para someterlo a fisión nuclear); las bombas, por su parte, necesitan materiales que contengan hasta el 90% y, por eso, se le denomina "uranio enriquecido". Esto no quiere decir que no existe ningún riesgo, como es evidente.
Un ataque que tumbara el sistema de refrigeración y provocara la fusión del núcleo podría liberar gran cantidad de material radioactivo al medio ambiente. No obstante, para ello, deberían de comprometerse el enorme conjunto de medidas de seguridad y, más concretamente, debería de destruirse el edificio de contención (que está diseñado, específicamente, para contener esas emisiones en caso de que accidente fatal). Es decir, el ataque debería de ser capaz de desmantelar los sistemas de control de la central: algo que no es tan sencillo como disparar uno o varios misiles.
Un peligro nuclear sobredimensionado... No hay que olvidar que el shok internacional (y el miedo nuclear) que desató el accidente de Chernóbil sobredimensionó el impacto de este sobre el continente. Pese a lo que hemos escuchado muchas veces, el accidente del 86 no estuvo cerca de provocar que "Europa se volviera inhabitable". Fue un desastre nuclear, el mayor accidente de este tipo que ha ocurrido nunca y su impacto fue salvaje, sí. Pero también es un ejemplo claro de que el riesgo que corren las centrales nucleares es limitado. Se necesitaría una intervención clara y decidida para provocar algo remotamente similar.
...pero un peligro al fin y al cabo. Como hemos explicado en varias ocasiones, muchos expertos que han estudiado el caso de Chernóbil están convencidos que las profundas secuelas psicológicas, sociales y culturales “resultaron ser un problema mucho mayor que la radiación". Ante ellas no tenemos "edificios de contención".
Imagen | GTRES
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