La historia reciente de la humanidad, amén de su futuro más inmediato, está marcada por la proliferación de grandes aglomeraciones urbanas. Enormes conjuntos arquitectónicos que se extienden hasta donde la vista alcanza al horizonte y que capitalizan la actividad económica moderna. Su aspecto grandilocuente y masivo infiere de ellas permanencia, historia, estabilidad. Sin embargo, echar la vista atrás a la historia de muchas ciudades es toparse con manipulación de los elementos, adaptación del entorno y supervivencia.
Hay casos en todos los continentes. Uno de los más recurrentes es la relación de muchas ciudades con el agua, o más bien, su extinta relación con la misma. Pocos elementos ha aspirado el ser humano a controlar con tanto ahínco como el agua. Siglos de desarrollo tecnológico le han permitido soterrar enormes ríos bajo calles de asfalto, o drenar miles de kilómetros cuadrados de aguas pantanosos con el objetivo de asentar nuevas zonas de cultivo y ciudades colindantes. A menudo, esas historias pasan desapercibidas en nuestro día a día.
Ciudad de México: siglos contra sus aguas
Es lo que sucede de forma paradigmática en Ciudad de México, la gigantesca capital de México. Este breve reportaje de City Lab recorre las largas avenidas de la urbe en busca de los aún vivos pero ya olvidados ríos que, una vez, sirvieron de ecosistema acuático y de protección natural a la fantasiosa ciudad de Tenochtitlan, capital del imperio azteca ubicada antaño en la base del Valle de México, sobre las aguas del lago Texcoco, hoy drenado y desaparecido para siempre a fuerza de urbanización y crecimiento inexorable de la urbe mexicana.
México podría haber sido así:
Y no así:
La historia de dominación del lago por parte de los diversos pobladores, desde los aztecas hasta los conquistadores españoles más tarde, es muy larga, y se acrecenta tras la caída del imperio mesoamericano. Aprovechado en sus inicios, enorme y esplendoroso, el lago y sus pequeños lagos subsidiarios fueron progresivamente tachados de inútiles y fuente de insalubridad, además de un obstáculo para el crecimiento de Ciudad de México en los siglos venideros. Así, se sucederían obras que buscarían desecarlo hasta su parcial extinción.
En el siglo XX, Ciudad de México, tras centurias de lucha contra el Texcoco, había logrado acabar con el mismo e imponer su ley al antiguo lecho de agua dulce. Sin embargo, aún restaban los ríos. Con muchos de ellos, como se explica en La Ciudad de México 1952-1964, se decidió acometer no su drenado, imposible, sino su soterramiento. Así, caudales como el del Piedad quedaron sepultados por el asfalto, destinados a grandes avenidas que disiparan el tráfico (fatal decisión, por otro lado, dada la naturaleza expansiva del tráfico rodado).
Son 45 en total los ríos y riachuelos que sobreviven bajo Ciudad de México. Y aún son rescatables.
El este de Inglaterra contra sus pantanos
No se puede decir lo mismo del sistema de lagos y lagunas y de tierras pantanosas que durante siglos de la antigüedad y de parte de la Edad Media dominaron el este de Inglaterra. Hoy en día el condado antaño dominado por el fango y las anguilas aún se conoce como "Isle of Ely", en referencia al carácter aislado, en tierra firme, de una de sus principales ciudades, Ely, a un puñado de kilómetros de Cambridge. La región, conocida desde el inicio de las invasiones sajonas y anglos como The Fens, es hoy una llanura gigantesca y verdosa.
Sin embargo, l crecimiento de Ely, de Cambridge y de otras ciudades al norte de ambas, como la típicamente medieval King's Lynn, sólo fue posible tras sustantivos sistemas de drenados y canales que vaciaron de agua toda la zona. Las obras hidráulicas, al igual que en Ciudad de México, se realizaron durante siglos y acabaron con el modo de vida de gran parte de los agricultores y pobladores de la región. No sería hasta el siglo XIX cuando definitivamente East Anglia tomaría el aspecto que hoy se conoce de ella.
Los motivos para desecar los pantanos fueron variados. Por un lado, la escasa altura del terreno y las frecuentes lluvias a las que se veía asolado lo convertían, al igual que el Sommerset a día de hoy, en presa fácil de las inundaciones, poniendo en peligro todas las urbes creadas en su seno. La modificación de caudales, como el del Great Ouse en su desembocadura, además de el bombeo con máquinas industriales a principios del siglo XIX, fueron determinantes a la hora de drenar y terminar con el paraje, mejorando su habitabilidad y productividad económica.
Valencia y el alejamiento del Turia
En ocasiones es tan sólo un río el motivo por el que una ciudad emprende grandes obras de ingeniería para apartarse del agua que le rodea. En España, el ejemplo más significativo de ello es Valencia, la tercera ciudad del país por población antaño atravesada por el bajo cauce del Turia, cuya desembocadura se encontraba en el corazón de la urbe. A mediados del siglo XX, una terrible inundación que causó grandes desperfectos a las casas del centro y la pérdida de al menos 81 vidas, resultó en la decisión del alejamiento del cauce del río.
Con anterioridad, el Turia había jugado un papel relevante en el florecimiento de Valencia, cuya calidad de gran centro económico mediterráneo la había colocado tiempo atrás como uno de los grandes puertos de la península. Sin embargo, la Gran Riada de 1957 cambió la perspectiva que las autoridades de la ciudad tenían del Turia, cuyo carácter ocasional torrencial (y los riesgos naturales de toda llanura aluvial) representaba, por aquel entonces, una amenaza demasiado apremiante.
Valencia acometió entonces el Plan Sur, que llevaría el antiguo cauce del Turia al sur de la ciudad. La dictadura franquista, propensa a toda clase de obras hidráulicas que mejoraran la imagen propagandística del régimen, optó, desechando otras posibilidades que pasaban por desviar el Turia por el norte o mejorar su cauce en la ciudad, excavar un nuevo curso desde Cuart de Poblet hasta el Mediterráneo. En total, once kilómetros de desvío sobre los que transcurre artificialmente el Turia, y que no están exentos de críticas.
El cauce liberado del centro de Valencia, eso sí, se convirtió en un magnífico parque.
Latina: un nacimiento a costa de las lagunas
El caso de Latina, bautizada originalmente por el régimen fascista italiano como Littoria, es ligeramente diferente: la urbe del Lazio, al sur de la capital italiana, no tuvo que evaporar el agua para sobrevivir, sino para existir.
Latina se yergue sobre los antiguos terrenos de las Lagunas Pontinas, una serie de zonas pantanosas originadas milenios. La zona, llana y repleta de ríos de cauce cambiante, era poco practicable pese a los intentos de toda suerte de gobernantes y civilizaciones de domarlas: desde los planteamientos romanos para desecarlas y habitarlas (con su consecuente explotación agrícola: la región es muy extensa y durante siglos ha pasado prácticamente inhabitada) hasta los planes finales de Mussolini, pasando por verdaderamente alocados planes alemanes por colonizarla de forma pacífica y convertirla en territorio prusiano.
Fue el gobierno fascista de Il Duce el que, mejoradas notablemente las técnicas de drenaje, logró acabar con el aspecto pantanoso e impracticable de las Lagunas Pontinas, antaño fuente de malaria, en el futuro ejemplo para el mundo de las habilidades tecnológicas del fascismo. Allí se fundaron diversas ciudades, pobladas por italianos del norte (venecianos y friulianos). La más notable, Littoria, cuya conquista en la Segunda Guerra Mundial y la posterior limpieza de todo elemento fascista de Italia la convirtieron a día de hoy en Latina.
La región ha florecido lejos de las lagunas (pero muy contaminada), y con ella Latina, que ha crecido hasta los 100.000 habitantes.
San Petersburgo pese a todo, pese a todos
La historia de San Petersburgo tiene tanto de admiración por el control de los elementos naturales como de terrorífica por las circunstancias de su origen, estrechamente ligadas al empeño de los zares de construir una ventana al mar para su continental Rusia y a su capacidad coercitiva para explotar a miles de siervos a tal efecto.
San Petersburgo es una ciudad joven situada a caballo entre el Ladoga, el lago más grande del continente europeo, y la desembocadura del río Neva en el Báltico. La zona, naturalmente, es muy baja y está repleta de agua durante todo el año. Poseída por los ejércitos suecos, Pedro el Grande decidió hacerla suya, cosa que consiguió tras la Guerra del Norte, uno de los conflictos más importantes de su época. En aquel remoto paraje, con salida directa al mar sin depender de los estrechos mediterráneos controlados por los otomanos, el zar decidió levantar una ciudad.
Esplendorosa, pero rodeada de zonas pantanosas, canales y marismas. Para tal efecto, Pedro el Grande desplegó toda suerte de recursos. La zona, muy alejada del corazón de la Rusia tradicional (cuya capital, Moscú, está centenares de kilómetros más al sudeste), requirió de la movilización de cantidades ingentes de colonos. La mayor parte de ellos lo hicieron en condiciones penosas y en contra de su voluntad. Durante los años siguientes al asentamiento, se emplearon en tareas de drenaje y en la construcción de los canales que hoy le dan fama.
San Petersburgo es hoy una esplendorosa ciudad, reconstruida tras las penurias de la Segunda Guerra Mundial, en la que fue asediada y sometida a una hambruna terrorífica, cuya mera existencia es una prueba palpable de la dominación del agua por el ser humano.